Breve historia del noir mexicano

Breve historia del noir mexicano
Por:
  • ivan farias

El género policiaco nace como tal de la mano de Edgar Allan Poe en “Los crímenes de la calle Morgue”, cuento que vio la luz en abril de 1841 en la Graham's Magazine y está ubicado en Francia. A partir de esta historia otros autores comenzaron a escribir sobre la policía, los bajos fondos y el crimen. Pronto, temas tan desoladores como el asesinato, las cuadrillas de niños asaltantes y los robos se volverían juegos de ingenio y demostración de que la inteligencia puede ganarle al mal. En 1863 la publicación de “El caso Lerouge”, del francés Èmile Gaboriau, iniciaba el policial francés y en 1877 con la “La huella del crimen”, del argentino Raúl Waleis, el género desembarcaba directamente en el Río de la Plata. Por eso no extraña que en América Latina los colegas argentinos nos lleven tanta ventaja.

En ese mismo momento, finales del siglo XIX, México pasaba por una dictadura que desembocaría en una revolución nacionalista. Si bien había crónica roja, hojas volantes sobre crímenes que se solazaban en los detalles con aire aleccionador y bellas ilustraciones procedentes de los talleres de grabado, la ficción criminal todavía no interesaba mayor cosa a los escritores.

"El lector medio mexicano tenía ganas de abstraerse y gozar con los crímenes sucedidos en territorios anglosajones o con autores locales que comenzaban a surgir, merced a los seriales radiofónicos".

LA GESTACIÓN

La efervescencia nacionalista pasó la aplanadora y concretó un discurso único que todos los intelectuales siguieron al pie de la letra. No había cabida para la ciencia ficción, para el terror o para el género policiaco, aunque siempre hay excepciones, como en todo. A modo de ejemplo están Antonio Helú, María Elvira Bermúdez y Rafael Bernal, entre otros, que conformaron un grupo muy compacto y comenzaron a producir cuentos policiacos en los años veinte, con más gusto por el ingenio que por la calidad literaria.

Helú, hijo de inmigrantes libaneses llegados a México a fines del siglo XIX, nació en San Luis Potosí pero como sus padres buscaban establecerse en el norte de México, cambiaron de residencia a Chihuahua, donde nacería su hermana Linda. Ella acabaría casándose con Julián Slim Haddad: ambos fueron padres del magnate Carlos Slim. De esta manera, el precursor del policiaco mexicano sería tío de uno de los hombres más ricos del mundo.

El padre de Antonio trajo a a México la primera imprenta de caracteres arábigos y fundó con ella una de las primeras revistas comunitarias para la colonia libanesa. Este hecho haría que Antonio se interesara por el periodismo y la literatura. Durante la campaña de José Vasconcelos para ganar la presidencia, Antonio Helú dirigió el periódico El Momento, gracias al cual conoció gente de cine como Juan Bustillo Oro, Mauricio Magdaleno y Chano Urueta. Cuando le fueron arrebatadas las elecciones al oaxaqueño Vasconcelos, Helú decidió autoexiliarse a Los Ángeles, California, para estudiar cine. Allá entabló amistad con Alfred Dannay, editor de Ellery Queen’s Mystery Magazine, la revista más longeva dedicada al género policiaco.

Helú era un verdadero motor que impulsaba su gusto por el género negro a donde quiera que iba. A su regreso a México escribió y montó la obra El crimen de Insurgentes con el apoyo de Adolfo Fernández Bustamante, que se acabó representando en el Teatro Arbeu en 1935. Su gran amigo, Juan Bustillo Oro, lo ayudaría crear una trilogía cinematográfica policiaca: en la dupla, Helú escribía y Bustillo dirigía. Para el cine escribió una veintena de cintas, de las cuales dirigió seis.

