J. D. Salinger, acechos al cazador

J. D. Salinger, acechos al cazador
Por:
  • guillermo vega

A cien años de su nacimiento y a nueve de su muerte, resulta pertinente reflexionar de nuevo sobre la perennidad de la obra de J. D. Salinger, sobre todo de su novela The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno o, como se estableció en su primera traducción al español, El cazador oculto), de la que se dice que circulan por el mundo más de 140 millones de ejemplares. ¿Qué tiene esta obra que, más de medio siglo después de haber sido publicada, sigue afectando profundamente a miles de lectores jóvenes, al compartirles las desventuras de Holden Caulfield, el singular adolescente malhablado y de ácido humor hipercrítico, pero sobre todo idealista y de alma frágil?

Los críticos coinciden en que el gran precursor de Holden Caulfield es el Huckleberry Finn de Mark Twain. Sin embargo, el de Salinger es un joven con el alma rota que anda en busca de un mentor, alguien en quien confiar, y todos lo decepcionan. Vaga por las calles de Manhattan tras las huellas de su padre, desconfía de todo y de todos por ser phonies (farsantes, hipócritas).

En el célebre fragmento que le da título al libro, Holden le confiesa a su hermanita Phoebe:

Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Tan sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños se caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar a dónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.1

Pero, “para ser un guardián entre el centeno, que es la ambición de Holden, tiene que ser una especie de santo secular, dispuesto y capaz de salvar a los niños de los desastres”, apuntó Harold Bloom en una de las decenas de libros existentes dedicados al análisis de la novela.2 El dilema de Holden —su incapacidad de encontrar y aceptar a un auténtico guía en quien confiar— “nos duele a muchos de nosotros, es profundamente estadunidense.

Holden habla por nuestro escepticismo y por nuestra necesidad. Ésta es una gran carga para tan frágil personaje literario”, sostiene Bloom.3

LA DOCTRINA CENTRAL del libro —que dentro de todos nosotros habita un guardián entre el centeno— implica un estricto código de vida. A su destartalada manera, The Catcher “es un libro para la era de la ansiedad y la conformidad”, resalta David Castronovo en un notable ensayo sobre el legado del personaje de Salinger.4 Todo el libro está plagado de prohibiciones y consejos prácticos para llevar una vida libre. Es una guía para quienes desean apartarse de la búsqueda de prosperidad y felicidad que plantea la vida norteamericana de la posguerra. Por ello, The Catcher in the Rye es pionera en la aparición del adolescente como personaje literario y prefigura la brecha generacional que se abrirá unos cuantos años después, con el surgimiento del rock and roll, y se ahondará aún más en la década siguiente, con la explosión de la contracultura hippie.

En un principio la novela no fue bien recibida por la crítica, sobre todo por el lenguaje desparpajado e irreverente del personaje, pero con el tiempo fue justamente apreciada y se convirtió en un éxito entre los lectores. Incluso recibió el espaldarazo de alguien como William Faulkner, quien reconoció haberse sentido impresionado por el libro porque mostraba la presión social para dejar de ser uno mismo y formar parte del grupo, de sumergirse en la masa de ese nosotros:

Creo que lo que vi en ese libro fue a un hombre joven, inteligente, un poco más sensible que la mayoría, que simplemente quería amar a la humanidad [...] Su tragedia es que cuando trató de unirse la humanidad, allí no había ninguna raza humana.5

¿CUÁL FUE esa tragedia de la que habla Faulkner? Gracias a la reciente publicación de biografías que han revelado partes oscuras de la vida del escritor —como la de David Shields con Shane Salerno y la de Kenneth Slawenski—, hemos podido conocer más detalles sobre él. Hijo de una familia judía acomodada, Jerome David Salinger (llamado familiarmente Sonny) nació en 1919 en Nueva York y creció como un niño malcriado, por lo que su padre lo inscribió en una academia militar para que enmendara el camino y se encargara del negocio familiar. Lo que Sonny encontró allí fue su verdadera vocación: escribir. Se puso como objetivo publicar en la que consideraba la mejor revista del mundo: The New Yorker. Sus editores se negaban a reconocer su talento, así que se conformó por un tiempo con publicar en revistillas menores.

