El terror cinematográfico que consiste en la anticipación y el temor ante el peligro es, paradójicamente, uno de los géneros más dependientes de fórmulas, pero a la vez uno de los que más necesita reinventarse y nutrirse del “miedo ambiente”. Entendiendo esta condición esquizofrénica, Zach Cregger recargó al género al fusionar las ansiedades de la era de la economía gig (trabajo y servicios facilitados por plataformas digitales como Airbnb, Uber, Rappi y DiDi) con lo grotesco primigenio en su exitoso debut del largometraje Barbarian (2022). Las expectativas para su siguiente filme eran muy altas. La hora de la desaparición (Weapons), su segunda película, por un lado, pone nuevamente en evidencia su notable destreza para dar giros inesperados, manejar cambios dramáticos de tono y crear imágenes inolvidables; aunque por el otro, repite las debilidades de la anterior al resolver por momentos con superficialidad la tesitura de personajes y situaciones.
La historia inicia con la misteriosa desaparición de 17 de los 18 alumnos, de entre ocho y nueve años, de una clase de tercer grado en la pequeña y ficticia comunidad de Maybrook, en Pensilvania. Una madrugada, a las 2:17 a.m., los niños despiertan de forma sincronizada, corren fuera de sus casas con los brazos extendidos, imitando las alas de aviones de combate, para desaparecer en la noche. Cregger ha dicho que el extraño modo de correr le recordaba a la niña rociada de napalm en una de las imágenes emblemáticas de la guerra en Vietnam. Después de esa espectral secuencia que evoca al flautista de Hamelin, con Beware of Darkness de George Harrison como canción de fondo, inicia verdaderamente la película, como explica la voz de una niña en off. La confusión, las recriminaciones, las teorías conspiracionistas y la frustración de padres y autoridades al no tener pistas, van desgastando el interés de la población.
CREGGER CUENTA LA HISTORIA por medio de capítulos que ofrecen las perspectivas de los personajes que van complementando el recuento de lo ocurrido poco a poco hasta una resolución brutal y delirante. Según el director, esta estructura fue influenciada por Magnolia de Paul Thomas Anderson y la ambientación, entre lo cotidiano, lo absurdo y lo sobrenatural, recuerda los comics de Charles Burns y sus pesadillas subterráneas-suburbanas. Las historias de brujas actualmente sirven para cuestionar al heteropatriarcado y como herramientas para poner en evidencia la misoginia. Cregger recupera la esencia de ciertos iconos del terror al mostrarlos no como símbolos ni reivindicaciones, sino como imágenes estrambóticas y ridículas con la capacidad de estremecer en sí mismas.
Si bien parecería que la cinta trata sobre el duelo y desconsuelo de una comunidad lastimada, o bien del linchamiento frenético y fanático de los sospechosos, la historia que se cuenta es otra. El tono inicial es de un thriller de crimen verdadero (True Crime), pero poco a poco se transforma en un horror clásico. La historia evoca los cuentos de brujas, con ecos que van desde los hermanos Grimm hasta la obra de Stephen King. La primera parte corresponde al principal blanco de las sospechas de los padres, la maestra Justine Gandy (Julia Garner), quien bebe vodka con particular ligereza y conoce de memoria los pasillos de la licorería; a veces expresa su cariño y atención por sus estudiantes de manera que incomoda a la dirección. En la caótica asamblea escolar donde se discute la desaparición de los niños varios gritan: “Lock her up”, el refrán que las hordas trumpianas coreaban contra Hillary Clinton en sus mítines. La segunda parte es la de Archer Graff (Josh Brolin), padre de uno de los desaparecidos, que duerme desconsolado en la cama de su hijo ausente. Archer está convencido que la maestra sabe más de lo que ha declarado. Aparte de Jennifer, Archer y el director de la escuela, Andrew Marcus (Benedict Wong), Cregger ofrece los puntos de vista de personajes que no se encuentran emocionalmente involucrados en la desaparición, como el policía, alcohólico en recuperación y ex amante de Justine, Paul (Alden Ehrenreich), y el junkie y criminal de poca monta James (Austin Abrams). Todos tratan de resolver el misterio pero Archer, al estudiar las trayectorias de los niños en los videos de seguridad y trazarlas en un mapa, da con la primera pista útil. La parte final que viene a atar las perspectivas es la visión del único alumno de ese salón que no desapareció, el tímido Alex (Cary Christopher).
Los terrores de la realidad no se mencionan, pero la desaparición masiva de niños es referencia obvia en una sociedad donde las balaceras escolares son extremadamente comunes. El sueño de un rifle AR-15 que flota como una nube sobre la noche es bastante explícito. Asimismo, la cinta refleja el pánico moral recurrente de los supuestos casos de rituales satánicos, con historias insólitas y morbosas de abuso y sacrificios, en escuelas de distintas partes de Estados Unidos. Estas fantasías monstruosas están firmemente enquistadas en la ideología QAnon de las masas MAGA. También se invita a pensar en el compulsivo chantaje de ciertas figuras públicas y de autoridad que usan la seguridad de los niños para promover sus propios intereses, exponiendo su hipocresía cuando demuestran desinterés por el control de armas o su negligencia frente a crímenes reales, como el genocidio que actualmente ocurre en Gaza, considerado el mejor documentado de la historia.
LA FÓRMULA DE CREGGER CONSISTE en fracturar la seriedad, terror y angustia de sus escenas claves con guiños humorísticos (él como Jordan Peele, otro maestro del horror moderno, comenzó haciendo comedia). También se esmera en crear poderosas imágenes poéticas (como las de los niños corriendo que dejarán sin duda una huella en el inconsciente colectivo), gracias a la cámara de Larkin Seiple (cinematógrafo de la pareja de directores Daniel Scheinert y Daniel Kwan) y la edición de Joe Murphy. Cregger mantiene las imágenes en una penumbra casi permanente, estableciendo contrastes brillantes que sostienen el suspenso. Su manejo del ritmo al avanzar y retroceder el flujo temporal crea un estado de tensión, desconcierto y sorpresa. Confirma aquí que es justo considerarlo parte de la nueva camada de directores de horror extraordinarios: el mencionado Peele, Ari Aster, Robert Eggers y Oz Perkins.
SU MANEJO DEL RITMO AL AVANZAR Y RETROCEDER EL FLUJO TEMPORAL CREA UN ESTADO DE TENSIÓN, DESCONCIERTO Y SORPRESA.
El título original de la cinta Weapons se refiere a lo que dice Archer al respecto de la postura y manera en que los niños corren: “Fueron convertidos en armas, como misiles buscadores de calor”. Al hablar de los niños como armas, el acto de disparar a inocentes o de bombardear civiles es imaginado como un acto íntimo y familiar. A los pocos días del estreno de esta película, una balacera en la capilla de una escuela católica de Minneapolis costó la vida de dos niños (de ocho y diez años) y dejó dieciocho heridos. La matanza, cometida por un joven de 23 años, ni siquiera fue considerada inusual.


