Robert Redford, un renuente símbolo sexual y un espíritu independiente

Robert Redford se convirtió en una de las mayores estrellas de cine en las décadas de 1970 y 1980. Destacó en una variedad de géneros, desde westerns clásicos hasta dramas políticos y romances épicos. Fue fundador del Festival de Cine de Sundance, el principal festival de cine independiente estadunidense, y se distinguió por su activismo ambiental. Naief Yeyha traza un detallado recorrido por la trayectoria del actor

Robert Reford actuó en películas como Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973), en ambas con Paul Newman.
Robert Reford actuó en películas como Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973), en ambas con Paul Newman. Foto: Fuente > Pinterest

Me convertí en espectador obsesivo de cine en la década de los 70. La adolescencia me sorprendió viendo películas, tanto en la pantalla grande como en la entonces paupérrima selección que ofrecían las televisoras antes de la proliferación de las videocaseteras. Por eso, los iconos de la virilidad que fueron influenciándome venían de las películas hollywoodenses de esa época: Robert Redford, Paul Newman, Steve McQueen y Clint Eastwood. Estereotipos del hombre blanco anglosajón que dominaban la mediósfera de la masculinidad y el imaginario heroico, décadas antes de que cuestionáramos masivamente conceptos como representación, inclusión, diversidad e invisibilización. Estos iconos del individualismo proyectaban una imagen de rebeldía y disidencia que transgredía moderadamente los estándares de la frivolidad dominante en la industria del espectáculo e imponían ideales de lo que se consideraría cool. Salvo McQueen, todos participaron en diferentes formas de activismo y se manifestaron al respecto de ciertas causas sociales, aunque manteniéndose al margen de criticar las guerras imperiales.

El pasado 16 de septiembre falleció Robert Redford a casi un mes de cumplir 89 años. El actor, director, productor, activista y pintor, que en sus inicios cultivó una imagen de Hombre Marlboro, se convirtió en modelo de hombre sensible y eventualmente en figura de autoridad. Durante su infancia visitó a menudo Texas, a lo que atribuía su pasión por la naturaleza y su militancia ambientalista. Comenzó su carrera de actuación a finales de 1950 en el teatro de Broadway y a partir de los años 60 aparecía como actor invitado en series de televisión como Alfred Hitchcock presenta, Maverick y La dimensión desconocida. Debutó en el cine en un papel secundario en la comedia romántica estelarizada por Jane Fonda y Anthony Perkins, Me casaré contigo (Tall Story, Joshua Logan, 1960). A partir de entonces actuó en numerosas cintas exitosas en taquilla y aclamadas por la crítica. Las películas que le dieron un nombre y comenzaron a definir una imagen de personaje indomable y rebelde fueron Butch Cassidy y el Sundance Kid (George Roy Hill, 1969), El golpe (Roy Hill, 1973), Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975) y Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976). Especialmente esta última, que cuenta la historia del colapso del gobierno de Richard Nixon tras el escándalo de Watergate, le dio un giro de seriedad a su carrera y un vínculo político que se convirtió en una especie de compromiso.

EN 1980 DEBUTA EN LA DIRECCIÓN con Gente corriente (Ordinary People), que narra el colapso de una familia burguesa, luego de la muerte de uno de los hijos y el intento de suicidio del otro. Parte de la intensidad de esta cinta se debe a que en ella proyectó toda la angustia y tristeza de haber perdido cuando era adolescente a su madre y a sus hermanas gemelas recién nacidas. La cinta obtuvo cuatro Óscares (Mejor película, dirección, guion adaptado y actor de reparto). Redford dirigió otros ocho largometrajes hasta Pacto de silencio (The Company You Keep, 2012), donde se presenta a sí mismo como un viejo militante del grupo de acción directa sesentero Weather Underground. También siguió actuando en proyectos considerados serios al estilo de la multipremiada Memorias de África (Out of Africa, Sydney Pollack, 1985), pero también hizo cameos en Capitán América y el Soldado del Invierno (2014) y Avengers: Endgame (2018), ambas de Anthony y Joe Russo. Redford se hartó muy pronto de las cintas inocuas hollywoodenses y en cuanto tuvo el suficiente poder para elegir sus papeles lo hizo por proyectos con peso cultural y político significativo. Aunque eso no impidió que tuviera uno que otro desliz como Una propuesta indecorosa (Indecent Proposal, Adrian Lyne, 1993). Un proyecto que aceptó pensando en la implicación moral que significaba ofrecer a un hombre en bancarrota un millón de dólares para pasar una noche con su esposa. La película dio lugar a interminables debates y condenas, algunos juzgándola como misógina y otros feminista. La idea era reflexionar en torno al poder del amor y la fuerza corruptora del dinero. Toda polémica valiosa se perdió en el sensacionalismo y el estilo glamoroso de Lyne. Eventualmente se arrepintió de haber participado.