Entonces estalló la Segunda Guerra Mundial. Se alistó en el ejército en 1942 y partió a Europa. Recibió entrenamiento de contrainteligencia y peleó contra los nazis. En Alemania ayudó a liberar un campo de concentración y participó en el interrogatorio de los prisioneros de guerra. En 1944 entró en París, con las primeras tropas estadunidenses que liberaron la ciudad. Cuando su unidad desembarcó en Normandía, llevaba una máquina de escribir entre sus pertenencias.

Poco después del fin de las hostilidades, Salinger sufrió un colapso nervioso debido al estrés postraumático y fue relevado de su cargo en 1945. Su experiencia en la guerra lo marcó profundamente y le hizo cambiar su opinión sobre la humanidad. A propósito de sus días en el ejército, Salinger le confesó a su hija Maggie: “Nunca consigues deshacerte de ese olor a piel carbonizada”.6

A todo ello hay que sumar la desilusión que le provocó su novia Oona O’Neill, la joven hija del Premio Nobel Eugene O’Neill. Al partir Jerry a la guerra, ella le prometió esperarlo, pero en el frente se enteró por el periódico que se había casado nada menos que con Charles Chaplin (ella apenas había cumplido 18 y él tenía 54). El francés Frédéric Beigbeder novelizó todo el drama en Oona y Salinger.

JEROME DAVIDA REGRESÓ y se dedicó totalmente a la escritura. Logró que The New Yorker le publicara un cuento en 1948 —el extraordinario “Un día perfecto para el pez plátano”— y así cimentó una bien ganada reputación de excelente narrador, que se corroboró en 1951 con la publicación de The Catcher in the Rye, que llevaba años puliendo y reescribiendo.

Al principio aceptó el juego del mundo editorial, pero pronto se hartó de él y decidió apartarse de todo y todos. Descubrió el budismo y se mudó a una finca apartada en Cornish, New Hampshire, en la que viviría el resto de su vida. Se casó y tuvo dos hijos. Además de la novela, publicó apenas 36 textos; el último de ellos apareció en 1965. Los que tomaron forma de libro estuvieron dedicados a contar la vida de los miembros de la familia Glass, integrada por Seymour, Franny y Zooey, niños de inteligencia superior con una vida trágica. El 19 de junio de 1965 apareció su último cuento: “Hapworth 16, 1924”, una larga carta del joven Seymour Glass, precisamente el mismo personaje de “Un día perfecto para el pez plátano”. Se interpretó como el cierre de un ciclo y así fue. A partir de entonces guardó silencio.

Su mutismo de 45 años lo llevó a ser piedra angular de la Literatura del No, aquella cofradía de los Bartlebys inventada por Enrique Vila-Matas, en la que incluyó a hombres que se negaron a seguir escribiendo, paralizados ante “las dimensiones absolutas que conlleva toda creación”, como Arthur Rimbaud, Franz Kafka, Juan Rulfo y otros.

Además de formar parte del contingente de autosilenciados, llama la atención más de un paralelismo entre Salinger y Rulfo. Ambos publicaron un volumen de cuentos magistrales (Nueve cuentos y El Llano en llamas, ambos en 1953) y los dos experimentaron estragos de guerra que los marcarían para siempre (uno, siendo niño, la Cristiada; otro, ya como adulto, la segunda gran conflagración mundial). Sus únicas novelas aparecieron en la misma década (El guardián... en 1951, Pedro Páramo en 1955) y son consideradas fundamentales en la historia de sus propias literaturas. Aquí encontramos lo más interesante: aunque una se desenvuelve en el ámbito fantástico (mejor: fantasmagórico) y la otra en el eminentemente realista, ambas novelas relatan la búsqueda del padre y un descenso a los infiernos.

Otra vez Bloom:

Manhattan no le ofrece a Holden nada positivo; como muchos lectores han notado, la ciudad es su descenso a los infiernos. Incluso, tiene más que ver con Holden que con Manhattan. Como Huck Finn, Holden es un muchacho de infinita buena voluntad, pero es menos saludable que Huck, que no es un masoquista. Holden lo es, y aquí hay un elemento de ansia de muerte en sus aventuras en Manhattan. La ambivalencia, la presencia simultánea de sentimientos positivos y negativos en grados casi iguales dominan a Holden a lo largo del libro, en busca de su padre y de todo el mundo adulto, pero también en busca de sí mismo.7

Aunque Holden tiene diecisiete años, parece no haber madurado más allá de los trece, edad a la que muere su hermano Allie. La propia alma de Salinger parece haberse congelado ahí. Renunció a lidiar con el podrido mundo adulto y se dedicó a crear su propia familia imaginaria de niños inteligentísimos, los Glass, aunque a sus propios hijos no les prestó atención. Quizá por el trauma vivido con Oona, se dedicó a cartearse y establecer relaciones más allá de lo platónico con jóvenes mujeres de aspecto virginal (el caso más conocido es el de Joyce Maynard, quien lo ventiló en un polémico libro de memorias, pero no fue la única), y sobre todo se negó a dar entrevistas y a ser fotografiado, con una obsesión digna de mejores causas.

