La cotidianeidad más asfixiante
La literatura fantástica o literatura de la imaginación (en la fórmula propuesta por Alberto Chimal)
cuenta con autoras de primer nivel en México, aunque en escaso número. BEF comenta
el más reciente libro de Cecilia Eudave, Al final del miedo: mientras subraya tanto
los aportes como la solvencia de las ocho narraciones que componen el volumen, desmenuza
de qué modo los cuentos se conectan a través de personajes desencantados en un mundo de abismos invisibles.
La literatura de la imaginación ha sido pródiga en grandes autoras. Desde Mary Shelley hasta Carmen María Machado, en la tradición anglosajona abundan fantasistas que han sido arropadas por su canon; algunas de ellas, como Ursula K. Le Guin, Margaret Atwood y más recientemente Karen Russell, convertidas en auténticas estrellas literarias en sus países.
POR RAZONES que me eluden, la lengua española no sólo ha sido magra en su literatura fantástica. Además de ello, las autoras que la han cultivado suelen encajonarse en el gabinete de las curiosidades. Traído al ámbito local, nuestras cultoras de la imaginación se antojan escasas ante las narradoras del realismo. Y si bien los lectores reconocen nombres como los de Amparo Dávila o la muy mexicana Leonora Carrington, pasando por Manú Dornbierer (cuya obra cuentística urge rescatar) y llegando a escritoras en activo como Bibiana Camacho, Daniela Tarazona, Karen Chacek, Andrea Chapela y Mariana Palova, la aparición de un libro de fantasía escrito por una mujer sigue siendo una noticia que celebrar.
De ese modo no es para menos congratularse por la aparición de Al final del miedo (Páginas de Espuma, 2021), libro de cuentos tan breve como inquietante de Cecilia Eudave. La autora, narradora y académica (nacida en Guadalajara, 1968), se ha labrado desde hace muchos años un espacio importante en nuestras letras. Con un registro amplio que va desde la literatura infantil y juvenil a la novela, del ensayo al cuento, su carrera se expande por más de dos décadas de creación continua que, sin embargo, aún no fructifica en el reconocimiento que merece. Acaso Al final del miedo sea el libro que consiga colocarla en ese espacio que le corresponde hace tiempo.
JUSTO ES SEÑALAR que el libro de marras no es un texto imaginativo en el sentido más convencional. Se sabe que fantasía es un término complejo, amplio y elusivo. La apuesta de Eudave se aleja de los caminos más transitados del subgénero e hilvana ocho narraciones tan breves que a veces parecen viñetas de la vida de un grupo de personajes abrumados por una cotidianeidad asfixiante. El número de cuentos no debe ser casual, pues como dice Umberto Eco en El nombre de la rosa, “ocho es el número de la perfección de todo tetrágono”.
Mi anglofilia, liberadora y limitante al mismo tiempo, me remitió a las novelas costumbristas de Philip K. Dick situadas en mundos raros, pero me queda claro que los referentes de Cecilia son más amplios que los míos. Intuyo entre sus lecturas a Gianni Rodari, Italo Calvino y Michel Houellebecq.
Alrededor de los agujeros se tejen conjeturas, pero la autora se enfoca en un conjunto de personajes interrelacionados de un cuento a otro, generando una novela fraccionaria o fix-up
Sospecho que de leerse los cuentos por separado, el elemento fantástico que da unidad al libro podría pasar desapercibido para un lector distraído, como yo.
En el fondo de las narraciones, en un engañoso segundo plano, se describe un mundo donde surgen misteriosos agujeros abismales en las ciudades, sin que nadie tenga una explicación. (Al calce, la aparición del socavón de Puebla, varios meses después de publicarse el libro, reafirmó por enésima vez aquella expresión inglesa life imitates art —la vida imita al arte— de forma por demás angustiante).
Alrededor de los agujeros se tejen conjeturas y rumores, pero la autora se enfoca en las vidas de un conjunto de personajes interrelacionados de un cuento a otro, generando una novela fraccionaria o fix-up, término acuña-do por el escritor A. E. Van Vogt para referirse a una colección de cuentos situados en un mismo universo ficticio que, puestos en conjunto, forman una narración más grande.
Como en muchas grandes obras de fantasía, desde La divina comedia a La ciudad y la ciudad, el interés de la narración no está centrado en el elemento imaginativo: la proliferación de los agujeros ocupa un lugar secundario al lado del hartazgo que se cierne sobre las vidas de cada uno de estos protagonistas. Se trata de seres desencantados, aburridos de sus vidas desahogadas, varios de ellos atrapados en relaciones de pareja enloquecedoramente plácidas. Y aunque la vida en pareja es uno de los ejes temáticos de Al final del miedo, la solvencia narrativa de la autora le permite incluso componer una historia policiaca y salir bien librada del lance, empeño en que otros muy celebrados autores de nuestras letras han naufragado.
COMO EN TODA buena narración de lo inusual, lo central de estos cuentos es aquello que la autora sugiere pero nunca muestra: la amnesia liberadora que provoca una caída en una mujer que no deja de sangrar, la espiral descendente hacia la autodestrucción que una chica atestigua en su hermano gemelo, la búsqueda de una historia que lleva a un antipático mirrey a un barrio popular, los viajes a la playa y al lado más sórdido de la noche urbana que emprenden dos parejas para huir de sí mismas, el gris oficinista que es capaz de inventar los delirios más coherentes para ligarse a una compañera de trabajo, un fotógrafo alcohólico que ve mujeres muertas en la pantalla de su laptop... Todos ellos se interrelacionan en una telaraña minuciosamente armada detrás de la cual intuimos a la araña ponzoñosa.
Los abismos más tenebrosos de Al final del miedo no son los que se abren caprichosamente en sus páginas, sino los que anidan silenciosos en las almas de sus personajes.
Este libro cimenta el merecido prestigio de su autora como una de las más sólidas narradoras de su generación en nuestro país.
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