Además de su pasión por el arte cintematográfico, Helú no paraba de escribir cuentos. Fundó la Editorial Albatros, en la que publicó decenas de libros policiacos y de terror. Con la Revolución ya institucionalizada, el país apaciguado y la economía en bonanza, el lector medio mexicano tenía ganas de abstraerse y gozar con los crímenes sucedidos en territorios anglosajones o con autores locales que comenzaban a surgir, merced a los seriales radiofónicos. Como ejemplo de ello están los escritos por Carlos Riveroll, cuyo detective Carlos Lacroix, decía en voz de Arturo de Córdova: “¡Dispara, Margot, dispara!'”; también aparecieron las historietas y, claro, los cuentos. En 1946 Antonio Helú creó la revista Selecciones Policiacas y de Misterio, inspirada en la norteamericana Ellery Queen’s Mystery Magazine. Explica Pablo Piccato:

Ésta y otras revistas pronto comenzaron a publicar cuentos de autores que escribían en español y en particular mexicanos. Aventura y misterio, por ejemplo, aparecida en 1956, sólo publicó originales en español y se nutrió de autores nacionales a los que atraía con premios monetarios. No obstante ello, imprimió alrededor de 20 mil ejemplares mensuales que circulaban por suscripción y venta directa. El costo de Selecciones era de dos pesos y casi no tenía anuncios. Las novelas de bolsillo vendían lo suficiente como para sostener el catálogo bastante extenso de editoriales como Albatros, creada por Helú, y Novaro, fundada por Luis Novaro, durante un tiempo presidente de la cooperativa del periódico La Prensa.1

Junto a Enrique F. Gual y Rafael Bernal, Helú fundó en 1946 el primer club literario del género policiaco en México, llamado Club de la Calle Morgue. Integraron al grupo a su amigo Juan Bustillo Oro, a Rodolfo Usigli y a la única mujer del grupo: María Elvira Bermúdez.

LA AGATHA CHRISTIE MEXICANA

Bermúdez nació en Durango en 1916, pero pronto vino a residir a la capital, donde estudió Leyes y acabó trabajando como abogada. Como explica Perla Olguín:

Fue conocida por su carácter feminista en una sociedad conservadora; defendió el derecho de la mujer al voto y escribió obras en las que los personajes femeninos, emocionalmente fuertes e inteligentes, son los protagónicos.2

Por su parte, el escritor Marco Antonio Campos la llamó con cariño y admiración “la Agatha Christie mexicana”.3 Bermúdez publicó varios cuentos en la revista de Helú, dando vida en ellos a la primera mujer detective en América Latina: María Elena Morán. Apareció en el cuento “Precisamente ante sus ojos”, de 1951. Pese a todo, Morán no regresaría sino hasta “Las cosas hablan” del libro Muerte a la zaga. Su detective más famoso sería el periodista Armando H. Zozaya, quien habría de protagonizar la novela Diferentes razones tiene la muerte, editada en 1953. Por su parte Helú tuvo a su detective ladrón, Máximo Roldán, una especie de Rafles mexicanizado. Si aquel personaje de E. W. Hornung era una especie de sátira del personaje de su cuñado Arthur Conan Doyle, Roldán —como casi todos los detectives mexicanos— era aficionado, porque nadie creía (ni cree) en la policía mexicana. Roldán era ingenioso y al final de cada caso robaba algo. Así obtenía una especie de pago por sus servicios.

OTROS PERSONAJES

El periodista José Martínez de la Vega creó a Peter Pérez. Éste sí era una parodia directa de Sherlock Holmes; le puso como sobrenombre “el genial detective de la Peralvillo”. Su estilo era satírico, explotaba la jiribilla del barrio y la inteligencia de la clase baja, con todo y juegos de palabras. Sus cuentos fueron recopilados en dos libros: Humorismo en camiseta y Peter Pérez, detective de Peralvillo y anexas. Peter tuvo tanto éxito que acabó en una película en la que Clavillazo intentó replicarlo, sin alcanzar mucho éxito.

Por su parte, el periodista ficticio Jesús Cárdenas nació en el suplemento dominical del periódico La Prensa, en las conocidas Aventuras de Chucho Cárdenas, publicadas semanalmente entre 1949 y 1955. Eran una especie de libros de 32 páginas, que había que sacar, doblar y recortar para entonces leerlos. Los escribía un tal Leo D’Olmo, seguramente un seudónimo. Cárdenas también saltó pronto a los seriales radiofónicos.

