La quinta novela de Gilma Luque (Ciudad de México, 1977) es un tour de force narrado en primera persona por Inés. Con aparente ecuanimidad, escarba muy adentro en su pasado marcado por el duelo. La madre desapareció sin dejar rastro cuando Inés era niña, el padre se distanció de su responsabilidad y cariño filial, su presencia es casi inexistente en la casa de los abuelos paternos, donde la nieta pasará la mayor parte de su vida como heredera de un patrimonio condenado a desaparecer. La casa tendrá como vecina un conjunto de condominios que anuncia su llegada con el ruido ensordecer de maquinaria de construcción. La voracidad inmobiliaria sombrea con sus altos condominios la trama, su presencia amenaza borrar por completo los sentimientos de los personajes.
Ganadora del premio internacional de novela breve Rosario Castellanos 2023, El hombre en el jardín avanza a través de escenas contundentes y breves, casi aforistas. Transita por un presente infinito, ontológico. La casa donde Inés pretende rehacer su vida tiene un árbol que se convierte en refugio de Emilio, el marido de Inés. Se conocieron circunstancialmente en un aeropuerto mientras esperaban un vuelo al mismo destino. Ahí se enamoran, meses después se casan y comienzan a vivir juntos en la vetusta propiedad habitada por presencias fantasmales que se apoderan de los recuerdos de Inés.
DESDE SU LLEGADA, EMILIO se embarca en la nave de los locos, comienza a transformarse en un espectro destruido por sí mismo como metáfora de las grietas familiares de su mujer. Inés y Emilio son unos solitarios, no se necesitan uno al otro, pero el amor es eso, alejamiento desde la intimidad. El espacio doméstico ya no es para nadie, la intimidad ha sido invadida por la maquinaria de la gentrificación implacable que resquebraja la memoria colectiva. Emilio renuncia a todo, incluso a su amor por Inés y se convierte en un indigente casi beatífico que decide dejarse morir bajo el árbol donde monta un mugriento campamento. Es un acto radical contra su entorno sin matices, sobre todo, amoroso. Inés sueña más despierta que durmiendo en su cama. Busca una sanación incumplida. Sus diálogos con lo que queda de Emilio son solipsistas. Se extrapolan pues ella sabe que “también en los sueños se deja de amar”. Recorre la casa entre derrumbes de melancolía por amor y la imposibilidad de vivirlo sin destruirlo.
La pérdida de la memoria gentrifica la depredación de nuestro pasado para imponer un aquí y ahora procaz. Nos convierte en menesterosos descobijados ante la vorágine de una realidad incierta. Inés tiene como marca de nacimiento un trauma por el desamor.
EL ENTORNO FAMILIAR ES UN MICROCOSMOS DE AUSENCIAS PERTURBADORAS. CUESTIONA LAS CRISIS DE LAS RELACIONES AMOROSAS EXTRAVIADAS EN EL LABERINTO DE LA URBANIZACIÓN
EL HOMBRE EN EL JARDÍN delinea reflexiones punzantes que advierten del desastre urbano. La casa es poco acogedora. Su pasado enclaustra a Inés en una senectud evocativa: “A veces pienso que más que aceptar la vejez, estoy castigándome por algo, porque no sé cómo y cuando todo se desbarató...”.
El hogar no está en la familia o en la pareja, sino en la deriva resignada ante la catástrofe existencial. La casa tiene las dimensiones necesarias para alojar recuerdos que destruyen el porvenir. El clima lluvioso empapa el futuro de la pareja.
EL RELATO LINDA LO SOBRENATURAL. A través de la evocación, Inés conjura a sus presencias que rondan la casa. Como en una sesión espiritista, pide ayuda para no arder en el fuego que arrasa su amor por Emilio, que agoniza atrapado en su espacio físico y sensorial: “nadie cuida a los muertos que envejecen bajo la tierra, nadie corta el césped que ha crecido disparejo, sin rumbo, como nuestra historia.”
Gilma Luque toma distancia del victimismo por condición de género. El hombre en el jardín aborda los temas recurrentes en su obra.
El entorno familiar es un microcosmos de ausencias perturbadoras. Cuestiona las crisis de las relaciones amorosas extraviadas en el laberinto de la urbanización. Las patologías afectivas se sostienen de apariencias frágiles para soportar la ausencia de los afectos: “Quizá cuando ya no estás con quien amas, quizá si extrañas tanto a alguien, te conformas con lo que estuvo cerca, con lo que puedes comprobar su existencia.”
Los amorosos destruyen su voluntad apasionada. Quedan atrapados en una gentrificación sentimental. Alguna vez se creyeron dueños de su libertad. En su presente no hay espacio para el deseo.



