Lavoe en Tepito: el hijo del barrio

En el “barrio bravo” de la Ciudad de México se organizó un Baile por la Paz en homenaje al músico puertorriqueño Héctor Lavoe. Adrián Román acudió al lugar porque “no hay mal día para bailar como tampoco hay buen día para morir” y de camino hizo un repaso del pasado prehispánico de la zona, su actualidad como centro de venta de todo tipo de mercancías legales e ilegales, para finalizar con datos duros de la violencia que viven sus habitantes

Lavoe en Tepito: el hijo del barrio
Lavoe en Tepito: el hijo del barrio Foto: Cortesía del autor

Quedamos de vernos en el metro Guerrero. La distingo sentada en el suelo del andén desde antes de bajar del vagón. Yael y yo caminamos entusiastas para transbordar a Garibaldi. Cuando salimos del metro vemos que hay un bloqueo vial desde la esquina que choca con Reforma, a partir de ahí comienza la pista de baile. El sol atosiga a todos los que caminamos sobre el Eje Uno en busca de la música y la voz de los sonideros.

Se presume que cuando la plaza de Garibaldi era parte de un barrio prehispánico, fue el sitio donde se llevaron a cabo los funerales del tlatoani Motecuhzoma. También estuvo el mercado del Baratillo, que comenzó sus días en el zócalo, y para muchos hoy es el mercado de chácharas de Tepito.

Vamos camino al homenaje a Héctor Lavoe en el barrio bravo, un evento que las autoridades decidieron llamar, Baile por la Paz en Tepito, con la participación de más de 35 sonideros. Todo ocurre en las calles del barrio que ocuparon, en tiempos prehispánicos, tamemes y tortilleras.

Si Lavoe hubiera nacido chilango sería de Tepito y de ningún otro lugar. Lavoe es el salsero tepiteño. En las calles del barrio más famoso de México, no sólo hay un gran imitador del cantante de cantantes, sino que además hay casi una religión en su nombre. La banda le tiene pintas en las paredes, pósters, fotografías de él. Lo cantan los viejos pachecos y lo bailan los chavos chakas, las morras bien lindas y las doñas hermosas. No hay día que su voz no suene en estas calles. No hay día en que la voz de Lavoe no se parezca a este barrio; ambos trágicos, fiesteros, cábulas y outsiders.

Pasamos por la esquina de Eje Uno y Jesús Carranza, la calle con más homicidios con dolo en todo el país. Siempre hay banda en la esquina ofreciendo drogas.

Yael y yo caminamos por Eje Uno, vacío de autos, pero rebosante de salseros. Hay un valedor que carga con una mochila negra, de la cual asoma la cabeza de una figura de la Santa Muerte. Parece que la trajera a bailar.

Eje Uno recibe a los feligreses de La Voz, los mira ir y venir con aditamentos urbanos como mariconeras cruzadas en el pecho, jeans ajustados, gorra, tenis, cadenas, las chavas con escotes pronunciados. Mucho fluorescente en la ropa de los transeúntes. Lentes oscuros, mochilas, tatuajes, chamarras negras, camisas coloridas, mulets, cabelleras pintadas y hasta pelucas.

Es martes primero de julio, y como cada martes los comerciantes de Texas descansan. Es un día perfecto para un bailecito leve. No hay mal día para bailar como tampoco hay buen día para morir.

Hay grandes bocinas desde antes de llegar. Conforme avanzamos vemos bolitas de pachecos y borrachos, alguien se da un pericazo. En las ruedas le sale sabor a las piernas de los que bailan, se deslizan sobre el aire, hacen pausa, fintas, giran, se envuelven en el ritmo y se lanzan a separarse y girar para el mismo lado, luego se toman las manos y caminan hacia adelante, cierran los ojos, disfrutando el baile.

EN LAS RUEDAS LE SALE SABOR A LAS PIERNAS DE LOS QUE BAILAN, SE DESLIZAN SOBRE EL AIRE, HACEN PAUSA, FINTAS, GIRAN, SE ENVUELVEN EN EL RITMO

Cerca de Avenida del Trabajo y Anillo de Circunvalación se encuentra el escenario. Autoridades y sonideros lo comparten. Hay un hombre peinando su mota sobre un billete de cien pesos. Hay un ruco bailando con una morrita, parece su nieta y la música es toda la edad que necesitan para entenderse.

Una oleada de violencia ha marcado el ritmo de las calles de este barrio en los últimos años. En el 2018 la cifra que mostraba un aumento del 40% conmovió a la ciudad. A veces estas calles no se llenan de música si no de plomo, del zumbido de una motoneta que viaja tendida para reventar a alguien. Se llena el aire de la urgencia que llevan las ambulancias y las patrullas. Estas calles, las que tienen récord de asesinatos en todo el país, se llenan de forenses. Lo que suena en las calles es que apañaron a alguien más, con dosis de coca, cristal, unas onzas de marihuana, fusca y cartuchos útiles, dinero en efectivo; la canción de todos los días. A veces todo lo que se escucha son llantos y rezos, además del enjambre de voces ofertando todo tipo de drogas. Mota, perico, piedra, ¿qué vas a querer, qué andas buscando? A veces, da la impresión, de que ya no cabe ni la cábula y el albur en el barrio, ya puro plomo, ya puro baro. La vida no vale mucho.

Lavoe nació en el Callao, un lugar marginal de Perú, tanto como Tepito. Allá se perdía, en los picaderos más rudos, llenos de tipos dispuestos a dinamitar su cuerpo en busca de un poco de paz y placer. Lavoe fue un malandro. Una especie de tlatoani, si pensamos que la traducción es el que tiene la palabra. Un tipo tirado para adelante. Un loco capaz de darse un pase de perico en el escenario y también de lanzarse desde el noveno piso de un hotel, sin la intención de caer en una alberca, más bien pensando en llegar a su cita con el otro mundo. El rey de la impuntualidad, el cantante de cantantes, el loco, sería de Tepito si hubiera nacido en Tenochtitlan.

Desde Tepito quieren extender la paz al resto de las calles de la ciudad. Paz que hace mucho no existe en la ciudad. Paz a una ciudad en donde trabajan 62 grupos delictivos, donde, hasta mayo pasado, se habían incautado 76 armas de fuego, 66 vehículos, 628 kilos de marihuana, 8.8 kilos de cocaína y 5 kilos de otras drogas, y también ese mes se habían registrado 316 homicidios dolosos. Paz a una ciudad que está en guerra, pero que funciona. Aunque sea a medias.