"José Agustín ha reconocido la influencia de el guardian entre el centeno en su propia escritura, en novelas como La tumba y De perfil".

LA RESONANCIA de su obra y del mito del propio Salinger permeó tanto en la literatura como en la cultura popular. Novelas de autores como Bret Easton Ellis, Jay McInerney, Sylvia Plath, Jim Carroll, Evan Hunter y otros fueron escritas en la misma tradición de The Catcher... Aunque luego de una desafortunada experiencia con uno de sus cuentos, que lo llevaría a prohibir cualquier adaptación al cine de sus obras, después de su muerte han aparecido cintas donde el escritor es protagonista o, al menos, aparece como personaje, como Salinger (Shane Salerno, 2013), Coming Through the Rye (James Steven Sadwith, 2015) y Rebel in the Rye (Danny Strong, 2017). Por otro lado, es sabido en el imaginario popular que The Catcher... ha estado ligada a casos criminales como el asesinato de John Lennon o el atentado contra el presidente Ronald Reagan, cuyos perpetradores alegan haber recibido inspiración (o iluminación) en la novela de Salinger.

ALGO QUE PARECE haber pasado de largo es la resonancia de Salinger en la literatura mexicana. Por ejemplo, no se puede explicar la irrupción de la llamada generación de la onda sin El guardián entre el centeno. José Agustín ha reconocido la influencia decisiva de ésta en su propia escritura al principio de su carrera, en novelas como La tumba, De perfil y Se está haciendo tarde (final en laguna), así como en Gustavo Sainz, sobre todo en Gazapo, y en la de Parménides García Saldaña.

José Agustín resume así el significado de la novela de Salinger:

Fuera del “sentido y de las metas de la vida” tradicionales, desgastadas ya a mediados del siglo XX, un joven sensible, que percibe la insensatez del sistema y carece de espacios para expresarse y moverse, puede ver que la sociedad es una cárcel o un laberinto asfixiante. Holden no es rebelde por naturaleza, por el contrario, su sencillez lo hace no pedir demasiado; podría adaptarse fácilmente. Pero no es así, y desde el principio no encaja, siempre está profundamente insatisfecho. Por eso The Catcher... está tan ligado a la contracultura y se volvió un clásico de la generación de los sesenta.8

SALINGER FUE un escritor de oficio, talento, sensibilidad y maestría que, al igual que otros grandes previos a él, escribió con la esperanza de influir en la vida espiritual de sus lectores. Tocó un punto neurálgico de la sociedad estadunidense: el horror ante la irrecuperabilidad de la juventud.

Como ha apuntado con certeza el argentino Rodrigo Fresán, Salinger es y seguirá siendo, de algún modo, la juventud, nuestra juventud: “Es

un escritor que nos recuerda demasiadas cosas de nosotros mismos; su relectura en ocasiones nos perturba no por quién es él sino por quiénes fuimos nosotros”.9

Notas

1 J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, capítulo 22, Alianza, México, 2011.

2 Harold Bloom, “Introduction” en Bloom’s Modern Critical Interpretations. J. D. Salinger’s The Catcher in the Rye, Infobase Publishing, 2009. Traducción mía.

3 Op. cit.

4 David Castronovo, “Holden Caulfield’s Legacy”, op. cit.

5 Faulkner in Virginia, “Undergraduate Writing Class, Tape 1”, 24 de abril de 1958, en http://faulkner.lib.virginia.edu/display/wfaudio23_1. Traducción mía.

6 Margaret A. Salinger, El guardián de los sueños, Debate, Madrid, 2002.

7 Harold Bloom, Bloom’s Guides. J.D. Salinger’s The Catcher in the Rye, Infobase Publishing, New York, 2007.

8 José Agustín, “J. D. Salinger o el suicidio en abonos”, en Vuelo sobre las profundidades, Lumen, Buenos Aires, 2008.

9 Rodrigo Fresán, “Para Jerry, con amor y sordidez”, Letras Libres España, número 102, marzo 2010.