REDES NEURALES

El gozo sereno del olvido

A Alexander Luria se le reconoce como pionero en las investigaciones sobre problemas del lenguaje.
A Alexander Luria se le reconoce como pionero en las investigaciones sobre problemas del lenguaje. Foto: Luria Homepage

En una comunicación con Oliver Sacks, Alexander Luria, el padre de la neuropsicología, le habló acerca de su anhelo de desarrollar una “ciencia romántica”: un conjunto de trabajos narrativos con valor y rigor científico, en los cuales el sujeto de estudio no quedara reducido a un número o a una caricatura; el trabajo de la ciencia romántica tendría que dar cuenta de las singularidades de la personalidad, la trayectoria personal, y los contextos específicos en los cuales se desarrolla una trama neuropsicológica profundamente humana.

A.R. Luria publicó en 1968 un estudio narrativo titulado Un pequeño libro acerca de una vasta memoria. En Estados Unidos apareció con un título alternativo: La mente del mnemotécnico. Trata acerca de Solomon Shereshevsky, un hombre que creció en la comunidad judía de Rusia, y que asistió por primera vez a la consulta de Luria durante la década de 1920. ¿Cuál era el motivo de consulta? ¿Se trataba de alguna enfermedad neurológica, o un defecto psicológico incapacitante? De ninguna manera. Shereshevsky trabajaba como reportero, y su jefe, el editor del periódico, se molestó al ver que no tomaba notas tras recibir complicadas instrucciones. Pero el editor comprobó que Shereshevsky podía reproducir todos los datos, palabra por palabra. Motivado por la curiosidad, lo envió al laboratorio de psicología.

El doctor Luria quedó sorprendido por las capacidades de memorización del joven S. Por ejemplo, le presentó una tabla con números aleatorios. La tabla incluía muchos dígitos, algo así como: 6, 6, 8, 0, 5, 4, 3, 2, 1, 6, 8, 4, 7, 9, 3, 5, 4, 2, 3, 7, 3, 8, 9, 1, 1, 0, 0, 2, 3, 4, 5, 1, 1, 0, 0, 2, 3, 4, 5, 1, 2, 7, 6, 8, 1, 9, 2, 6, 2, 9, 6, 7, 5, 5, 2, 0… Después de 3 minutos examinando la tabla, S. la memorizó con tal exactitud que podía declamarla de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, o en orden inverso, siguiendo el orden de las columnas, o siguiendo el orden de los renglones.

EN LAS SIGUIENTES SESIONES, Luria aprendió que Shereshevsky podía hacer esto prácticamente sin limitación en cuanto al número de dígitos, sílabas, palabras o frases que tuviera que memorizar. El seguimiento de varias décadas le permitió al doctor comprobar que, una vez incorporado a su sistema de memoria, cualquier conjunto de datos podía ser evocado por S., sin error, tras un año, o dos, o quince años. Al recordar, por ejemplo, listas de palabras tras una década, Shereshevsky decía algo así como: “Sí, claro… Esta lista me la diste una vez en tu oficina… estabas sentado en la mesa y yo en el sillón. Vestías un traje gris y me mirabas de esta manera… Ahora puedo ver que entonces me decías estas palabras…”

Luria se convenció de que medir los límites de la memoria de S. era una tarea condenada al fracaso. De hecho, los límites sí existían, pero Luria los descubrió tiempo después sin proponérselo. Decidió posponer el abordaje cuantitativo para enfocarse en los mecanismos psicológicos que hacían posible la memoria prodigiosa. Durante las tareas de memorización, el ruido ambiental interrumpía la concentración de S., quien expresaba entonces que no podía “ver” las respuestas correctas al evocar números, letras o palabras, como si normalmente tuviera acceso a estos datos en algún tipo de “pantalla” mental, y este acceso fuera obstaculizado por el ruido. Según sus palabras, las imágenes que debía evocar aparecían distorsionadas en su conciencia por algo así como un efecto de “olas” o “vapor”.

Dice Shereshevsky:

Cuando escucho la palabra verde, aparece en mi mente una maceta verde; con la palabra rojo veo un hombre que viene hacia mí con una camiseta roja; al oír la palabra azul, esto significa que la imagen de una persona ondulando una bandera azul a través de una ventana… incluso los nombres me recuerdan imágenes. Tomemos por ejemplo el número 1.

Se trata de un hombre orgulloso y fuerte; 2 es una mujer altiva; 3 es una persona melancólica (por qué, no lo sé); 6 es un hombre con un pie hinchado; 7 es un hombre con bigote; en cuanto al número 87, veo una mujer obesa junto a un hombre retorciendo su bigote […].

LURIA SE CONVENCIÓ DE QUE MEDIR LOS LÍMITES DE LA MEMORIA DE SHERESHEVSKY ERA UNA TAREA CONDENADA AL FRACASO

Estos peculiares procesos de visualización traen consigo una ventaja: S. puede almacenar toda la información, a la manera de una memoria “fotográfica”. Esto le permite evocar, por así decirlo, la “fotografía mental” de un conjunto de datos almacenado en cualquier momento del pasado, incluso tras años o décadas. Su evocación está casi libre de errores, porque ve los recuerdos con nitidez y estabilidad, como nosotros lo hacemos cuando describimos una fotografía física presente frente a nuestros ojos. Podemos acercarnos y examinarla. El señor Shereshevsky puede hacer lo mismo con los recuerdos: traerlos a la conciencia como si fueran hojas de papel para leer los datos con gran precisión, en el orden que sea.

VEAMOS EL PADECER DE SHERESHEVSKY: según Luria, tenía una gran dificultad para eliminar imágenes que fueron útiles alguna vez, pero que ya eran un estorbo para el funcionamiento diario. Las imágenes persistían como monumentos inútiles y eternos en el museo de la memoria, a pesar del anhelo de olvidarlas. Su vida laboral fue caótica. Tarde o temprano trabajó como mnemotécnico en el mundo del espectáculo. Allí se hizo evidente la dificultad de S. para olvidar. El público le pedía que memorizara incontables secuencias de información: letras, sílabas, números; el tipo de información que requería un complicado proceso sinestésico de visualización. Shereshevsky comenzó a tener miedo de cometer errores, porque al escuchar una secuencia de información a veces evocaba las imágenes visuales correspondientes a otra secuencia, aprendida con anterioridad, de manera involuntaria. Esto le provocaba angustia, porque la visualización previa interfería con la memorización actual. Se podría decir que este tipo de errores no se debían a una dificultad inherente a la memorización, sino a la capacidad para discriminar y elegir entre las imágenes memorizadas. Los límites del gran mnemotécnico fueron encontrados, finalmente, en el cruel mundo del espectáculo.

Las tentativas de Shereshevsky para el olvido eran peculiares. Hacía listas de lo que debía olvidar. Si los demás lo cuestionaban burlonamente, S. replicaba diciendo que a él le parecía absurdo lo que todos damos por hecho: hacemos listas para recordar algo. En sus propias palabras: “escribir algo significa que no tendré que recordarlo… así que empecé a hacer esto con pequeños asuntos como números telefónicos, nombres, mandados de cualquier tipo. Pero esto no me llevó a ninguna parte, pues seguía viendo en la mente lo que escribía.”

En medio de la desesperación, Shereshevsky confesó al doctor que optó por quemar los papeles, pero seguía viendo el rastro de los números en medio de las cenizas. El estudio científico de Alexander Luria nos motiva a estudiar la función complementaria del olvido y la memoria. Como diría el filósofo Kierkegaard: quien se ha perfeccionado en las artes gemelas de recordar y olvidar está en posición de jugar con la existencia.