En una propiedad llamada Le Domaine de la Baume en la región de Provence-Alpes-Côte d’Azur, en Var, Francia, un hombre se asfixia con una bolsa negra de plástico. Antes de que el Parkinson le explote en el cuerpo, el viejo de setenta y un años se cubre la cabeza con la bolsa a la que previamente le ha grabado la icónica impronta que es su nombre, y con las fuerzas que le quedan en las manos, tira del plástico negro para que se le unte en la cara, aprieta urgido antes de que los temblores las llenen, a ellas, las manos manchadas de pintura aferradas al plástico. La boca se abre buscando llevar aire a los pulmones, las fosas nasales se aferran a la vida, es un pez fuera del agua la cabeza adentro de esa bolsa, que da coletazos, que respira o eso intenta, que jala aire, que aprieta, que gime y sigue tirando y la barba se dibuja a través de la bolsa, el rictus se descubre como una máscara mortuoria; entonces las fuerzas del viejo pintor se despiertan otra vez para rebelarse contra la inminente enfermedad, para acabar con la sentencia que ha empezado a correr, para finalizar el trabajo de más de cinco décadas de uno de los pintores más auténticos, prolíficos y reconocidos del siglo XX, para negarse el aliento y darse muerte, porque será su muerte, el pintor así lo ha querido, la última, pero no la más definitiva de sus obras.
El cuerpo pesado y grande se desvanece, pero la bolsa sigue en su sitio. Es el 4 de octubre de 1999 en el departamento de Var, en la comuna de Tourtour, Francia. Afuera hace frío, tal vez un recuerdo de sol se deja ver entre las nubes, el viento no permite que el follaje descanse y un silencio de campo lo cubre todo. Aquel es sin duda un día lindo.
BERNARD BUFFET NACE EN PARÍS el 10 de julio del año 1928. Hijo de un matrimonio burgués que cinco años antes había dado a luz a Claude, su hermano mayor; sus dos abuelos son militares, uno de ellos es un apasionado del dibujo. Buffet crece en un entorno cultivado y comienza a dibujar a la edad de diez años, asistiendo a cursos con maestros importantes de la época; en 1943, aprueba con éxito el concurso para ingresar a la Escuela de Bellas Artes de París y comienza a su vez a colaborar y a trabajar en el estudio del pintor e ilustrador francés Eugène Narbonne, quien será jefe de pintura de la Escuela de Bellas Artes de 1939 a 1955; en dicho estudio colaboran también los jóvenes Maurice Boitel y Louis Vuillermoz. El adolescente Bernard tiene entonces quince años. La pintura es ya una religión para él; es en este periodo que el joven prodigio pinta su cuadro La Déposition de croix en el que pueden verse los rasgos que acompañarán toda su obra: la línea negra como contorno inconfundible en todas las figuras, la ausencia de profundidad, el trazo que sin perder complejidad parece salir de la espontaneidad de la caricatura, la pátina de desgaste y de angustia con la que cubre cada uno de sus cuadros fuertemente influenciados por la genial rara avis Francis Gruber, pintor francés muerto de tuberculosis a la edad de 36 años, cuya obra será uno de sus más grandes modelos. Buffet comparte talleres con otros pintores, pero pronto se instala solo en un piso de la familia; sus vacaciones en Bretaña quedan retratadas en algunos cuadros de playa y a finales del verano de 1945 su madre muere a causa de un tumor cerebral. Este golpe trae a la vida de Bernard una nueva compañera, quien, al igual que la pintura, va a quedarse con él hasta el último día de su vida: la tristeza. Pero el hombre ha nacido para pintar y lo pinta todo. En 1946 debuta en el “Salón de Menos de Treinta Años” en la Galería de Bellas Artes con un autorretrato, y al año siguiente expone en el “Salón de los Independientes”. Su pintura, violenta y melancólica escandaliza y fascina, el trabajo de Buffet es calificado de miserabilista y exhibicionista por las escenas que retrata, por su paleta, por los objetos, por su estilo desesperado y al mismo tiempo cínico. Sin embargo, en 1948 expone con éxito y gana el recién inaugurado Premio de la Crítica fundado por Augustin Rumeau y su esposa, ex-aequo con Bernard Lorjou y ese mismo año vuelve a exponer con Lorjou y otros pintores, quienes formarán el grupo de L’Homme Témoin, el Hombre Testigo. En 1949 se casa con Agnès Nanquette y se separa un año después; Buffet cabalga entre el éxito, la crítica más severa (detestado por figuras como André Malraux por ir en contra del arte abstracto reintroduciendo la pintura figurativa), el alcohol y las anfetaminas, pero pinta y no se detiene. Para ese entonces, Buffet, y un tal Picasso, son dos de los artistas más prolíficos y reconocidos del siglo XX; es bien sabido que Picasso sentía una gran y contradictoria admiración por el trabajo de Buffet, pero también celos del fértil y genial pintor francés, así que el artista español lo mira con desdén y muy pronto arremete con comentarios negativos sobre su obra y su persona; las posturas del público y seguidores de ambos pintores se dividen y comienza, junto al reconocimiento logrado, una campaña de desprestigio y rechazo hacia Buffet, una “rivalidad” entre los dos más grandes artistas de Europa, que no terminará mientras vivan ambos.

