— ¿A QUÉ EDAD empezaste a jugar ajedrez?
—A los 6.
—¿Y a qué edad empezaste a tomártelo en serio?
—A los 7.
El entrevistado, Bobby Fisher, era un gigantón al mismo tiempo amable y engreído. Hijo de una enfermera suiza, Regina Wender, y un biólogo alemán, Hans-Gerhardt Liebscher, quien cambió su apellido por el de Fisher en 1938 para borrar la huella de su judaísmo y emigrar a Estados Unidos con su hija de 5 años.
Robert James Fisher nació el 9 de marzo de 1943. Cuando cumplió seis años, le regalaron un tablero de ajedrez de plástico. Se obsesionó con el juego. Su madre acudió a un psicólogo: “No hace otra cosa más que jugar al ajedrez, está obsesionado”. El psicólogo le respondió que había cosas peores con las que estar obsesionado y que su fijación con el juego pasaría.
No fue así. Fisher se convirtió en Campeón de Ajedrez de Estados Unidos a los catorce años y a los veintinueve en Campeón del Mundo, acabando con la supremacía soviética en mitad de la Guerra Fría.
Semanas antes del encuentro decisivo, Fisher recibió una llamada.
—El peor jugador de ajedrez del mundo llamando al mejor jugador del mundo. Bobby, veríamos con gran agrado que viaje usted a Islandia y venza a los rusos en su propio juego. El gobierno de Estados Unidos le desea lo mejor, y yo también— era la voz de Henry Kissinger.
BOBBY FISHER TOMÓ EL PRIMER VUELO a Islandia y se jugaron 20 de las 24 partidas previstas. Fisher ganaba 11.5 a 8.5, necesitaba una victoria para quedarse con el campeonato. Las excentricidades del ajedrecista, que ya mostraba rasgos de paranoia y manía, causaron conflictos durante el encuentro. Fisher quería más dinero, un alto porcentaje de los derechos televisivos y acusaba (después se sabría que tenía razón) que no jugaba contra una persona, sino contra ocho, pues Spassky jugaba en nombre de un concilio de Grandes Maestros soviéticos. La delegación soviética presentó un escrito en el que denunciaba: “Fisher está influyendo en el comportamiento de Spassky; se vale de sustancias químicas o medios electrónicos”. Decenas de científicos islandeses registraron a fondo la sala de juego, las mesas, las sillas y las piezas. No encontraron nada.
Bobby Fisher se convirtió en el primer campeón mundial estadunidense el 1 de septiembre de 1972.
Se retiró del ajedrez y se esfumó. Apareció treinta años después, convertido en un auténtico vagabundo y delirando. Decía ser admirador de Hitler y estar feliz por el ataque a las Torres Gemelas. Murió al poco tiempo. Su corta vida dejó una estela de genialidad y revivió el mito de la locura entre los ajedrecistas. El escritor G. K. Chesterton lo fraseó del siguiente modo: “La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez.”