Como cosa curiosa, dos detectives verdaderos vieron la luz en ese tiempo. Uno de ellos fue Valente Quintana, quien estudió en Estados Unidos y por diversas razones volvió a México para, en 1917, entrar a la Inspección General de Policía como gendarme comisionado. De Quintana se cuentan historias increíbles, muchas reportadas en la prensa diaria aunque parecían salidas de la ficción. Carlos Isla se basó en él para escribir el libro El mejor caso de Valente Quintana. El segundo detective verdadero fue un policía de Tijuana: Joaquín Aguilar Robles. Como explica el escritor y académico José Salvador Ruiz:

Robles no creó un personaje literario para resolver los casos que se le presentaron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando era jefe de la policía de Tijuana y director  de la revista El detective internacional, publicación que dirigió de 1934 a 1960. Aguilar Robles puso, en el espacio escritural, sus experiencias personales y su archivo de casos resueltos, y en lugar de un personaje de ficción fue él mismo quien fungió como el protagonista-héroe de sus historias policiacas. Historias que décadas más tarde recopilaría en su libro Frontera norte.4

"En 1944 Rodolfo Usigli había escrito Ensayo de un crimen, que Buñuel adaptaría a la pantalla. fue una rareza dentro de la producción policiaca mexicana de ese tiempo, que privilegiaba el viejo relato a la inglesa".

EL COMPLOT MONGOL

En 1944 Rodolfo Usigli había escrito Ensayo de un crimen, que al poco tiempo Buñuel adaptaría a la pantalla. Esa novela fue una rareza dentro de la producción policiaca mexicana de ese tiempo, que privilegiaba el viejo relato a la inglesa y no acabó nunca por enraizar en las letras nacionales. La novela de Usigli se ponía del lado del criminal e intentaba entender sus obsesiones y deseos, casi desde un punto de vista psicoanalítico. Así entroncaba con la cinta escrita y dirigida por Juan Bustillo Oro, gran amigo de Helú, llamada El hombre sin rostro. En ella, Arturo de Córdova interpreta a un policía que persigue a un asesino serial y en sueños es perseguido por un hombre sin facciones.

El cine, a diferencia de la literatura, fue pródigo en tramas más profundas y oscuras, como las escritas por Luis Spota, desarrolladas por José Revueltas y dirigidas por Roberto Gavaldón, que formaron equipo en La noche avanza y En la palma de tu mano. En 1961 Spota publicó Lo de antes: ahí creaba ya una novela negra totalmente mexicana, no a imitación de las sajonas. En ella un antiguo ladrón es obligado por su antiguo cómplice policial a seguir robando. Pero la novela no causaría gran revuelo en el ámbito de la literatura, pese a mostrar un uso destacado del lenguaje y los tiempos verbales.

Fue Rafael Bernal, escritor de amplio espectro, quien acabaría por redondear el género negro netamente nacional. Bernal fue destinado como diplomático mexicano a partir de 1961: estuvo en Honduras, Perú, Filipinas, Japón y Suiza. A la distancia siguió publicando en México. En 1969 vio la luz El complot mongol, bajo el sello Joaquín Mortiz. Esa suerte de novela de espionaje recibió críticas muy negativas y una fría acogida por parte de los lectores. Sin embargo, ya estaban en ella las constantes de lo que después sería el policiaco mexicano: lenguaje cotidiano, personajes descreídos de la justicia, humor, anomia y simulación. En pocos años esa novela se convertiría en punto nodal para entender el género en nuestro país.

EL NEOPOLICIACO MEXICANO

Si Antonio Helú marcó toda una época, Paco Ignacio Taibo II lo seguiría en importancia. En 1976 Taibo publicó Días de combate, novela donde aparece Héctor Belascoarán Shayne. Especie de caballero solitario que desface entuertos por cuenta propia, integrante de una familia de ascendencia europea, Belascoarán abandona una carrera productiva como ingeniero para dedicarse a ser detective independiente (no privado). En su primer caso se enfrenta al estrangulador Cerevro, que representa la burguesía. Pese a todo, el tono de la novela es de nostalgia, de romanticismo heroico y de mucho caminar la Ciudad de México, un lugar terrible pero también amable.

Rafael Ramírez Heredia concibió al detective Ifigenio Clausel. A diferencia de Belascoarán, éste era más ardoroso, directo y malhablado. Protagonizó las novelas Trampa de metal (1979), Muerte en la carretera (1985) y Al calor de Campeche (1992), donde quedaba claro que la corrupción del sistema ya era imparable.