Lisboa o la posibilidad de ser otro
EL TRABAJO DE BUFFET ES CALIFICADO DE MISERABILISTA Y EXHIBICIONISTA POR LAS ESCENAS QUE RETRATA, POR SU PALETA, POR LOS OBJETOS, POR SU ESTILO DESESPERADO Y AL MISMO TIEMPO CÍNICO
EN 1950 INICIA UNA RELACIÓN con el empresario, coleccionista y mecenas Pierre Bergé (dando inicio a una de sus etapas más prolíficas), su fiel compañero y representante hasta la ruptura en 1958, año en el que Buffet conocerá a la también artista Annabel Schwob, escritora y cantante, quien será su segunda esposa y compañera hasta el final de su vida. Pero es Pierre Bergé, pareja de Yves Saint Laurent desde 1959 hasta la muerte del diseñador en el año 2008, quien escribe uno de los retratos más íntimos del artista en un libro titulado simplemente Bernard Buffet. En un programa de televisión al que acude la pareja con motivo de la publicación del libro, Bergé reconoce que Buffet es el pintor francés del que más se habla en Francia, exceptuando a Picasso, quien es español; Bernard Buffet —explicaría Bergé— es silencioso, reservado, modesto, un trabajador obsesivo; es sensible, pero no a las cosas a las que los demás son sensibles. Bergé asegura que Buffet es silencioso porque todo lo que tiene por decir lo dice en sus cuadros, su lenguaje, su manera de hablar, está en su pintura. El arte que Buffet hace le basta a él mismo.
Pintor, grabador, escultor, ilustrador, su obra es vasta y variada, arriesgada en técnicas y en temas; por su pintura se recorre todo el paisaje francés: el mar, el campo, todas las arquitecturas, los pueblos y las grandes ciudades, interiores, parques, estudios y bistrós; en sus cuadros encontramos payasos, animales, flores, toda suerte de objetos, naturalezas muertas, retratos. Buffet habla en su pintura del Holocausto, de la religión, ilustra libros, mitos, oficios. Su obra es un estudio exhaustivo del color y del hombre, de la vida y de la muerte, del dolor, de la gran burla del ser humano, de la naturaleza y del espacio, de las posibilidades infinitas del lienzo. Sus cuadros reflejan toda la tristeza y toda la desesperanza, el desgaste de un mundo y el de sus objetos, un mundo famélico como los desnudos que desfilan por los lienzos, pero no sólo el cuerpo humano queda desnudo en la pintura de Bernard Buffet: una habitación, un ramo de flores, las miradas muchas veces esquivas, resignadas, los rostros agotados de los payasos, un platón con frutas, animales, iglesias, los edificios y los monumentos, las plazas, Buffet, ese hombre testigo que sabe observar la vida, despoja a todo de su vestimenta y muestra su precariedad; el recuerdo siempre cubierto por una capa de ceniza, y el cansancio que el tiempo le deja a todo, son los colores más usados en su paleta; hasta que la línea negra no aparece, los objetos, las figuras en los cuadros no cobran vida, es su línea negra el oxígeno del cuadro; las pinceladas negras de las que está hecha toda su obra son casi tajos que le hace al lienzo, como si de la herida escapara el lenguaje más profundo de la obra, ese negro siempre presente que es casi mugre, manchones en la pintura, trazos desordenados, impulsivos, y nada, en la pintura de Buffet, es más equilibrado, minucioso, virtuoso como ese negro que nos explota en la cara cuando nos detenemos a contemplar alguno de sus cuadros.