EL ACTOR, DIRECTOR, PRODUCTOR, ACTIVISTA Y PINTOR, QUE EN SUS INICIOS CULTIVÓ UNA IMAGEN DE HOMBRE MARLBORO, SE CONVIRTIÓ EN MODELO DE HOMBRE SENSIBLE

Se le criticó ferozmente por haber dirigido Leones por corderos (Lions for Lambs, 2007), que fue vista como una tiesa, retórica y superflua reflexión acerca de la Guerra contra el Terror. La reacción en cierta forma hablaba más del temor de los críticos de abordar el impacto de las guerras sin fin de la era Bush, que se multiplicarían e intensificarían en los gobiernos de Obama y Trump. Muy pocos pudieron señalar que lo que criticaban como peroratas cívicas moralistas correspondían a un esfuerzo honesto por exponer la cruel inmoralidad y las consecuencias de esas guerras. De cualquier modo fue uno de los pocos intentos en esa época por llevar la discusión sobre las guerras a la escena de la cultura popular. En una entrevista para la revista Variety, en 2002, Redford declaró:

Creo que el cine activista tiene un papel que desempeñar y debería tenerlo. Creo que es totalmente apropiado centrarse en los problemas socioculturales de nuestro tiempo, en particular en los documentales, ya que la verdad parece más difícil de encontrar en los medios tradicionales de comunicación y periodismo.

Tres películas que dirigió destacan por presentar personajes que reflejan su personalidad: Nada es para siempre (A River Runs Through it, 1992), Quiz Show: el dilema (1994) y La leyenda de Bagger Vance (2000). Los protagonistas son todos jóvenes brillantes que prometen llegar muy lejos, y sin embargo caen, por lo que deben redimirse. Las tres cintas, aunque parecen tener una concepción bastante clásica y dramas convencionales, son en cierta forma, exploraciones íntimas del personaje que él creó y habitó.

Aparte de sus grandes papeles es importante mencionar Havana (Pollack, 1990), injustamente maltratada por la crítica. Ésta se le consideró el Casablanca de esa generación con Redford en el papel de Bogart, lo que no fue bien recibido por muchos. No obstante, se trató de una forma de reciclar el retrato del heroísmo y el sacrificio en torno a una causa política por parte de un personaje cínico, un tropo clásico de la mitología estadunidense. Otra película que es importante rescatar de su vasta filmografía es Todo está perdido (All is lost, J.C. Chandor, 2013), en la cual, en el papel de “Nuestro hombre”, trata de sobrevivir solo en un yate dañado por una colisión contra un contenedor que flota en el medio del océano Índico.

EN 1978 FUNDÓ EL FESTIVAL DE SUNDANCE, QUE PASÓ POR VARIAS SEDES HASTA LLEGAR A PARK CITY, UTAH. LA IDEA ERA CREAR UN ESPACIO LEJANO A HOLLYWOOD DONDE PUDIERAN SURGIR CINEASTAS, ARTICULARSE PROPUESTAS Y DAR LUGAR A UN NUEVO CINE

Redford, 41 años antes ya había hecho un papel semejante en Jeremiah Johnson, (Sydney Pollack, 1972). La actuación prácticamente silenciosa de Redford es magnífica en este angustioso drama que puede ser visto como una alegoría de la vejez, así como del naufragio de la humanidad en la era del hiperconsumo y sus consecuencias. A los 77 años Redford hizo sus propios stunts o doblajes en el agua y el barco en una cinta muy exigente físicamente. Además, la manera en que proyecta su obstinación por sobrevivir y a la vez el fatalismo de su condición es impecable. Lamentablemente fue ignorado por los Óscares. La que debió ser su última película, con la que cerraba una carrera de personajes criminales y encantadores fue El viejo y la pistola (The Old Man and the Gun, David Lowery, 2018), que resultó una efectiva celebración de su energía naturalista, parsimoniosa, camaleónica y su incuestionable destreza técnica, con lo que dejó una despedida conmovedora y fascinante.

