A diferencia de tantos otros teatreros beneficiados con su amistad, yo no tuve la fortuna de tratarlo. Alguna vez se presentó la oportunidad de saludarlo al final de una función que ahora no recuerdo. Sí en cambio su gesto amable y sencillez.
Como estudiante tuve que leer Te juro Juana que tengo ganas e intentar diseñar una escenografía para la clase de Alejandro Luna, boceto en papel albanene que fue roto con singular indiferencia por el maestro, quien blandiendo su escalímetro declaró contundente que mi diseño “no cabía” en el teatro sugerido. Por esas épocas vi una función muy mala de Chucho el roto en el Teatro Juárez durante algún Cervantino y más adelante un muy buen montaje de Fotografía en la playa dirigido por Alejandra Gutiérrez en el teatro Casa de la Paz.
CARBALLIDO ERA UNA PRESENCIA relativamente cotidiana dentro de la cartelera. Era ya un dramaturgo más que reconocido, maestro de muchos, querido por todos y sin embargo visto, cuando más, como un autor efectivo que sabía plasmar con buen oído el habla cotidiana de los mexicanos. Rosa de dos aromas, Orinoco, grandes éxitos en taquilla y aunque no tanto, también en la pantalla grande. La clase media que en ese entonces iba al teatro lo disfrutaba.

Era “nuestro autor costumbrista del siglo XX”, esto dicho siempre con mucho respeto, pero sin darle mayor valor y mucho menos considerarlo como un autor que permitiera una visión de vanguardia o que invitara a la experimentación y la propuesta escénica novedosa. Búsqueda indispensable en aquellos años y que de alguna manera permanece hasta nuestros días, inundando los escenarios de propuestas formales, en su mayoría vacuas y de corto alcance, que cuando más cumplen la agenda hoy impuesta por las instituciones para abordar temas de género y lo que han dado en llamar “grupos vulnerables”.
VI CON TODA CLARIDAD CÓMO EL PAISAJE TROPICAL PODÍA FÁCILMENTE SER SOBREPUESTO A UNA PROVINCIA RUSA DE FINALES DEL SIGLO XIX
ESTE AÑO SE CUMPLE EL CENTENARIO de su nacimiento y han pasado diecisiete de su muerte. Tiempo y momento más que pertinente para hacer un alto en el camino y revalorar la obra del entrañable veracruzano. Por fortuna la fecha no pasó desapercibida para el Instituto Nacional de Bellas Artes y para el Coordinador Nacional de Teatro, el también dramaturgo Luis Mario Moncada, que retomaron su labor como productores íntegros y nos presentan La danza que sueña la tortuga.
Dinorah Medina, productora de Fayuca Arte de Intercambio, junto a Nohemí Espinosa, directora, lograron reunir a un elenco notable, formado por Sonia Couoh, Erika de la Llave, Carmen Mastache, Yadira Pérez, Jorge Zárate, Omar Betancourt y Cris Ramos.
Dos hermanas solteronas en la Córdoba, Veracruz, de los años cincuenta, vivían su vida felizmente resignada. Bajo la tutela de su hermano, que las cuidaba y procuraba, mientras recibía a cambio un trato de patriarca benévolo. La escenografía a cargo de Mauricio Ascencio y Ángel García recrean, cuidando hasta el más mínimo detalle la tiendita del barrio en la que se desarrolla la acción.
Rocío, una de las hermanas que se está quedando sorda, es una condición que emplea Carballido para detonar todo el enredo de esta aparente comedia. En un momento dado entenderá y querrá creer que su joven sobrino, Alberto, le ha propuesto matrimonio, avivando todas las esperanzas inconscientemente reprimidas.
La comedia adquiere ritmo, los malos entendidos (literalmente) se van sumando y enredando deliciosamente. El público, sala llena cuando asistí, se identifica, ríe y aplaude.
Carballido en su jugo, conectando con los espectadores, quienes ovacionan gustosos al final de la representación Hasta aquí todo muy bien. Uno sale con buen sabor de boca y hasta con cierto regusto nostálgico. Y, sin embargo (siempre hay uno), me queda la sensación de que nadie lo ha entendido realmente, le siguen poniendo el “Don” a Emilio. Lo representan con respeto confiando en su eficacia comprobada. Y no se me malentienda, disfruté y reí como el que más, como en los tiempos en que el autor vivía y era bien recibido por el público que no esperaba ni más ni menos. Sí, sigue funcionando, pero me deja la sensación de que aún no se le ha comprendido en toda su profundidad.
De pronto vi con toda claridad cómo el paisaje tropical podía fácilmente ser sobrepuesto a una provincia rusa de finales del siglo XIX. Desfilaron por mi mente un Tío Vania en guayabera, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, éstos tal vez cargados de guanábanas.
NO PUDE DEJAR DE PENSAR en las discusiones de Chéjov y Stanislavski sobre sus diferencias ante la comedia y la pieza, que estoy cierto, Carballido continuaba en su cabeza. Sumergirse en los profundos dramas humanos que se esconden entre las trivialidades cotidianas que nos conforman día con día.
El reto sigue ahí, desentrañar, más que desenredar, ahondar en la heroicidad de un simple acto en apariencia minúsculo. La renuncia a la felicidad y realización propia en aras de mantener una aparente armonía, un statu quo que se derrumba por más que intentemos sostenerlo.
Es interesante hacer notar que esta obra es parte de una singular trilogía, compuesta por una precuela: Un sin fin para el planeta y, un cuento, “El alma dormida”. Para tener la experiencia casi completa (faltaría leer el cuento que, por cierto, es extraordinario), la Coordinación Nacional de Teatro programó el montaje de la primera con alumnos de la Escuela Nacional de Teatro en el mismo Centro Cultural del Bosque, en la Sala Xavier Villaurrutia. Que esta celebración sirva para revisitar a uno de nuestros grandes dramaturgos, al que por fortuna se empieza a descubrir en su entera dimensión.
Teatro Orientación, Centro Cultural del Bosque.
Jueves, viernes y sábados a las 19:00 hrs.
Domingos 18:00 hrs. Hasta el 23 de noviembre.
Adultos: 150 pesos. Infancias: 80 pesos.
teatroinbal.sistemadeboletos.com


