Sara Sefchovich

Hacia la comprensión de la violencia

Es frecuente lamentar la violencia angustiante que enfrenta nuestro país. No sólo se espera, en toda lógica,
una reacción ante los índices imparables de secuestros, desapariciones, asesinatos, desmembramientos,
sino que a veces ésta parece demasiado tenue. También es común que la achaquemos a los otros.
¿Y qué tal si todos fuéramos también culpables, por acción u omisión? La novela más reciente
de Sara Sefchovich, Demasiado odio, lleva a preguntarnos hasta dónde somos partícipes de esa trama de sangre.

Sara Sefchovich (1949).
Sara Sefchovich (1949).Fuente: noticias.canal22.org.mx
Por:

I. TENGO MÁS de medio siglo de vivir en la misma calle. Confieso que, al menos ahora, no conozco bien a los vecinos. Cuando era niño, visitaba a los otros niños de la calle y las casas, por así decir, no tenían puertas. Con el paso del tiempo, aquellos niños dejaron de serlo y sus familias se mudaron de casa. Añoro esos años en que íbamos de una casa a otra y la pequeña vecindad de nuestra calle era como una pequeña familia donde todos se conocían y se sabía algo de la vida de los vecinos. La casa del vecino siempre tenía algo de mágico. De prohibido y a la vez de familiar.

En la vida literaria pasó algo parecido. Reconocemos una cara por haberla visito algunas veces en el cine o en una librería. O porque sabemos que frecuenta ciertos lugares que nosotros también visitamos. Hasta podemos saber que una persona escribe artículos que hemos leído y con los que estamos de acuerdo y luego sorprendernos al saber que esa misma humanidad es la de alguien que encontramos en compañía de un amigo querido.

El tema en cuestión es que aquellos que nos rodean y supuestamente conocemos pueden sernos más bien desconocidos y aun extraños. Confieso con rubor que algo parecido me pasa con cierta frecuencia. Del mismo modo que no nos atrevemos a preguntarle su nombre a alguien que nos saluda con familiaridad, cuesta trabajo, al menos me sucede a mí, confesar que no hemos leído todos sus libros. Esto me sucedió hace poco con Sara Sefchovich, nacida en 1949 y perteneciente al loable grupo de autores que no oculta su edad, cosa que se ha puesto de moda en la academia.

Yo la conocía como periodista, socióloga, estudiosa de Luis Spota y autora de numerosos libros. Le pedí hace años que me acompañara en la presentación de mi libro sobre Carlos Monsiváis, publicado por Bonilla y Artigas. Lo hizo con gentileza y profesionalismo. También compartimos en la Feria del Libro dedicada a México en Frankfurt momentos agradables de charla amena en pasillos, vestíbulos, salas de espera de aeropuertos y actos a los que ambos asistimos. Además de encontrarme con ella una vez por semana al repasar el periódico en su página de opinión y por conocer de reojo algunas de sus actitudes y talantes en torno a los temas de la convivencia en la ciudad y el país.

Hace poco me escribió para enviarme su más reciente novela que se suma a sus libros de ensayo y sus antologías. Le confesé que no había leído sus novelas pero que me enviara el ejemplar en cuestión. Ese mismo día recibí la novela... con el libro Vida y milagros de la crónica en México, de 2017. Pedí un respiro para revisar y acudí a una cita que siempre me acompaña del doctor Samuel Johnson: “El gusto no depende de la voluntad”.

La novela parece impulsada por la necesidad de una respuesta sobre el origen del mal, en particular de
las violencias asociadas al trasiego de estupefacientes 

II. DEMASIADO ODIO (Océano, México, 2020), novela las aventuras de una mujer llamada Beatriz a través de una serie de cartas y estampas que le escribe a una sobrina. La novela parece una prolongación o “deconstrucción” trágica de Demasiado amor, la primera novela de la autora, publicada en 1990.

El título proviene de las últimas líneas del último de cincuenta capítulos:

Y porque si antes lo dudaba, ahora estoy segura de que no podría soportar esta vida nuestra que había dejado de ser, como dice la canción, aquella que tanto le gustaba a mi padre, un día de horas amargas y otro de horas de miel, pero ahora ya era nada más y todo el tiempo, de odio, demasiado odio (p. 261).

¿De dónde viene ese “odio”, ese exceso? La respuesta se da en el curso de una narración que se puede leer como una novela donde conviven los demasiados viajes con la violencia originada por la humana grey mexicana —inhumana, se diría, tocada, alcanzada, infiltrada por la industria del narcotráfico y por sus contactos con el universo del terrorismo. Es también una historia de amor o de amores, la de una mujer que se hace madre y salvadora de un amante que, por así decir, la enamoró con su violencia y su fragilidad. La geografía humana en el trasfondo es la del caciquismo que se transforma en gobierno en todo México y en el estado de Michoacán. Apatzingán es la ciudad clave de donde salen los hilos de esta narración donde se va armando el paisaje, la hojarasca de fondo de esta selva.