El tercero de este grupo es Juan Hernández Luna, quien menos reconocimiento tuvo en vida, tal vez por morir prematuramente, a los 47 años de edad. Él centró sus novelas en la capital de Puebla. La primera de ellas, Quizás otros labios, es un descenso a los bajos fondos poblanos. En Yodo retrató la psicopatía de un asesino serial, mientras en Tabaco para el puma, un mago apodado Skalybur se ve inmiscuido en una compleja trama que implica secretos nazis. Skalybur regresaría en el libro más ambicioso de su autor, Cadáver de ciudad, donde los tiempos y los personajes se superponen.

LA CONEXIÓN ARGENTINA

Con el inicio de la dictadura argentina en 1976, muchos escritores de aquel país llegaron al nuestro. Al menos cuatro de ellos ubicaron sus obras en México, por lo que alimentaron el género negro nacional. Una de ellas fue Myriam Laurini, autora de las novelas Para subir al cielo, Morena en rojo y Qué raro que me llame Guadalupe; esta última es la más conocida.Protagonizada por una prostituta llamada Guadalupe, ofrece una cartografía de la esclavitud sexual en el centro de la Ciudad de México. Rolo Díaz, esposo de Myriam, también contribuyó con su personaje principal: el policía federal y trígamo Carlos Hernández. Apareció en Mato y me voy, para continuar en La vida que me doy y Matamujeres.

Otro autor argentino radicado en nuestro país es Roberto Bardini, periodista y aventurero. Sus novelas mezclan el género negro con el de aventuras salpicadas de mucho humor. Un gato en el caribe cuenta la azarosa vida de Bugnicourt O’Hara, un argentino de origen irlandés que se dedica a traficar entre México, Belice, Nicaragua y Honduras. En la novela Coralito crea una pequeña isla-nación frente a las costas de Baja California para dar contexto a un policial clásico lleno de humor negro.

Mempo Giardinelli cierra esta conexión con las novelas Qué solos se quedan los muertos y Luna caliente. La primera es un policial investigativo a veces descriptivo, a veces nostálgico de la patria que fue necesario abandonar, pero fue Luna caliente la que enraizaría con las novelas más negras donde no hay detectives.

"Élmer Mendoza sirvió de enganche entre el neopoliciaco y las nuevas generaciones de escritores mexicanos. Un asesino solitario fue criticada y alabada por igual. Como El complot mongol, aborda un magnicidio anclado en la realidad".

LOBOS SOLITARIOS

A fines de los ochenta y principios de los noventa, por todo el país surgieron escritores que incursionaron en el género. Uno de ellos fue el torreonense Francisco José Amparán, autor de una única novela, Otras caras del paraíso, donde habla ya de los feminicidios. Otro oriundo de La Laguna es Jaime Muñoz Vargas, aficionado a la lucha libre y creador del entrañable policía Teniente Morgan. Los cuentos de este personaje están reunidos bajo el nombre Leyenda Morgan.

César López Cuadras, nacido en Badiraguato, Sinaloa, escribió una obra sobresaliente, La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, donde aparece el mismísimo Truman Capote. Narra la vida de un tipo venido a más gracias a la prostitución. Le siguieron Cástulo Bojórquez, Cuatro muertos por capítulo y El delfín de Kowalsky. En ellas hay elementos del género negro, aunque no acaban de ser obras puras, lo cual las entronca con clásicos norteamericanos como Dura la lluvia que cae, de Don Carpenter, por nombrar una.

Por su parte, el mazatleco Juan José Rodríguez es autor de la novela Mi nombre es Casablanca, donde realiza un retrato del narcotráfico en su estado natal mediante una prosa muy bien trabajada. Sin embargo es más recordado por su novela Asesinato en una lavandería china, un crossover extraño y arriesgado entre novela de vampiros y policiaco, que se volvió de culto instantáneo.

Gonzalo Martré, más veterano que ellos, inclasificable e imparable, lo mismo argumentista del cómic Fantomas que novelista perseguido por el régimen, publicó la que es considerada la primera novela con temática del narco: El cadáver errante. En ella parodia las convenciones del género negro (su detective no soporta el calor pero no se quiere quitar la gabardina) y al mismo tiempo muestra que ya entonces había pueblos comprados por los capos del narco. Ricardo Vigueras, murciano pero nacionalizado mexicano y avecindado en Ciudad Juárez desde hace años, publicó la novela A vuelta de rueda tras la muerte: a través de voces de los taxistas del sitio El Moridero conocemos la noche y el crimen de la urbe fronteriza.