Buffet es de esos poquísimos artistas que llevan toda su vida pintando y que, sin embargo, cuando comienza un nuevo cuadro, es como si comenzara el primer cuadro de su vida. Un eterno volver a empezar. Es un artista que cuando cree que ha llegado a algo, cuando cree haber terminado una obra, se pone inmediatamente a trabajar en la siguiente; una especie de mito de Sísifo son su vida y su obra. Sus pinturas son una lección de lo que significa “trabajo en el arte”; Buffet al igual que Picasso, no cree en la inspiración sino en la acumulación de horas de trabajo en el estudio.
SUS PINTURAS SON UNA LECCIÓN DE LO QUE SIGNIFICA ‘TRABAJO EN EL ARTE’; BUFFET AL IGUAL QUE PICASSO, NO CREE EN LA INSPIRACIÓN SINO EN LA ACUMULACIÓN DE HORAS DE TRABAJO EN EL ESTUDIO
EN 1952, BUFFET ILUSTRÓ Les Chants de Maldoror de Lautréamont. Las ilustraciones, hechas con una técnica llamada Punta seca, pointe sèche (una técnica de grabado utilizando una aguja de metal fino), es para mí una de las contribuciones más gratas para el arte del siglo XX, un poema sobre el poema o un poema que acompaña al poema. En el trabajo que Buffet realizó para el libro del Conde de Lautréamont, puede estar el resumen de toda su obra, congregados los temas que lo acompañarían en su vida, todas sus pasiones, sus gustos y sus demonios. Cada ilustración está hecha utilizando sólo la línea negra, despojando al dibujo de cualquier adorno o retoque, desnudando a la pintura, llevándola al extremo primero, como hace el poeta Ducasse con la palabra. Y es que Buffet entiende la poesía y por lo tanto entiende al hombre.

INFLUENCIADO POR CÉZANNE, Buffet fue muchas veces hacia el paisaje natural; ya antes, de muy joven, había explorado pintar fuera de la ciudad, pero es a partir del año 1956 cuando adquiere una propiedad en Fuveau, cerca de Aix-en-Provence, lugar en donde Cézanne pintó décadas antes sus estudios sobre la montaña Sainte-Victoire y redefinió la pintura moderna; también Buffet presiente que en el campo se oculta la oración que busca y Provence será desde ese momento su hogar y en su taller. Ese mismo año, el director belga, Étienne Périer, realiza un filme de 20 minutos sobre el pintor, al que titula simplemente, como el libro de Bergé, Bernard Buffet. Durante tres días, el realizador acompaña al pintor en su estudio, en la creación de una naturaleza muerta; este documental que muestra un poco del proceso de trabajo de Buffet, sirve a manera de retrato del hombre y del artista.
La primera vez que pude vivir en París, caminé sus calles, entré a sus cafés, y en ciertas horas, en ciertas gentes, en algunas buhardillas, en algunos templos y fuentes, en el cruce de una avenida, caí en la cuenta de que la pintura de Buffet estaba ahí, encontraba su paleta en un parque revestido de otoño; en aquella ciudad me di cuenta de que para estudiar su obra no debía únicamente visitar los museos, leer del primero al último libro que hablara del pintor, era caminar, descubrir los lugares que pintó, tratar de entender el paisaje con su misma mirada y la de su pincel. A veces, París es más París en los cuadros de Buffet que en la ciudad misma, con toda Francia ocurre algo igual. Y así pasa también con la vida.
HAY ENFERMEDADES QUE TE QUITAN la vida y hay enfermedades que te la dan. La pintura fue para Bernard Buffet la enfermedad que lo mantuvo vivo y el Parkinson, ya se sabe a dónde lo llevó. En 1998 Buffet es diagnosticado con el Mal de Parkinson. Si en los años anteriores sus cuadros reflejaron más color, lo sombrío gana otra vez la fuerza central en su obra. Se aísla seis meses en su propiedad y pinta una serie de veinticinco cuadros que retratan la muerte: esqueletos crucificados en paisajes desolados, esqueletos travestis, cuervos, pinceladas como lanzas más desesperadas que nunca con la urgencia del artista que prepara, en una lucha contra el tiempo, su testamento.
Y una bolsa de plástico negra firmada por el pintor en la que dejó su vida.
La pintura para Bernard Buffet podría entenderse por la manera en la que cometió su suicidio, era respiración, y cuando sintió que no podría pintar más, que un inminente temblor se acercaba para ponerle fin a su arte, el artista decidió dejar de respirar.

