Dos microrrelatos

La ficción es territorio de lo que no ha ocurrido pero  podría pasar en la casa de junto o con nuestro gris colega de oficina. Víctor Mandrago ofrece aquí dos relatos perturbadores.

TARTINI
TARTINIFoto: Especial
Por:

TARTINI

Navegabas El trino del Diablo y sonó el teléfono. Contestaste. Era otro ejecutivo de cuenta de un banco. Le dijiste que no se te ofrecía ningún producto financiero pero que, si sabía hacer el amor intensamente, lo esperarías en la tarde en tu domicilio. Preparaste ensalada de lechuga con fresas, nueces de la India y amaranto; un poco de aceite de olivo y unos pequeños trozos con jamón ibérico. Al terminar, reposaste desnuda en tu cama, acompañada con una copa de vino.

El cajero del banco llamó para confirmar si la propuesta era cierta. Tu respuesta fue que tenía suerte y que, por favor, comprara aceite de coco para darle unas caricias inolvidables. El muchacho te preguntó si tenías fotos en Facebook o Instagram. Mencionaste que con sólo verte se le pondría dura y, lo mejor: la chupabas hasta terminar con la última gota de esperma. Al tipo le dio risa, pero te pidió la dirección de tu domicilio; pasaría a tu casa a la siete de la noche.

Treinta minutos después de la hora pactada sonó el timbre. Pasó un joven como de 27 años. Cuando te vio sintió miedo. Le ofreciste vino con el Rivotril que tenías listo para esos casos; poco a poco se fue relajando. Su cuerpo no era tan desagradable, lo bañaste y se acostó en tu cama para frotarlo con el aceite. Nunca supo cómo esa tarde le hicieron el mejor sexo oral de su vida.

Tu obra de arte iba por buen camino. Lo metiste a una habitación donde tenías a once empleados bancarios, semiinconscientes y amarrados entre ellos de las manos. Al observar que habías logrado un círculo perfecto, se te antojó acariciar un momento tu vagina. Fuiste al cuarto de servicio por tíner, hilo de cáñamo y agujas para cueros. Regresaste a la habitación. Tu excitación aumentó al mirar que uno se arrastraba a beber agua con clonazepam y otro, a tragar croquetas corrientes como un perro. El gato estaba a tu lado y miró a todos con desprecio. Gracias a la sustancia quedaron listos y, mientras escuchabas a Tartini, alcanzaste el orgasmo cuando le cosiste a todos la boca.

CANCIÓN DE CUNA

Me detuve en un tugurio. Busqué distraerme con lo que prometía su propaganda: bocas, culos, caderas y tetas. Entré. Me senté en la mesa que estaba junto a la pista del deseo. De ahí sólo salieron hembras que al final de su ac-to recogían su tanga como las señoras que fingen el orgasmo. Hastiado de convivir con el placer permitido a las mayorías, pedí un Uber con dirección al orfanato que está relativamente cerca de donde vivo. Antes de abordar el coche me llamaron la atención las ratas obesas y nerviosas que buscaban sustento al igual que lo hace un ciudadano promedio.

Llegó el automóvil y el conductor me pidió confirmar mis datos para iniciar la ruta. A la mitad del camino me puse a mirar las fotos de algunas amantes y la excitación me obligó a meter la mano discretamente por debajo del pantalón, para acomodarme la erección sin freno. Cinco minutos después llegué a mi destino.

Me despedí del chofer y toqué el timbre del inmueble. Cuando preguntaron “¿Quién es?” di la clave de la cofradía. El vigilante me llevó con la encargada del servicio nocturno. La señorita que escuchaba la canción “All is Full of Love”, de Björk, me dio la bienvenida y me informó que el catálogo ya estaba actualizado. Con alegría comprobé que era cierto; ya aparecían Frozen, La Princesa Jazmín, Las chicas superpoderosas y, me parece, Candy Candy, además de Hércules, Tarzán, Aladdin y Simba.

Indiqué a la señorita que deseaba conocer a Frozen. Me llevó a la sala de juntas. Mientras esperaba, por la ventana veía cómo la noche se acentuaba con las luces de las lámparas que colgaban de los postes como estrellas decadentes. La chica de ojos color ámbar regresó y me dijo que el área de artes escénicas ya estaba lista. Le di las gracias y me dirigí a obedecer a mi instinto.

Salí más tranquilo del orfanato y pedí otro Uber a casa. El procedimiento fue el mismo, ya con mis datos confirmados el chofer se dirigió a mi domicilio. Mientras veía la luna en menguante sentí que aún necesitaba algo para poder dormir como Dios manda. Le di las buenas noches al conductor, entré a casa y colgué las llaves en el lugar de siempre. Se me antojó un vaso con leche fría y fui al refri; después me di un baño. Antes de dormir como un angelito, fui a la habitación de mis pequeñas, les empecé a cantar su canción de cuna y cerré la puerta.

VÍCTOR MANDRAGO (Ciudad de México, 1981) es narrador, guionista y publicista. Sus textos han sido publicados en diarios y revistas nacionales e internacionales como La Jornada, Transgresiones y Conexión NorteSur.