Gabriel Trujillo Muñoz es uno de los escritores mexicanos más prolíficos. De la misma manera escribe crónica o ensayo que narrativa de ciencia ficción y policiaca. El festín de los cuervos es la saga fronteriza protagonizada por el abogado Miguel Ángel Morgado, conformada por cuatro novelas: Mezquite Road, Tijuana City Blues, Loverboy, Puesta en escena y Laguna salada. Esta última es, sin duda, la mejor de todas.

Guillermo Rubio cierra esta pandilla de lobos solitarios. Él mismo expolicía, Rubio sacó su lado literario cuando fue custodio de Carlos Payán. Sus dos novelas, Pasito tun tun y El Sinaloa, hacen un díptico donde la crudeza, los usos y las costumbres del narco se hacen presentes.

MÉXICO NOIR, MÉXICO CRIMINAL

Fue Élmer Mendoza quien sirvió de enganche entre el neopoliciaco y las nuevas generaciones de escritores mexicanos. Su primera novela, Un asesino solitario, fue criticada y alabada por igual. Como El complot mongol, aborda un magnicidio anclado en la realidad, sólo que desde el lado del sicario. Al igual que El complot, retrata el habla del pueblo llano. Pronto Mendoza obtuvo, además del reconocimiento de los lectores, el de la Academia Mexicana de la Lengua, que lo nombró miembro.

Las antologías son el medio más factible para acercarse a un género, una especie de degustación de lo que hay. Este año, por ejemplo, Francisco Haghenbeck acaba de presentar La renovada muerte, compilación editada por Grijalbo; abarca no sólo a los escritores recientes, sino a varios que ya están consagrados. Por mi parte antologué para Nitro/Press México Noir, en el que incluí a 37 autores y autoras. Quise mapear lo que sucede en el país dentro del género negro, ya que después de la caída de la dictadura de la literatura realista, más gente se ha interesado por los llamados subgéneros. Estas dos antologías, sin duda, son consecuencia de las hechas por María Elvira Bermúdez, Los mejores cuentos policiacos mexicanos (1955); Vicente Francisco Torres, Antología del cuento policial mexicano (1982); Rodolfo J. M., Negras intenciones (2010) y Mauricio Carrera, Perros melancólicos (cuentos policiacos colombianos y mexicanos) (2012), entre otras que seguro andan por ahí.

A los autores de esto que podríamos llamar postneopoliciaco, a falta de un nombre mejor, los divido en tres grupos: consagrados, emergentes y outsiders. En el primero integraría al propio Haghenbeck, a Bernardo Fernández BEF, Hilario Peña, Bernardo Esquinca, Martín Solares e Imanol Caneyada.

Haghenbeck es de los escritores mexicanos más plurales y fecundos: igual aborda el cómic que la literatura juvenil o la novela histórica. Su detective Sunny Pascal ha protagonizado tres novelas, Trago amargo, El caso tequila y Por un puñado de balas, donde la influencia del cómic es evidente tanto en la prosa ágil como en la creación de personajes. Por su parte, BEF es autor de la novela Gel azul, cruce de ciencia ficción y policiaco. En clave de cómic, BEF también concibió a la detective Andrea Mijangos, quien junto a la villana Lizzy Zubiaga ha sido protagonista de tres novelas hasta ahora: Hielo negro, Cuello blanco y Azul cobalto.

Hilario Peña, por su parte, es creador del detective Malasuerte, quien aparece en tres novelas muy negras y muy californianas: Malasuerte en Tijuana, El infierno puede esperar y Juan tres dieciséis. En todas, el humor de Peña se entremezcla con el gusto por el box, el beisbol y el futbol. Así arma un crisol del noroeste mexicano. Bernardo Esquinca, por su parte, toma a partes iguales elementos del terror, de la weird fiction y del policiaco para crear la saga del periodista Casasola, que comprende La octava plaga, Toda la sangre, Carne de ataúd y la más reciente, Inframundo.

Martín Solares e Imanol Caneyada son los más realistas y duros del grupo. Solares, por su parte, tiene un par de novelas que se hunden en lo más hardboiled y oscuro del género. Los minutos negros y No manden flores son un descenso en el cementerio en el que se ha convertido el Golfo de México. Caneyada, por su parte, recrea en su escritura un norte duro, violento, donde la corrupción policiaca y política es moneda corriente. Como muestra están sus novelas Tardarás un rato en morir, Espectáculo para avestruces, Las paredes desnudas y 49 cruces blancas, pero sin duda es en Hotel de arraigo donde nos obliga a ponernos en la cabeza de gente que odiamos.

