Las colecciones privadas, ¿están mejor?

Al margen

Johan Zoffany, La tribuna de los Uffizi, 1772-1777.
Johan Zoffany, La tribuna de los Uffizi, 1772-1777.Fuente: Royal Collection Trust
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Mientras el destino de Banamex y su patrimonio cultural continúa envuelto en la incertidumbre, siguen a la orden del día las opiniones y especulaciones sobre su futuro. En ellas, un debate ha tomado protagonismo: si lo deseable es que pase a manos del Estado o se quede como un acervo privado. Leo y escucho a muchos afirmar categóricamente que estaría mejor si el escenario fuera el segundo. Yo no estoy tan segura.

Primero, ¿qué es mejor? ¿Que las obras estén bien conservadas? Desde luego eso es prioridad, pero entonces, ¿es mejor que estén bien conservadas, pero sólo a la vista de unos cuantos, decorando una sala? ¿O en una bodega? Eso sucede con muchas colecciones particulares y también es una realidad de los acervos públicos; hay muchas piezas que no llegan a las salas, pero de vez en cuando hacen su debut en una exposición temporal. Es una realidad global, no hay museo con suficiente espacio para exhibir toda su colección al mismo tiempo.

Pero cuando hablamos de acervos públicos existe una diferencia sustancial: existen mecanismos que nos permiten no únicamente tener acceso a ellos, sino plantear ciertas exigencias. Podemos, por ejemplo, reclamar que haya transparencia sobre el estado y la ubicación de una pieza, o solicitar el acceso con fines de investigación. También obliga a las instituciones a decirnos exactamente qué tienen. Y, más importante aún, a socializarlas a través de esfuerzos de investigación, difusión y divulgación sin ningún interés más que ése: que las conozcamos.

AQUÍ PONGO SOBRE LA MESA otro punto importante: para la mayoría de los empresarios, el coleccionismo es una forma más de inversión. Las obras de arte son, para ellos, activos con un beneficio económico. Desde luego, hay honrosísimas excepciones de empresarios comprometidos con el arte y la cultura, que hacen un gran esfuerzo por poner las piezas a disposición del público; está el Museo Soumaya y, más recientemente, el Museo Kaluz, o colecciones emblemáticas como la de Dolores Olmedo, así como los museos Amparo o Arocena. Pero, seamos sinceros, en el mundo del coleccionismo son eso: excepciones.

Tampoco niego que el arte tiene un lado comercial que sin duda es importante y —ya lo he expuesto antes—, la cultura es un sector de la economía y hay que entenderlo como tal. Sin embargo, la lógica del arte no puede ser sólo la de su mercantilización.

Es innegable que el presupuesto de cultura en este sexenio es paupérrimo —también, que venimos arrastrando y denunciando los recortes desde hace décadas—, sin embargo, hoy podemos entrar al Museo Nacional de Arte o al Museo Nacional de San Carlos y disfrutar de obras en muy buenas condiciones y exposiciones de enorme calidad. Asumir, por lo tanto, que estar en un museo o institución del Estado implica necesariamente una condena para la conservación de un acervo me parece injusto.

Asumir que estar en un museo del Estado implica una condena para un acervo me parece injusto

Otro tema que debería ser central en el debate es: ¿qué nos da la certeza de que, efectivamente, el buen estado de una colección está garantizado en manos privadas? La realidad es que nada obliga a un coleccionista a rendirle cuentas a nadie, salvo cuando se trata de piezas que tienen más protecciones legales, como las antigüedades prehispánicas o las obras de artistas monumento (que son una lista muy limitada). Consideremos, entonces, otra cosa: nada les obliga siquiera a hacer público qué tienen.

Pensemos en lo que sucede en las exposiciones. Al recorrerlas, muy a menudo nos encontramos con cédulas que indican “Colección privada” y como público difícilmente se nos informará cuál es. Por supuesto que los particulares tienen derecho a su privacidad y se entiende que no todos quieran publicitar qué poseen, pero lo pongo sobre la mesa como botón de una realidad. Si no podemos exigirles eso, que sean transparentes sobre sus adquisiciones, difícilmente se les puede reclamar que nos informen sobre el estado en el que se encuentran o a dónde van a parar. Y sólo vemos esas obras en préstamos temporales, de manera que pueden pasar décadas antes de encontrarse con el público.

Un caso muy reciente confirma la desconfianza: hoy en la exposición de Pedro Coronel en el Museo del Palacio de Bellas Artes podemos ver Prometeo, una obra cuyo paradero fue un misterio durante décadas y ahora se aprecia con daños significativos.

ESA POCA TRANSPARENCIA con respecto a las colecciones privadas nos ha llevado, en más de una ocasión, por los caminos del escándalo. Recordemos un caso emblemático: la colección Gelman. Formada por Jacques Gelman, productor de Cantinflas, y su esposa Natasha, durante años fue una de las más importantes a nivel mundial. Tras la muerte de Jacques, se convirtió en el centro de una disputa legal en la que las obras de arte no fueron más que un botín en espera del mercenario que lo ganara. Entre los protagonistas de la telenovela se encuentran el curador Robert Littman (quien también jugó un rol en el dudoso destino de la colección del extinto Centro Cultural de Arte Contemporáneo), el abogángster Enrique Fuentes León y su hijo, Enrique Fuentes Olvera, Mario Moreno Ivanova e, incluso, el Museo Metropolitano de Nueva York, que le compró a Natasha su colección de arte europeo, que contaba con lienzos de Modigliani, Matisse, Kandinsky, entre otros, a un dólar la pieza. A la fecha no sabemos dónde se encuentran las obras que le adquirieron a David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Frida Kahlo, Rufino Tamayo y un largo etcétera de las firmas más destacadas de la Escuela Mexicana de Pintura.

En el fondo, el debate no consiste en el Estado vs. los particulares, sino que la situación de las colecciones de arte depende de voluntades. Hay instituciones públicas con voluntad de sobra para hacer las cosas bien, y particulares que no tienen ni la más mínima para ejercer buenas prácticas. También hay museos privados sin un peso. Si me preguntan, como historiadora del arte, para mí qué es mejor, yo diría que una colección pueda ser investigada y disfrutada por el mayor número de personas, y eso sucede de igual forma en manos del Estado que de los particulares.