Jorge Comensal, el canto silencioso del cáncer

Esgrima

Jorge Comensal
Jorge ComensalFoto: Javier Narváez
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Jorge Comensal (Ciudad de México, 1987) es autor de Yonquis de las letras (La Huerta Grande Editorial, 2017) y de Las mutaciones (Seix Barral, 2019), novela traducida al italiano, francés, inglés, alemán, chino y árabe. Estudió Letras Hispánicas, Lingüística y Filosofía de la ciencia. Actualmente escribe otra novela, y su biografía del biólogo Isaac Ochoterena será publicada en fecha próxima por El Colegio Nacional. En esta entrevista explora la idea de la muerte voluntaria, el concepto del silencio en la literatura, el cáncer, la pulsión de muerte y el insomnio.

En Las mutaciones anuncias que Ramón padece cáncer en la lengua y se ve afectado por un silencio forzoso. Posteriormente escribes: “Al loro —uno de los ejes de la novela— le intrigaba ese humano que, a diferencia de todos los demás que conocía, no lo abrumaba con ruidos y gesticulaciones. Su mirada discreta y su absoluto silencio eran reconfortantes”. Después te refieres a los votos monacales de silencio, a los budistas, a los cartujos, a los ermitaños, al silencio que “permite postergar el encuentro con el vacío”. ¿Qué significado le das al silencio en la literatura?

En la novela intento retratar el carácter ambivalente del silencio como suplicio y bendición. El silencio puede ser una mordaza enloquecedora (cuando, como en el caso de Las mutaciones, es producto de una enfermedad), una ausencia corrosiva (de respuestas sobre el paradero de nuestros seres queridos, de explicaciones sobre lo que pasa en el mundo) o una quietud necesaria para la escucha y el pensamiento, para el autoconocimiento y el contacto profundo con el otro, que en el caso de Ramón es un loro maltrecho.

Se lee en Las mutaciones: “coqueteaba con la idea de suicidarse. Un tiro en el paladar, adiós seguro”; evocas Suicidio colectivo —pieza de David Alfaro Siqueiros creada en 1936 y que está expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York— y escribes sobre el auxilio al suicidio. ¿Qué piensas de la muerte voluntaria?

Pienso que es la más digna de las muertes, el corolario de una vida libre en la que la persona puede escoger sus propios fines, sus metas y sus límites. Sin embargo, el suicidio muchas veces no es voluntario, porque es inconsciente, como en la violenta pintura de Siqueiros, o porque surge de un impulso desesperado por huir de una situación horrorosa; en otros casos, el suicidio puede ser un acto de libertad, un antídoto contra la deshumanización.

“Aldama había escuchado muchas veces el canto fúnebre de un electrocardiógrafo conectado a un pecho muerto, pero nunca había sonado así la muerte. Estaba ahí”, se lee en la novela. ¿Cómo vinculas la literatura con el concepto de los cantos fúnebres?

El doctor Aldama halla en la música el antídoto contra la carga inmensa de ser oncólogo, y sabe que no existe mayor consuelo y homenaje que un canto fúnebre. Canto entendido como expresión sonora de un estado de ánimo luctuoso. Pienso en “Adiós, Nonino” de Piazzola, y en poemas fúnebres como el soneto de sor Juana que comienza diciendo “Mueran contigo, Laura, pues moriste...”. Las piezas fúnebres suelen estar escritas en tonalidades menores (como el Réquiem de Mozart, por poner un ejemplo) y en Las mutaciones intenté escribir un réquiem en tonalidad mayor, más ligera y luminosa de lo que suelen ser los cantos fúnebres.

La literatura [es] una forma de arriesgar la vida, de exponerla
a situaciones e ideas que jamás hubiera vivido fuera de ella

Escribes en ese libro: “él sí tiene un grave conflicto, pero no con el cáncer, sino con la pulsión de muerte en sí”. ¿De qué manera concebiste ese triángulo que está constituido por el suicidio, el cáncer y la pulsión de muerte?

La idea que citas pertenece a las interpretaciones psicológicas de Teresa de la Vega, la terapeuta de Eduardo y de Ramón en la novela. Mientras que ella procura salvar la psique de esa pulsión autodestructiva, el oncólogo atiende la dimensión fisiológica de la enfermedad y el paciente sufre las connotaciones moralmente negativas de padecerla y querer renunciar a ella. Cada uno se mueve en un universo discursivo muy distinto, un triángulo de aproximaciones que deberían complementarse para enfrentar el cáncer.

Planteas una pregunta de carácter ontológico tras la búsqueda de terminología propia de internet: “Si la muerte era un hipervínculo, ¿a dónde conducía?”. ¿Qué responderías?

Creo que ese hipervínculo depende de la conciencia de cada quien. Cuando uno se asoma al hipervínculo de la muerte y está satisfecho con la vida que ha llevado, creo que encontrará un vacío apacible. Pero si la persona está llena de rencores, arrepentimientos y culpas, creo que el hipervínculo conducirá a un lugar espantoso como la página del Servicio de Administración Tributaria.

En Yonquis de las letras escribes: “La mayor tristeza del insomne es vivir sin sueños”. Continúas: “El sueño es una forma pasiva de la imaginación”. ¿Como relacionas insomnio y literatura?

En el ensayo Yonquis de las letras propongo que la literatura induce estados alterados de conciencia disfrutables y muchas veces adictivos. En ellos la imaginación se  impone sobre la percepción, tal como sucede en las figuraciones del insomnio y del sueño profundo. Mi vida onírica es muy pobre (sueño cosas como que estoy esperando en la fila del supermercado para pagar las compras), pero compenso esa aridez con las ensoñaciones de la vigilia. Buena parte de Las mutaciones fue imaginada en las márgenes del sueño, en la media hora oscura antes de quedarme dormido, y en los diez o veinte minutos que paso en la cama al despertar, pensando sobre lo que escribiré a continuación.

“La enfermedad, el luto y despecho, una adolescencia infame que recuerdo sin odio gracias a los libros. Mi dicha fue con ellos solamente”, se lee en Yonquis de las letras. ¿Crees que la literatura puede salvar la vida?

Mucho tiempo pensé la literatura como una forma de arriesgar la vida, de exponerla a situaciones, posturas, ideas y sentimientos que jamás hubiera vivido fuera de ella, y que me salvaron de las convenciones suburbanas que mis padres, con las mejores intenciones, procuraron inculcarme. Gracias a la literatura perdí una vida (la de los bautizos y las bodas, los centros comerciales y edificios corporativos) para ganar otras muchas vidas: las de los personajes que he leído y escrito. En este sentido, uno de los personajes secundarios de Las mutaciones me ha salvado de la hipocondría que en otro tiempo me habría angustiado en esta pandemia: Eduardo, el joven estudiante que va a terapia en la novela porque sufre el pánico del contagio y la infección, me ayudó a curarme de esas aprehensiones. Al crear ese personaje imaginario, sin quererlo de antemano, me curé a mí mismo.