La novela parece impulsada por la necesidad de una respuesta a las preguntas sobre el origen del mal, de la violencia y en particular de las violencias asociadas al trasiego, fabricación y distribución de estupefacientes. Los personajes principales, Beatriz y Alfonso X, doña Lore, las criadas huérfanas y sin nombre se perfilan a lo largo de este viaje alrededor del mundo que pasa por Apatzingán, Acapulco, la Ciudad de México, McAllen, Boston, Londres, París, Madrid, Estambul, Tokio, Marrakech, por donde va dejando su estela sangrienta este individuo violento movido por el “demasiado odio” y su amante, soldadera y madre acompañante... que “viajan” por un mundo que sólo recorren para violentarlo con sus atentados en una huida hacia adelante. No es una novela para niños. Lo es más para ciudadanos y ciudadanas preocupados por el estado de un mundo gobernado o desgobernado por economías subterráneas o semisubterráneas, por el contrabando y los mercados informales... El rosario de episodios terroristas que articula la novela hace pensar que la autora no es una mala conocedora de las relaciones internacionales del mundo polarizado, aunque su hábil manejo narrativo, su soltura para explayarse en truculencias como telenoveladas, su sentido del humor, llevan al lector de la mano como a un niño por un museo del horror global. Es evidente la empatía que tiene la autora con sus personajes, la simpatía que despierta en ella la historia que cuenta y sobre todo, diría, la empatía con y hacia las pequeñas gentes que acompañan a sus personajes como sombras.

Las observaciones sobre la riqueza del español en el mundo hacen ver al lector que la autora viaja por el mundo con los ojos y los oídos abiertos.

III. LEO DEMASIADO ODIO a la luz oscura de la constelación de los hoyos negros y grises que desde hace décadas o acaso siglos ensombrecen la vida en México. Desapariciones, masacres, ejecuciones, carnicerías, decapitaciones, mutilaciones, sacrificios, desplazamientos forzosos, secuestros y otras muestras abominables de la siniestra artesanía mexicana que afecta a campesinos, propietarios rurales, comerciantes, periodistas, defensores de los derechos humanos y del medio ambiente. La singularidad de la novela de la cronógrafa y periodista estriba en su inclinación afectiva, casi se diría amorosa, hacia la comprensión de las razones o los motivos que pueden hacer que alguien practique la violencia en forma sistemática y hacia su entorno familiar: sus parientes, padres, el círculo de la sangre en donde anidaron los que luego la derramarán.

Demasiado odio
Demasiado odio

IV. AD PLURES IRE. Los latinos decían de quienes morían que se iban a reunir con los “muchos” pues los muertos han sido tradicionalmente más numerosos que los vivos. Pero la explosión demográfica planetaria durante las últimas décadas ha puesto en riesgo esa ecuación y casi puede decirse que el número de personas vivas sobre el planeta es mayor que el número de todos los muertos a lo largo de la historia. Este razonamiento inquietante daría como resultado que si, tradicionalmente, la especie obedecía el imperativo categórico de reproducirse y la felicidad humana estaba asociada a la procreación, a partir de cierto momento, la intuición de que la muerte individual y colectiva no es un mal sino un bien hace que los nuevos benefactores de la humanidad no sean quienes la salvan sino quienes la ayudan a extinguirse.

Desde esa perspectiva hipermalthusiana, la novela de Sara Sefchovich se presenta como un retrato con paisaje de esa nueva clase atroz y corrosiva que vive de la muerte y con la muerte. ¿No habría que aplaudir a la autora su empeño en describir desde dentro a los personajes de ese trágico casting contemporáneo en este viaje al fondo del amanecer asesino, donde se dan la mano el amor y el odio, la compasión y la crueldad, la fraternidad y el cinismo, más allá de la mascarada institucional, representada acertadamente por el Obispo que visita a uno de los personajes?

No hay, no puede haber “moraleja” edificante sino, a lo más, la reseña anacrónica de un viaje no-milagroso al fondo de la nueva edad prehistórica, prehumana, humana y posthumana que impone ese mundo que no deja de caer una y otra vez sobre sí mismo, como en las fantasías de los estoicos y de ciertos gnósticos.

V. LOS OJOS de Sara están abiertos, diría el lector de Los ojos de Ezequiel están abiertos del escritor francés Raymond Abellio, quien concebía al novelista como “ángel exterminador” y atrevió la fantasía de un grupúsculo terrorista cuyo pacto se fundaba en la destrucción del mundo.1

VI. COMO EN LA NOVELA de G. K. Chesterton, El hombre que fue jueves (1908), sobre un grupo de agentes en busca de anarquistas encubiertos en donde se descubre que todos los personajes pertenecen a la conspiración, podría decirse que en la trama narrativa titulada Demasiado odio, todos, incluidos lectoras y lectores, reseñistas y editores, formamos parte de la trama y, para decirlo con una voz bíblica, nadie puede sacar la mano del plato.

Todos somos Beatriz y su sobrina, todos somos Alfonso X, todos somos doña Lore y todos somos Sara, Elena, Luis, David, Carlos, Guillermo, Julián, Juan Domingo, Rodrigo, Mónica y Carlos. Leemos el mismo libro del mundo, hilos sueltos somos de la misma trama cuyas cosas, como dice Gracián en El Criticón y en uno de los epígrafes, “se han de mirar al revés para verlas al derecho”.

Nota

1 Raymond Abellio, Los ojos de Ezequiel están abiertos, prólogo de Adolfo Castañón, Duomo Ediciones, Barcelona, 2011.