Gonçalo M. Tavares, la imaginación como sobrevivencia

Esgrima

Gonçalo M. Tavares
Gonçalo M. TavaresFoto: sabado.pt
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TRADUCCIÓN • EDUARDO LANÇA DA COSTA

Gonçalo M. Tavares (Luanda, Angola, 1970) es autor de libros imprescindibles de la literatura contemporánea como Biblioteca; Agua, perro, caballo, cabeza; El barrio y los señores (con prólogo de Alberto Manguel); Historias falsas; Canciones mexicanas; Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre; Un viaje a la India; y las cuatro novelas cortas de El reino (con prólogo de Enrique Vila-Matas): Un hombre: Klaus Klump; La máquina de Joseph Walser; Jerusalén; Aprender a rezar en la era de la técnica, entre muchos otros.

La pluma del escritor angoleño resulta un bisturí cuyos cortes precisos significan un encuentro íntimo con la historia de la literatura universal. Su obra ha sido publicada en más de cuarenta y cinco países y ha recibido múltiples elogios de los lectores y de la crítica especializada. Por ejemplo, ganó el Premio José Saramago para jóvenes escritores menores de 35 años en 2005, el Premio Portugal Telecom de Literatura en Língua Portuguesa 2007, el Premio LER / Millenium y el Premio al Mejor Libro Extranjero de 2010 en Francia.

Sobre Atlas del cuerpo y la imaginación. Teoría, fragmentos e imágenes (traducción de Maria Alzira Brum, Universidad del Claustro de Sor Juana / Matadero, Ciudad de México, 2018), Tavares plantea: “Me gusta la idea de que este libro sea leído del inicio al final o exactamente al contrario; o incluso por saltos, por fragmentos, capítulos o entradas y salidas rápidas. El lector entra donde y cuando quiere y sale también, claro, donde y cuando quiere (que un libro tenga muchas salidas de sí mismo, siempre me pareció sensato)”. Se trata de una realidad laberíntica y simultáneamente fragmentaria, de aliento benjaminiano.

Los editores del volumen aseveran:

Atlas del cuerpo y la imaginación. Teoría, fragmentos e imágenes se compone de tres secciones principales: en la primera el lector podrá encontrar una serie de ensayos sobre la enfermedad, el miedo, la locura, la imaginación, la ciudad, en un cruce entre filosofía, arte, ciencia, arquitectura... que derivan de ideas de Wittgenstein, Hannah Arendt, Pina Bausch, Schopenhauer, Ernst Jünger, etcétera. En la segunda parte, de forma lateral, tenemos una serie de “mapas” o piezas visuales realizadas por el colectivo Los Espacialistas, que nos exhortan a reinventar nuestro concepto de espacio.

El libro, que participa de la poesía, de la narración y del ensayo, incluye un conjunto de imágenes creadas por el colectivo portugués de artistas-arquitectos Los Espacialistas, que otorga una mirada interdisciplinaria al estudio de la filosofía, el arte y la literatura. En entrevista, Gonçalo M. Tavares conversa sobre Gaston Bachelard, Ludwig Wittgenstein, Robert Musil, Hermann Broch, Robert Walser, Samuel Beckett y Roland Barthes.

Gaston Bachelard es uno de los autores más analizados en Atlas del cuerpo y la imaginación. Teoría, fragmentos e imágenes. Afirmas que en una ocasión dijo lo que hubiese hecho como psiquiatra. Y él recurre a Baudelaire para hablar del espacio ilimitado de la literatura. ¿Qué opinas del planteamiento sobre la literatura como medicina?

El origen de ese fragmento del libro sobre la salud mental está en La poética del espacio de Bachelard. Lo cito porque el pasaje refleja su imaginario:

Si yo fuera psiquiatra, aconsejaría al paciente de angustia, en el momento de la crisis, que leyera un poema de Baudelaire, repitiendo muy suavemente la dominante palabra baudelaireana, la palabra vasto, que transmite calma y unidad, esa palabra que abre un espacio, que abre el espacio ilimitado.

La errancia implica perderse, es la búsqueda de una nueva experiencia. también resulta ser la investigación del lenguaje

Bachelard habla de “la medicina de los sonidos y de las palabras”. Para el filósofo, las palabras son medicamentos.

Estudias profusamente a Ludwig Wittgenstein. Recuerdas algunas de sus preguntas más meticulosas. Un ejemplo es: “¿Qué acontece fisiológicamente durante el cálculo mental?”.

Las preguntas que hacen pensar son la vía del conocimiento, del saber. El filósofo austriaco planteó tres preguntas imprescindibles, absolutamente radicales: “¿Cómo se enseña a una persona a leer para sí misma en silencio? ¿Cómo sabe cuándo ya es capaz? ¿Cómo es que ella misma sabe si hace lo que le es exigido?” Estas tres preguntas de Wittgenstein son incandescentes.

Escribiste: “No hay valores fijos, aquello que hoy es muy valioso, mañana podrá volverse una insignificancia, y viceversa. El hombre sin atributos de Robert Musil es el hombre que no se conecta a ninguna cualidad, es el individuo desconectado”. ¿Qué significado le otorgas a la desconexión?

Este hombre sin atributos, este individuo desconectado: percibe la fugaz conexión entre los hombres. El hombre sin atributos vive bajo un importante precepto: no existen las jerarquías en su extraño universo.

Recuerdas que en La muerte de Virgilio, Hermann Broch muestra al poeta “que escuchaba el proceso de morir”.

Siempre he pensado que imaginar la propia muerte funciona como un instinto de sobrevivencia primordial. Sabemos que nacemos y somos conscientes de que moriremos. Para muchos genera miedo. La muerte no es real, por lo menos para nosotros dos en este momento, Alejandro, conversando en este salón literario, porque no la experimentamos. La imaginación de la propia muerte es una propensión de defensa de la mente.

Exploras la errancia, esencial para múltiples escritores. Pienso en Robert Walser.

Me alegra que menciones a Walser, paseante por excelencia. La errancia implica perderse, es la búsqueda de una nueva experiencia, de una nueva línea de un libro. La errancia también resulta ser la investigación del lenguaje.

Citas una línea de Beckett perteneciente a Malone muere: “Sin embargo mi idea se me escapó de la cabeza. Qué más da, acabo de tener otra”.

El control de la realidad es mucho más difícil que el control de nuestra imaginación, de nuestro mundo interior. Por eso elegí esa línea de Samuel Beckett.

Pensaste en “la separación entre palabra y cosa, palabra y cuerpo”. Contrastaste la escritura a mano con el uso del teclado. ¿Cómo planteas la voz, el estilo, en este contexto?

Escribí que el teclado es una máquina de neutralización emocional. El lenguaje (de la voz a la escritura a mano, y de ésta a la escritura con el teclado) pasó del microcosmos de lo individual hacia el universo de lo colectivo, de lo privado y personal hacia una entidad colectiva.

Recuerdas que Barthes se cuestionó: “¿Y cómo nos miramos, si no hablando?”. Afirmas que dialogar es otra forma de mirar al otro.

Exactamente. El diálogo es, entre otras cosas, un extraordinario sistema de observación. Dialogar es observar y, a la vez, ser observado. Escribí que el diálogo entre dos individuos es “un duelo pacífico de observaciones”.