El arte de falsificar

AL MARGEN

Umberto Guinti, Virgen del velo o Virgen con niño  (falsificación a la manera de Sandro Botticelli),  óleo sobre tabla, ca. 1920, The Courtauld Institute.
Umberto Guinti, Virgen del velo o Virgen con niño (falsificación a la manera de Sandro Botticelli), óleo sobre tabla, ca. 1920, The Courtauld Institute.Foto: courtauld.ac.uk
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¿Qué es lo que valoramos en una obra de arte? ¿La técnica, el estilo, el concepto o el autor? ¿Qué hacemos con una obra que a todas luces ostenta esmero en su manufactura pero resulta ser falsa? Estas preguntas rondan en la prensa británica a partir de la exposición Art and Artifice: Fakes from the Collection —que se inauguró este verano en el Courtauld Institute of Art de Londres—, conformada por obras falsas pertenecientes al acervo del propio instituto. Esta muestra narra la otra cara de la historia del arte: la historia de la falsificación.

LA MUESTRA SE REMONTA A 1998, cuando una llamada anónima alertó a los curadores del instituto sobre la dudosa autenticidad de 11 de sus dibujos, adjudicados a grandes maestros del arte europeo. Así fue como inició una investigación que terminó por poner en duda hasta 30 piezas. A través de diversos estudios, desde rayos X hasta otros de última tecnología, se determinó que efectivamente eran falsas algunas obras estelares de la colección, entre ellas su famosa Virgen del velo de Botticelli (ahora atribuida al falsificador Umberto Guinti).

La decisión de hacer público ese acervo podría parecer a primera vista muy polémica, pues pone en riesgo la reputación del museo. Es decir, si se comprobó que varias de las piezas del instituto son falsas, entonces se abre la puerta a cuestionar el resto de las obras. Con justa razón, tanto el público como los especialistas podríamos preguntar qué garantiza que no nos estén tomando el pelo con todo lo demás.

Y es que con el Courtauld estamos hablando de grandes ligas, pues entre las joyas de la corona de su acervo se encuentran Un bar del Folies-Bergère, de Édouard Manet y Autorretrato con oreja vendada y caballete, de Vincent Van Gogh, por mencionar tan sólo dos de las más representativas.

Es una decisión arriesgada, aunque lejos de perjudicar ha resultado una gran movida. Por un lado, es muy buena estrategia para poner al Courtauld en el mapa, un instituto primordialmente dedicado a la investigación y que es muy conocido entre los especialistas, pero no goza del mismo reconocimiento en eso que llamamos el gran público, mucho menos fuera de las fronteras de la capital inglesa. Por eso, sacar sus trapitos al sol, por decirlo coloquialmente, ha dado mucho de qué hablar, colocando al instituto dentro de la oferta cultural del verano londinense. Por otro lado, visto con mayor profundidad, también se trata de un aporte a los estudios artísticos, que es, a fin de cuentas, a lo que se dedica la institución.

LAS FALSIFICACIONES HAN FORMADO parte de la historia del arte, cuando menos, desde el Renacimiento, un origen muy lógico si consideramos que entonces inició el mercado del arte como lo entendemos hoy en día. Hay ejemplos previos, desde luego, pero antes del siglo XV difícilmente podemos hablar de coleccionismo como tal y, por lo tanto, de arte apócrifo.

En la historia del arte falso se cuentan nombres que gozan de gran prestigio en la historia del Arte con mayúsculas. Uno que destaca es el de Miguel Ángel. Al inicio de su carrera, en 1496, realizó una escultura de Cupido que estaba avejentada a propósito, para parecer auténtica, asimilando un antiguo mármol romano. Era el momento en que empezaba no sólo el coleccionismo privado de arte sino también de antigüedades, a raíz del renovado interés por el mundo grecorromano. La pieza fue vendida al cardenal Raffaele Riario a través del marchante Baldassare del Milanese, a quien Giorgio Vasari atribuye, en su afamado libro de biografías Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, la idea de enterrar la escultura en su jardín para darle una pátina, al menos en apariencia, antigua. Ésta es una de las primeras falsificaciones de arte que se hayan registrado. Sabemos que el religioso italiano se enteró de que fue timado y reclamó la devolución de su dinero. Curiosamente, el episodio resultó en el ascenso de la carrera de Miguel Ángel, pues la calidad de su trabajo fue reconocida incluso por el propio cardenal, quien sólo dirigió su furia hacia Milanese. El artista pudo quedarse con su pago y fue invitado por el propio Riario a Roma, donde saltó a la fama.

La anécdota del maestro renacentista, además de inesperada, nos ayuda a entender cómo la falsificación ha acompañado la historia del arte desde hace siglos. En ella se reflejan elementos que aún están presentes hoy: la demanda del mercado, un coleccionista ávido por creer que ha hecho un hallazgo trascendente, un artista de gran talento necesitado de dinero, y, claro, un marchante dispuesto a conectar los puntos. En realidad, el mercado del arte no ha cambiado mucho desde entonces. Quizá sólo se han agregado dos ingredientes más, encaminados, por cierto, a eliminar sospechas sobre la autenticidad de las obras: la opinión de expertos y los avances tecnológicos.

Un especialista de la época no se dejó engañar y notó cierto parentesco entre la Madonna y las divas del cine

REGRESEMOS UN MOMENTO al caso del Courtauld y las obras falsas en exhibición. Cuando uno de los fundadores del instituto, el vizconde Lee de Fareham, adquirió la obra de Botticelli en la década de 1930, se dejó seducir por la idea del descubrimiento y, sin la posibilidad de hacer pruebas como ahora, recurrió a conocedores que pudieran autentificarla.

Un especialista de la época no se dejó engañar y notó cierto parentesco entre el rostro de la Madonna y las primeras divas del cine. Se trataba de Kenneth Clark, uno de los historiadores del arte más reconocidos del Reino Unido. Ni los coleccionistas ni los especialistas quisieron admitir que les vieron la cara, así que la obra permaneció en la colección bajo el nombre de Botticelli. Fue hasta los estudios realizados con la tecnología más actual, cuando se determinó que los pigmentos utilizados para pintarla no existían antes del siglo XIX.

Por mi parte, como historiadora del arte, celebro que los curadores del Courtauld Institute hayan hecho a un lado la vergüenza y nos permitan ver con todas sus letras el arte de la falsificación.