En 2016 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor civil de Estados Unidos, por su contribución al cine y la sociedad.
En 2016 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor civil de Estados Unidos, por su contribución al cine y la sociedad. ı Foto: Fuente > Especial

SU ESPÍRITU INDEPENDIENTE lo llevó a comprar en 1961 un terreno en Provo, Utah, y a mudarse ahí. En 1978 fundó el festival de Sundance, que pasó por varias sedes hasta llegar a Park City, Utah. La idea era crear un espacio lejano a Hollywood (Los Ángeles le parecía “sofocante y soso”), donde pudieran surgir cineastas, articularse propuestas y dar lugar a un nuevo cine estadunidense desconectado de los valores de los estudios y la maquinaria estandarizadora y voraz que los alimenta. Lo que empezó modestamente se convirtió en el principal festival de cine independiente del país. Más tarde fundó el Sundance Institute (1981), los Sundance Cinemas y el Sundance Channel. Entre los cineastas que se beneficiaron de este festival destacan: Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Jim Jarmusch, Robert Rodríguez, James Wan, Damien Chazelle, Darren Aronofsky, Chloe Zhao, Ava DuVernay y Paul Thomas Anderson. Redford se dedicó a abrir puertas y a dar oportunidades hasta que su iniciativa terminó siendo controlada por los intereses mercantiles de los que quiso alejarse. En sus últimos años, lamentaba que el festival había caído en manos de grandes estudios y corporaciones, así como que se hubiera convertido en una empresa gigantesca (85,000 asistieron en persona en 2025) y echaba de menos cuando tan sólo asistían unos cuantos cientos de personas.

Al tiempo en que trataba de revolucionar y revivir el cine de su país, también participaba en varias iniciativas ecologistas y en promover causas progresistas y derechos civiles, como la defensa de los derechos LGBT. En 1975 logró impedir la construcción de una planta eléctrica en Utah al llamar la atención de los medios. En 1989 Redford organizó el Sundance Symposium on Global Climate Change (Simposio Sundance para el Cambio Climático Global). Su alejamiento de Hollywood lo convirtió en un ejemplo a seguir de actor de éxito que promueve causas justas, lo cual lo llevó a antagonizar con políticos y grupos conservadores, quienes lo acusaban de oportunista. Desde niño desconfiaba de los políticos. Cuando era senador Nixon, le entregó una medalla al mérito deportivo y sintió un enorme rechazo por ese “personaje absolutamente oscuro”. Para la década de los 70 estaba profundamente decepcionado de la política y pensaba que la única forma de tener un impacto real y cambiar a la sociedad era contando historias.

SI BIEN FUE UN ACTOR SÓLIDO y talentoso, con un asombroso rango de la comedia al drama, su carisma, estilo y atractivo eran su superpoder. Como dijo Pollack en 2002: “Es un actor muy instintivo e impulsivo. No creo que haya nada estudiado ni premeditado en su trabajo. Es lo opuesto a un actor que quiere ensayar y dominar con precisión su papel”. Contaba con un cuidadoso descuido de su apariencia, así como un intelectualismo un poco disimulado y una agudeza política que llevaba consigo, ya fuera cowboy o forajido, ejecutivo o espía, justiciero o seductor, periodista o camionero. Lograba convertirse con enorme gracia en marginal, en estrella de comedia romántica, en provocador e incógnito. Aparte de esas virtudes, tenía una enorme habilidad para la comedia y era mucho más que un símbolo sexual, ya que no se presentaba como un narcisista, sino que sabía enriquecer sus actuaciones al mostrar una intensa química con sus coestrellas como Jane Fonda, Meryl Streep, Barbara Streisand, Sissy Spacek y (como dijo Pauline Kael) Paul Newman. Se debió a Newman, quien ya era un actor establecido, que contrataran a Redford para el papel de The Sundance Kid. Todos los ejecutivos estaban en contra, pero Newman presionó hasta que cedieron.

Con su muerte se va el último representante de esa generación de actores surgida de la turbulencia social de los años 60, aquellos que recibieron, encarnaron y dieron forma a la revolución sexual. Redford usó su deslumbrante apariencia (que él mismo denominó WASP Jock o deportista blanco anglosajón) para tratar de cambiar el orden autoritario y enajenante que predicaba Hollywood a partir de la cacerías de brujas de McCarthy. Resulta tristemente irónico que muera justo en un momento de censura, persecución, destrucción sistemática de la libertad de expresión, imposición de modelos sociales, morales y religiosos opresivos, persecución de las diferencias y renacimiento del fascismo. Durante la primera presidencia de Trump declaró: “Nuestra tolerancia compartida y nuestro respeto por la verdad, nuestro sagrado Estado de derecho, nuestra esencial libertad de prensa y nuestras preciosas libertades de expresión, todas han sido amenazadas por un solo hombre”. Lo que está pasando ahora en el segundo trumpiato va mucho más allá de eso. Echaremos de menos a Redford en el momento en que los múltiples programas reaccionarios para controlar la cultura avanzan triturando años de lucha y creación.

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