Cuarentena en dos tiempos

El libro más reciente de poesía de Julia Santibáñez, Eros un vez —y otra vez—, comenzó a circular durante
la emergencia sanitaria y, a pesar de esa limitante, los comentarios que ha recibido
en medios y redes sociales confirman una recepción espléndida. A partir del confinamiento, el poema
inédito que esta vez compartimos avanza en una dirección distinta: el desvelo, una conciencia
“como la cuerda altiva de un violín” que recorre las señales perdurables de un mundo enrarecido, en vilo.

Cuarentena
CuarentenaFoto: Pixabay
Por:

Este artrítico equilibrio

de mis libreros y repisas

no es ningún indicio de peligro,

ni el diente que le falta a este peine;

tampoco el atasco del lavabo.

Es mera coincidencia de la ciencia,

vuelvo a decirme,

hasta el perro vecino de ruido.

Una avería no hace verano,

pero tanto en mi nuca nerviosa

como en la manía de las uñas

por arrancarle un pellejo de voz

a este silencio

igual a una piedra

encuentro un estribillo estridente.

Hoy, cuando hasta un temblor se une

a la conjura

y le cruje cada desvelo

a la madera de la casa,

me asomo al espejo a cada rato

por si recelo algo en los ojos.

Algo que no soy.

Es delgada y pesa, la madrugada.

Prendo la luz,

está bien dispuesta.

Tendría que enjuagarme la boca

de agua bendita

para ahuyentar las pesadillas,

como aquel personaje Wieck

de Francisco Hernández.

No creo en amuletos

de a quince el cuarto.

Miro los anteojos sobre el mueble

pero no me los pongo;

sólo taso la geometría del cuarto

si está fuera de foco.

Voy a orinar

y lo hago largamente,

me complace ese chorro poderoso.

Luego saboreo el amarillo

de una guayaba y no tengo sueño.

Ya en el sillón

abro al aire la caja

del ajedrez que papá jugó;

alimenta en la esquina del tiempo

cuervos que me picotean recuerdos.

Tomo la miniatura intempestiva,

amazona de bronce

con punta de pezón opositado;

me gusta que en el cielo de esta foto

siga siendo 18 de enero.

A los cerillos de aquel viaje

les consumo dos. Me gusta pedirles

prestada la prestancia de su juego;

vuelvo a sacudir la pluma fuente,

a columpiar sus gramos en mi mano.

El volumen menor de los objetos

me inclina a ellos,

olor silencioso de ceniza

que aún no es.

Creo en su voz sin pirotecnia,

en los rituales de serenidad

en que me ocupan.

No soy una agonista.

Festino el día que ya está vibrando,

imperceptible,

como la cuerda altiva de un violín

segundos antes de echarse a sonar.