Diversa Cultural

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LEÓN VOLADOR
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LEÓN VOLADOR

EL GRIFO ES EL AVE más grande de todas las del cielo. Vive en el lejano Oriente, en un golfo de la corriente oceánica. Y, cuando se yergue el sol sobre las profundidades marinas y alumbra el mundo con sus rayos, el grifo extiende sus alas y recibe los rayos del sol. Y otro grifo se alza con él, y ambos vuelan juntos hacia el sol poniente, tal y como está escrito: “Extiende tus alas, dispensador de la luz; entrega al mundo la claridad” (Phys. Griego). […] El Fisiólogo nos dice que vive en una parte de los desiertos de la India; y allí moran estos pájaros. Las aves de este tipo no salen jamás de los desiertos, salvo que no puedan encontrar el alimento que desean. Estos pájaros son por naturaleza tan fuertes que agarran un buey vivo, se echan a volar con él y se lo llevan a sus polluelos. Este pájaro representa al diablo; el buey significa el hombre que vive en pecado mortal y no quiere apartarse ni retirarse de él. Cuando llega la muerte, tiene que morir; entonces, viene volando el grifo de los desiertos y busca su pitanza. Y agarra el alma desdichada, y se lanza a volar con ella hacia los desiertos, y la arroja ante sus polluelos; y los polluelos la cogen y la arrastran al nido. Y allí chilla y grita la desgraciada, como un toro, por la vergüenza que sufre. El desierto representa el infierno, del que vino volando el grifo (Pierre de Beauvais).

Anónimo, Bestiario medieval: Antología, trad. Ignacio Malaxecheverría, Siruela, 1999.

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El Cultural No. 530

EL PODER DE LA MENTIRA

TANTAS COSAS QUE YO NO SABÍA. Nunca me habían hablado de este sol de las tres. Tampoco me habían hablado de este ritmo tan seco, de este martillazo de polvo. Que dolería, me habían dicho. Pero que el pájaro que viene hacia mi esperanza desde el horizonte no abriría las alas de águila sobre mí, eso yo no lo sabía. No sabía lo que es ser cubierta de sombras por grandes alas abiertas, un pico de águila inclinado riendo. Cuando en los álbumes de adolescente yo respondía con orgullo que no creía en el amor era cuando más amaba. Tampoco sabía el resultado de mentir. Empecé a mentir por precaución, y nadie me avisó del peligro de ser precavida, y después la mentira nunca más se ha despegado de mí. Y tanto he mentido que he empezado a mentir hasta mi propia mentira. Y eso —ya aturdida lo sentía— era decir la verdad. Hasta que decaí tanto que la mentira la decía desnuda, simple, corta: decía la verdad en bruto.

Clarice Lispector, “Sin aviso”, Para no olvidar. Crónicas y otros textos, trad. Elena Losada, Siruela, 2007.

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EL SENTIDO DE LA VERDAD
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EL SENTIDO DE LA VERDAD

EN UN APARTADO RINCÓN del universo, que centellea desperdigado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más arrogante y mentiroso de la “historia universal”: pero, a fin de cuentas, fue sólo un minuto. Después de que la naturaleza respirara unas pocas veces, el astro se heló y los animales astutos tuvieron que perecer. […] Pues ese intelecto no tiene misión alguna fuera de la vida humana. Es algo humano y sólo su poseedor y progenitor lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo.

¿Qué es la verdad? Un ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han quedado gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal. No sabemos todavía de dónde proviene el impulso hacia la verdad: pues hasta ahora solamente hemos hablado de la obligación que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, emplear las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales: de la obligación de mentir según una convención fija, de mentir borreguilmente en un estilo obligatorio para todos.

Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de filosofía del conocimiento, trad. Luis Manuel Valdés Villanueva y Luis Enrique de Santiago Guervós, Tecnos, 2012.

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BALDÍOS
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BALDÍOS

DULCÍSIMOS CRUZAN el vagabundeo de la infancia. Ofrecen de balde su campo de ilusiones que abalanza cielo y tierra, insectos y pastos y el minuto de codiciada libertad recibe un sol más venturoso en su espacio de verde irradiante para la aventura del traspié, del hallazgo imaginario. Porque estábamos descubriendo la especie comestible ignota, salvadora cuando llegara la guerra con sus penurias, de las que ya teníamos noticias. También la belleza del rojo ricino, el sitio para excavar hacia el tesoro, un gajo del árbol del llanto y de la risa, un guante de conejo, un zueco diminuto. Todo lo cortaba el aldabonazo del urgente llamado, pero el corazón vuelve a abrazar aquel mínimo e inocente reino en la memoria, donde se habla con blanca lengua lenificante, que tiene el gusto de hinojo, anís humilde, único hallazgo.

Ida Vitale, Léxico de afinidades, Tezontle, FCE, 2012.

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EL SUEÑO GROTESCO DE PICASSO

CRÍTICOS COMO GERTRUDE STEIN encontraron en las primeras obras cubistas de Picasso (1907) intentos por ver y dibujar como lo hacen los niños, reduciendo el arte a las fuerzas elementales de la línea, el espacio y el color. Después, alrededor del año 1920, cuando Picasso entró a su periodo neoclásico, pintó figuras con miembros, manos y pies grandes, caricaturescos. Picasso atribuyó ese estilo a un sueño recurrente de su infancia: “Cuando era niño, muchas veces tenía un sueño que me asustaba mucho. Soñaba que mis piernas y mis brazos crecían hasta un tamaño enorme y luego se encogían la misma magnitud en la otra dirección. Y en mi sueño me veía rodeado por otras personas a las que les ocurrían las mismas transformaciones, se hacían inmensamente grandes o muy pequeñas. Me angustiaba mucho cada vez que soñaba eso”. Como Picasso dijo con su típica agudeza de oxímoron: “Toma mucho tiempo hacerse joven”.

Craig Wright, “Imagina el mundo como lo hace un niño”, Los hábitos secretos de los genios, trad. Matilde Schoenfeld, Planeta, 2025.

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PAISAJISTA DEL CENTRAL PARK

LAS CIUDADES norteamericanas fueron las primeras en desarrollar sistemas integrales de parques públicos intercomunicados a través de corredores vegetales. El park movement es indisociable de la figura de Olmsted. Este arquitecto paisajista, por usar la expresión con la que le gustaba definir su profesión, se convenció de la necesidad de crear grandes parques públicos en Estados Unidos tras una estancia en Inglaterra, donde conoció de primera mano el trabajo de Paxton y su creación más memorable, el Birkenhead Park. […] El nombre de Olmsted ha quedado asociado para siempre, por una ironía del destino, al del Central Park de Nueva York, que se convertiría en un referente para multitud de proyectos posteriores en todo el mundo. La fatalidad quiso que el inspirador del proyecto, el paisajista Downing, falleciese inesperadamente con tan solo treinta y siete años de edad. Su socio y colaborador, el arquitecto inglés Vaux, se alió entonces con el joven e inexperto Olmsted. El que estaba destinado a ser el padre de la arquitectura del paisaje estadunidense no había ejecutado ni planificado hasta ese momento ningún parque ni jardín, y tampoco poseía formación académica al respecto. […] Olmsted apenas había cumplido los treinta y seis años cuando pergeñó el plan para realizar un parque público de enormes dimensiones (300 hectáreas) en la península de Manhattan, en pleno corazón de Nueva York.

Santiago Beruete, Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines, Turner, 2016.

PAISAJISTA DEL CENTRAL PARK
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