Llega un momento en que hay que escribir cartas ya que nadie lo hace y, sobre todo, a una ardilla.
Siempre me ha gustado asomarme a la ventana y observar la vida que pasa. Es la situación más cómoda imaginable. Tranquilamente, sin cansancio observo los movimientos humanos. Veo sin ser vista: sin ser la vista de nadie. A cualquier hora, en cualquier día, en cualquier circunstancia. Qué ocurre con los demás, sin yo tomar parte. A la distancia, desde un séptimo piso. Veo, pero no oigo, por lo que puedo inventar las conversaciones. Crear para los viandantes la posibilidad de otra vida ya que muchos no vuelven a pasar por la calle y se esfumarán en el horizonte. En cambio, otros son metódicos y si quiero saber qué hora es, me asomo para verlos pasar puntualmente. Como Kant.
El desfile es variopinto. Por una calle fluyen todas las edades, todos los géneros, todas las profesiones, todas las jerarquías, todas las enfermedades, todas las ilusiones, todas las presiones y depresiones, derrotas, fracasos, triunfos, éxitos, buena y mala suerte. El compendio de la existencia. La enciclopedia humana caminante. Se puede nacer en una calle y se puede morir en una calle. Se convierte en el principio de un amor o de una amistad, pero también en el término. Salir a una calle es una aventura. Quien sale ignora si regresará.
Hasta aquí la humanidad que no cesa y su torrente de impulsos.
PERO
Y este es un gran
pero. He aquí que
un día.
Lo que vi desde mi
ventana y desde mi
balcón
fue una
ardilla
paseando
feliz
por los cables de la luz.
La ardilla, de vez en vez, se paraba y miraba hacia arriba hasta que sus ojos se detuvieron en los míos y las dos nos saludamos y sonreímos.
Entonces lo supe. Sería la recipiendaria de las cartas que estaba a punto de escribir sin saber a quién. Una ardilla es ideal para contarle historias, compartir preocupaciones, escribir poemas. Dicho y hecho o pensado y escrito. A continuación, el epistolario desde mi balcón. Un epistolario mixto. Centáurico. Arrítmico. Como debe ser. No faltaba más.
CARTA 17
Querida Ardilla:
Yo también puedo contarte cosas de este mundo. Los azares. Las casualidades. Las conversiones en necesidades. ¿Acaso hay leyes?
¿O las inventamos? Hay coincidencias o eso creemos. Pensamos en alguien y lo veo pasar por la calle.
Sueño con alguien y me lo encuentro. Apenas conozco a alguien y ya tenemos cosas en común.
Alguien de muy lejos, de otro continente, me hace señas. Alguien le dice a alguien que le dice a otro alguien y ya estamos en comunicación.
Los parecidos. La palabra empezada que otro termina.
La sonrisa cómplice.
Quisiera que alguien me llamara
por teléfono. Y lo hace.
Lo extraño como natural. Lo natural como extraño.
Que no es lo mismo.
Las conexiones.
Oigo el ruido de un avión que cruza
el cielo sobre mi cabeza.
Lo veo desaparecer. ¿Quiénes vendrán en él?
¿Estarán pensando en que alguien piensa en ellos?
Lo que nunca se sabrá.
Lo que sí se sabrá, aunque sea años
y años después.
Los pensamientos cortos.
Pero imprescindibles.
Los pensamientos rotos.
Pero necesarios.
La música que va por dentro.
Insistente. Repetitiva. Insoportable.
Que ya se acabe. Que ya no suene.
De pronto, un recuerdo.
¿Por qué, de pronto?
¿Dónde estaba antes ese recuerdo?
¿Qué lo trajo a la memoria?
El azar.
La necesidad.
La
concatenación.
La asociación.
Imposible
saberlo.
O sí. Y no reconocerlo.
Ahí. Guardado en algún rincón
de la memoria.
Esos cajones de la memoria.
¿Por qué se abren y se cierran?
¿Quién los maneja?
La memoria práctica y la memoria impráctica.
Lo que otro recuerda, ¿por qué
lo olvidé? Lo que otro olvida,
¿por qué lo recuerdo?
Recuerdos que son inventados.
Si nadie recuerda lo que yo. ¿Acaso
es o no es?
Pero lo que yo recuerdo, alegra a otro. Lo que el otro ha recordado, lo borro.
Lo borro, no lo quiero.
Pero ya no lograré borrarlo.
No, no fue así. No puede comprobarse.
Que no me despierte en la noche
el recuerdo.
Se instalará el insomnio.
Y no quiero.
Quiero dormir.
Dormir sin soñar.
Que si sueño, aparece el recuerdo.
El recuerdo desvirtuado.
El recuerdo que no es sino
la obsesión.
EN LA DISTANCIA, DESDE UN SÉPTIMO PISO. VEO, PERO NO OIGO, POR LO QUE PUEDO INVENTAR CONVERSACIONES. CREAR PARA LOS VIANDANTES LA POSIBILIDAD DE OTRA VIDA
Hoy también me pasó contigo, querida Ardilla. Hacía días que no te veía o no coincidíamos con mi salida al balcón. Pensaba en ti y, en eso, te vi corriendo por los cables hacia un árbol, no el de la esquina sino el que está a media cuadra, donde te quedaste un buen rato. Yo tuve que entrar para algunos menesteres y al volver a salir te busqué, pero ya te habías ido a alguno de tus refugios.
Así que formas parte de los encuentros y las casualidades. Te mando una caricia, algo que no lograré, tú corriendo por los cables de la luz y yo desde mi puesto en el balcón del séptimo piso.
Pero aquí va la caricia de despedida.


