El caballero verde, de David Lowery

Filo luminoso

El caballero verde, de David Lowery
El caballero verde, de David LoweryFuente: vandal.elespanol.com
Por:

La condición de confinamiento por una crisis sanitaria en gran medida nos hizo revivir una de las inevitables etapas de la vida medieval: la amenaza de la plaga y el miedo a la enfermedad infecciosa que es el miedo al otro. El cineasta David Lowery no hubiera podido anticipar que su cinta El caballero verde tendría resonancia con el neomedievo covidiano que hemos vivido por casi un año y medio. La película tuvo que aplazar su estreno y en el contexto actual de incertidumbre generalizada adquiere una particular vigencia.

La apuesta del director de la inquietante reflexión sobre la nostalgia y muerte, Ghost Story (2017), y de la eficaz The Old Man and the Gun (El caballero y su pistola, 2018) consistió en adaptar un romance de caballería de autor anónimo, el mito artúrico de Sir Gawain y el Caballero Verde, reformulándolo para hablar de preocupaciones tan actuales hoy como entonces en torno a la masculinidad, el valor y la muerte. Se cuenta la historia de Gawain (interpretado por Dev Patel con fulminante inteligencia, gracia y un evidente deseo de transgredir las certezas étnicas), sobrino del rey Arturo, hijo del privilegio y el ocio, que tiene buen corazón pero muchas dudas acerca de sí mismo. Es un joven que sueña con conquistar el honor de ser un caballero así como las aventuras que darán sentido a su vida.

Ésta es una historia de tentación y miedo, de la búsqueda del prestigio y el respeto en el cumplimiento de desafíos peligrosos y en gran medida absurdos. Lo que lleva a preguntarnos cuál es la naturaleza del honor. ¿Es una forma de vida, algo que se puede comprar o una medalla que se obtiene al cumplir un desafío? El título de la película únicamente menciona al supuesto villano, y no al presunto héroe, con lo que el director pone en evidencia que las pruebas de valor son una ridiculez y un desperdicio, ya sea confrontar a un gigante o ir a una guerra por voluntad.

Gawain aún no ha hecho nada digno para ser un caballero, pero es hijo de la poderosa bruja y hermana del rey, Morgana le Fay (Sarita Choudhury), con quien vive en una permanente adolescencia, entre la taberna y el burdel, donde visita a su preferida Essel (Alicia Vikander). Un brumoso día de navidad, durante la celebración en la corte de Camelot, el rey Arturo (Sean Harris) lo llama a sentarse a su lado por primera vez; cuando le pide que le cuente una historia, Gawain reconoce que no tiene ninguna que contar.

Mientras tanto, Morgana invoca al Caballero verde (Ralph Ineson), quien irrumpe con una carta ante la Mesa Redonda a presentar un desafío en forma de juego: el Caballero verde ofrece su cuello a la espada de cualquiera de los miembros de la corte, a cambio de someterlo, en la próxima navidad, a su poderosa hacha. Gawain se precipita a tomar el reto sin entender sus consecuencias y usando la espada del rey decapita al Caballero verde. Sin embargo, poco después éste se pone de pie, recoge su cabeza, repite que el compromiso es “dentro de un año” y se va cabalgando, cabeza en mano, lanzando carcajadas.

Es un filme asombroso, que cuestiona la épica del héroe… derrotar rivales no es tan difícil como confrontar la debilidad humana

La causa por la que Morgana pone a su hijo en ese predicamento es una incógnita. ¿Lo hace por desearle que alcance la grandeza que Arturo espera de él? Si bien ella le ofrece la protección de un cinto mágico, no tiene manera de saber qué le depara esa aventura. Mientras, Essel resulta ser la voz de la razón al cuestionar su ambición: “¿Para qué quieres la grandeza? ¿Por qué no es suficiente la bondad? Así es como mueren los hombres tontos”.

El interés del cineasta no es revelar lo que el texto original tampoco deja claro, sino mantener el aura de misterio en medio de interpretaciones contradictorias. Lo que hace en cambio es enriquecer visualmente el poema, en particular sus partes más parcas, como es el viaje. En un admirable impulso de poesía visual que por momentos, como escribió Mauricio Montiel, evoca a las esculturas en el tiempo de Andréi Tarkovski, las imágenes se vuelven portentosas. La fotografía de Andrew Droz Palermo pasa de mantenernos hundidos en una bruma decembrina a recrear paisajes apocalípticos, fascinantes castillos en ruinas y un bosque cubierto de una luz amarilla intensa que refleja el estado de angustia del viajero.

Una de las virtudes más sobresalientes del filme es el manejo del tiempo y los recursos visuales que emplea para adelantarse, mostrar el futuro, regresar o detenerlo, a veces mediante paneos de 365 grados, otras con un teatro de títeres y unas más con simples intertítulos. La pista sonora de Daniel Hart es un reflejo afortunado de las imágenes, ya que va de pasajes electrónicos con ecos de Tangerine Dream, a versiones de música medieval y folclore que recuerdan a bandas setenteras como Gryphon o Malicorne y finalmente a un vertiginoso violín con coros vocales que acompaña la decadencia y caída de Camelot.

Gawain se ve forzado a emprender un viaje delirante que debía dejarle varias historias dignas de contarse en la Mesa Redonda. Ahí se encuentra a un brutal niño ladrón (Barry Keoghan), a Santa Winifreda de Gales (Erin Kellyman) en busca de su cabeza, campos de batalla sembrados de cadáveres, gigantes espectrales, hongos alucinógenos y un zorro que habla (como el de Lars von Trier en Anticristo). Cerca de su destino es recibido por un caballero (Joel Edgerton) que está casado con una mujer idéntica a Essel, quien coquetea descaradamente con él. El caballero nunca se presenta, por lo que sería posible imaginarlo como una versión de Gawain si éste hubiera tomado a Essel como esposa. Ella aquí es una gran lectora, escritora y artista que con una camera obscura toma su foto. La mujer está siempre acompañada por una anciana con los ojos vendados y cada uno de sus regalos al visitante se convierte en una pieza que determina su destino. Esa vida quizá es la alternativa a heredar el trono, ser un monarca vano, casado sin amor, que traiciona a Essel. El diálogo que Gawain tiene con ellas está cargado de revelaciones. La esposa pregunta porqué el Caballero es verde y ella misma contesta:

El rojo es el color del deseo pero el verde es lo que el deseo deja en el corazón y el vientre. Verde es lo que queda cuando el ardor se extingue, cuando muere la pasión, cuando morimos también... todo sucumbe al verdor, las monedas, las lápidas.

Éste es un filme estética y moralmente asombroso, que cuestiona la épica del héroe al mostrar que derrotar rivales no es tan difícil como confrontar la debilidad humana. No hay forma de vencer al Caballero verde, ya que no es un villano sino la fuerza imbatible de la naturaleza. Estos encuentros representan una interrogante. ¿Es este el camino a la grandeza, se trata de un sueño o simplemente es un recorrido azaroso y sin sentido que inevitablemente lo llevará a la muerte? El viaje de Gawain es el viaje de la vida, con sus momentos de valentía y cobardía, de desconcierto y mezquindad, de felicidad y tristeza, de deseo y pavor que finalmente conducen a la sombría aceptación de lo inevitable.