El rock español era chido.
Cuando era morro se escuchaba en todas partes. En la radio. En la calle. En los camiones urbanos. En las tardeadas de la escuela. En las discotecas. Era comercial. Pero destacaba por su calidad. Radio Futura, Alaska, el primer Miguel Ríos. Las melodías eran pegajosas. Y casi todo mundo las coreaba. Los que preferían el pop sabían de memoria “Décima de segundo” de Nacha Pop o “Sin aliento” de Danza Invisible. Para los de gusto más pesado estaban Alarma (con su himno “Frío”), Leño o Barón Rojo. Y para los radicales del punk Eskorbuto, Ilegales y Kortatu. Eran los años ochenta, esos que tan vilipendiados han sido musicalmente.
Antes del final de la década surgió una banda que rompería todos los moldes: Extremoduro. Liderados por Robe Iniesta, un desconocido poeta, grabaron su primer caset de manera autogestiva. Hasta entonces pocos habían escuchado hablar de Plasencia, ciudad perteneciente a la provincia de Cáceres, en la comunidad

Las joyas de la corona. Crónica del robo al Louvre
autónoma de Extremadura. Heroinómano, anarquista de la vieja escuela y con una voz peculiar, Robe, como le decían de cariño, construyó un imperio musical que abarcó once álbumes de estudio, un disco en vivo y dos recopilaciones de éxitos. Más algunas placas como solista y ese portentoso tributo a la poesía de Manolo Chinato que fue Extrechinato y tú, junto a Fito Cabral e Iñaki Uoho.
Considerados heavy en sus inicios, por sus guitarras filosas, Extremoduro era una combinación de actitud punk, un conocimiento enciclopédico de lo barriobajero y poesía. Chingos de poesía. Desde Neruda, pasando por Manolo Chinato, hasta Miguel Hernández y Antonio Machado. Quienes no sólo fueron los maestros de Robe, sino que utilizó muchos de los versos de estos titanes en sus canciones. Además de las mismas letras de Robe, que exhibían una sensibilidad poética anclada en la ternura mezclada con un lenguaje duro que gritaba las cosas sin medir las consecuencias.
ADELANTÁNDOSE A CUALQUIER ETIQUETA, Extremoduro se autodenominó como rock transgresivo. Las historias de sus canciones, además de poesía, incluían loas a ladrones, “Jesucristo García”, encuentros con la policía, consumo de sustancias, amor y despecho y aventuras urbanas. Una combinación que, si bien habían amalgamado otras bandas, en Extremo era apenas el gusano de la mariposa en que se convertiría su estilo a lo largo de las décadas. La única manera de encasillarlos era como inclasificables. Y así lo demuestra su logo, que fue diseñado con un puño de cocaína.
La presencia de Extremoduro en México más bien fue nula. Nunca tocaron en vivo en nuestro país. Donde cuentan con un número sectario de fans, pocos pero concisos. En los noventa, como parte de una invasión española reloaded, DRO, la división de Warner España, decidió enviar a nuestra república taquera los discos de Extremoduro, bendito el ejecutivo loco que tuvo esa idea. Yo trabajaba de vendedor de discos, y un día de 1995 en el embarque llegó un compact de una banda de la que nunca había escuchado nada. Se llamaba Pedrá. La portada era fea, pero intrigante. La ilustración de un mono sobre la superficie lunar amagaba con lanzarte una piedra con otra luna llena detrás.
Uno de las cosas que me enorgulleció por muchos años es que nadie me introdujo en Extremoduro. Los descubrí solito. Una tarde de mortal aburrimiento provinciano, y después de darle la millonésima vuelta al Nevermind, abrí Pedrá. Me voló la cabeza. Se trataba de una suite, sí, como si fuera una pieza clásica de 29 minutos con 28 segundos. Un batiburrillo de guitarras pesadas, requintos rocanrolerones, ritmos machacantes, saxofones desquiciados, cantos flamencos, poesía y mucha mala leche. Me volví fan al instante. Aquello no se parecía a nada de lo que estuvieran haciendo los grupos mexicanos. Aunque después descubrí un par de afinidades producto únicamente de la casualidad de habitar la misma época. Ni Extremo tenía noticias del rock hecho en México ni los roqueros mexicanos sabían quién era Robe. Puede que alguno por ahí, pero saben a lo que me refiero. Ningún tipo de reconocimiento o retroalimentación.
QUISO EL DIABLO QUE LLEGARA A LA TIENDA meses después la discografía completa de Extremoduro.
Y realicé un viaje al pasado que me hizo comprender la grandeza de la banda. Al año siguiente salió Agila, que muchos consideran su mejor disco. Cada quien tiene el suyo. Para mí es difícil decidirme por uno, pero cuando salió Iros todos a tomar por culo (que en español sería algo así como váyanse todos a la chingada) yo ya estaba enganchadísimo. Eran la droga favorita de mis audífonos. Se trataba de un disco de grandes éxitos interpretados en vivo. Ahí pude constatar el poder de la banda en directo. Y como todo adolescente cachondo, comencé a fantasear con algún día acudir a un concierto del Extremo. Pero nunca se me hizo. Estuve a punto cuando anunciaron la gira de despedida en 2021, pero la cancelaron. Hasta tenía boleto para una de las fechas en Madrid. Ahora que Robe ha muerto, mis esperanzas de que algún día se reunieran han quedado pulverizadas.
“Anoche pasé frío y fui poeta”, recita Manolillo Chinato en “Juguete de amor”. “Y qué importa ser poeta o ser basura”, clama Robe en la misma canción. Una de las virtudes más escandalosas de Extremoduro era que le embutía por las orejas decenas de versos a gente que en su vida se había acercado a la poesía. En particular a los metaleros, conocidos en España como heavys. Esa educación incidental a la que fueron sometidos millones de trogloditas de chamarra de cuero y botas negras. Quienes quizá después de entrar en contacto con la obra de Extremo abrieron sus corazones a la obra de Lorca o a quien se toparan en su camino.
A Robe dejó de interesarle el rock. Disolvió la banda en 2019. Y a mí dejó de interesarme Robe. Su etapa solista ya no me resultó adictiva. Pero todos los discos de Extremo me los sé de memoria. Y si eran grandes para mí, lo fueron más a raíz de La ley Innata. Donde vuelven al modelo de Pedrá pero desde un lirismo que desarma a cualquiera, heavy, metalero o quimera. Lo mismo que Material defectuoso.
El líder de Extremoduro ha muerto y con él toda una era dorada de poesía vuelta música. Y qué cosa más triste, con un par de excepciones, Fito y Fitipaldis, por ejemplo, pero el rock español ya no suena todo el tiempo. ¿Acaso se ha muerto para siempre? Como el Robe.
Feliz navidad.

