—NO ES QUE NO confíe en el doctor, es que no siento ninguna diferencia.
—Te dijo que tardarías tres meses en no sentir ninguna irritación.
—Voy a escribirle a Janette.
—Mejor márcale.
—Le estoy escribiendo ya.
A la gente ya no le gusta escuchar el timbre de los celulares. Algunos se espantan si les entra una llamada. He escuchado que llamar sin mandar un mensaje de texto antes es una descortesía. No estoy de acuerdo, pero eso no importa ahora. La realidad es que le insisto a Ana que marque porque quiero que ponga el altavoz y así comprobar si Janette tiene puesta la misma pieza de piano que suena cada vez que estamos en la sala de espera del cirujano.
Janette es una asistente que cumple también un rol similar al de una enfermera. Limpia los instrumentos y cuida la comodidad de los pacientes. Ana se ha tenido que comunicar con ella durante las semanas posteriores a su septoplastia porque el doctor no comparte su teléfono personal. Para dudas sobre la higiene nasal postoperatoria, para confirmar dosis de medicamentos, para saber si se pueden usar algunas marcas alternativas o si los ligeros sangrados son normales.
GRACIAS A LAS ATENCIONES DE JANETTE la cirugía de Ana estuvo cerca de reagendarse, ya que la aseguradora, el hospital y el doctor no lograban llegar a un acuerdo que era bastante simple y sólo requería la coordinación de una persona habituada a orientar estos trámites. La eficacia administrativa de Janette fue tan buena como la del hospital. Yo, en cambio, me encargué de ser útil para lograr que el procedimiento quirúrgico que Ana necesitaba, se llevara a cabo en el tiempo en el que ella lo tenía programado. Siempre que había un malentendido le decía: “No mandes mensajes de texto. Márcale a Janette”. En ese momento no sabía que en mis palabras había una segunda intención.
Antes de la cirugía fuimos a cuatro consultas. En todas ellas esperamos la llegada del doctor con paciencia, extrañamente relajados por la pieza musical que Janette parece escuchar todos los días y sin pausa. Fue hasta la tercera visita que me di cuenta.
—No tiene final, le dije a Ana.
—¿Qué cosa?
—La canción, lo que suena de fondo, el pianito éste que está sonando.
Cuando llegaron al cuarto del hospital para llevarse a Ana en la camilla, ella estaba muy preocupada por la anestesia y su coagulación. Yo me sentía nervioso y algo culpable: la noche anterior le di un tiramisú para que tuviera un bocado dulce y nos olvidamos que la receta llevaba ron. Días después le confesé que no me atreví a preguntar a los doctores si eso representaba algún riesgo, pues no quería ganarme su burla al confesar mi pequeño pecado. En el cuarto del hospital esperando el aviso de que la cirugía había terminado, pensé en llamar a Janette, pero no tenía su número. Ana no sabe cuándo sentirá que respira mejor. Si busca consejo le digo que no espere y marque, y que ponga el altavoz.