"A últimas fechas, el género negro ha tenido un repunte en la atención de las editoriales. Esto sin duda ha permitido que gente que podríamos considerar ajena al género incursione con algún libro".

Los emergentes serían Vicente Alfonso, que con sus libros Huesos de San Lorenzo y Partitura para mujer muerta se ubicó como uno de los escritores más interesantes, porque su prosa crea un mundo peculiar y violento. Iris García Cuevas toca el tema del narco en Guerrero con su novela 36 toneladas; lo hizo años antes de que éste pudriera Acapulco y sus alrededores. De ese mismo puerto menciono a Federico Vite con su libro Bajo el cielo de Ak-pulco, una novela de venganza durísima. César Silva, en cambio, hace del desierto parte importante de sus novelas La balada de los arcos dorados y Juárez Whisky, y llena de una violencia tácita toda la historia. Daniel Salinas Basave, periodista y narrador, recrea en Vientos de Santa Ana la muerte de El Gato Barba, legendario periodista tijuanense.

Los escritores siguientes poseen un registro híbrido: se alejan de las tramas que se alimentan de la violencia cotidiana. Ronnie Medellín, con Dieciséis toneladas y El infierno es aquí hace una fusión con el terror orientado hacia la brujería. Carlos René Padilla reescribe la historia en su novela Amorcito corazón, donde usa como eje a Pedro Infante. En Novecientos noventa y nueve, Cástulo Aceves formula un ejercicio de autoficción en el que gente real e imaginaria, incluso él mismo, se ve inmiscuida en el camino de una secta que protege la herencia de Arturo Belano. Por su parte José Salvador Ruiz, residente y oriundo de Mexicali, se adentra en las profundidades de la comunidad china cachanilla en Nepantla I.P. y Hotel chinesca. Ivonne Reyes Chiquete, en Muerte caracol, propone un giro a las convenciones del género, mientras Normal Yamilet Cuéllar crea un híbrido entre el policiaco, el terror y la ciencia ficción con Historias del séptimo sello.

Entre los outsiders está Antonio Ortuño, quien nunca ha querido encasillar su obra en un género, aunque La fila india, Mejico y Olinka sean novelas muy negras y perfectamente bien escritas. Alejandro Almazán, por su trabajo periodístico, ha escrito novelas como Entre perros y El más buscado. Orfa Alarcón reniega del género, lo ha dicho en varias mesas, pero sus libros Perra brava y Loba brindan un punto de vista femenino sobre los bajos fondos regiomontanos. En El monstruo pentápodo, Liliana Blum se sumerge en nuevas aguas que el policiaco mexicano no había tocado con esa elegancia y dureza.

ÚLTIMAS PESQUISAS

A últimas fechas, el género negro ha tenido un repunte en la atención de las editoriales. Esto sin duda ha permitido que gente que podríamos considerar ajena al género incursione con algún libro. El periodista tapatío Diego Petersen Farah, por ejemplo, escribió la novela Casquillos negros, sobre la muerte del Cardenal Posadas Ocampo, mientras Jorge Alberto Gudiño inició una saga exitosa con Tus dos muertos, donde presenta al policía Cipriano Zuzunaga. Gudiño recientemente publicó La velocidad de tu sombra, en la que reaparece Zuzunaga. Está también el cuentista Darío Zalapa, quien con su novela Perro de ataque cosechó buenas críticas.

El panorama del policiaco mexicano se expande en temas y registros, y al parecer vendrán más visiones en el futuro inmediato. Aunque, claro, los tirajes enormes de la época de Helú no van a volver.

Notas

1 http://www.nexos.com.mx/?p=18399

2 http://ppajarosenlacabeza.wordpress.com/2016/09/20/maria-elvira-bermudez-precursora-del-policial/

3 http://www.letraslibres.com/mexico-espana/libros/maria-elvira-bermudez-la-agatha-christie-mexicana

4 José Salvador Ruiz Méndez, Gabriel Trujillo Muñoz (compiladores), Expedientes abiertos, Editorial Artificios, Ciudad de México, 2014.