La exposición de Buñuel en México

La exposición de Buñuel en México
Por:
  • praxedis_razo

Luego de dos veranos, tras el éxito de Kubrick, Coco y las películas de Gaumont, La Galería de la Cineteca Nacional inauguró la semana pasada la muestra que se cocinaba desde hace tiempo, aunque con sus variantes y ausencias: Buñuel en México.

Plagado de lobby cards de época, carteles origina-les, stills de producciones y estudios fotográficos del realizador, algunas entrevistas de la producción documental Los que hicieron nuestro cine, tres o cuatro objetos ufanos y colosales fotogramas significativos en la filmografía mexicana de Buñuel, el esfuerzo museográfico —que se desarrolla a lo largo de diez salas, unas muy angostas y otras amplias— emite un mensaje errático sobre el trabajo del cineasta en nuestro país, quizá debido a premuras o presupuesto.

Sin un punto de vista original, siguiendo una cronología ajustada, en la total ausencia de clima y humores buñuelescos, La Galería vuelve a confiar en que el solo tema atraerá curiosidades, tareas de profesores y selfies garantizadas. Sin embargo, y a riesgo de equivocarme doblemente, pese a que puede llegar a ser una puerta a nuevas generaciones de cinéfilos, cineastas e investigadores en ciernes, la curaduría no ofrece nada nuevo bajo el signo del realizador asturiano, siempre en renovada campaña epistemológica.

Acudir a la menor provocación y sin reparar en las carcajadas entre líneas a Prohibido asomarse al interior (1986), las entrevistas de José de la Colina y Tomás Pérez Turrent, y a Mi último suspiro (1982) como eje fundamental de una visita a la vida del mexicoaragonés universal, y en particular al capítulo mexicano, deja qué desear entre los hermeneutas de Buñuel.

Provenientes de varias colecciones, en particular la de Javier Espada, IMCINE y Televisa (quizá lo más significativo, por inusual, no está en ellas), algunas piezas del discurso bibliográfico en los muros hacen olvidar un poco la solemnidad de la exhibición. En particular, la pequeña reflexión de la sala llamada Obsesiones, que pasa como lo más atrevido de la muestra: pero desespera que hasta lo más lúdico (los chamorros de la Prado, el buñueloni, la Palme d’Or rota de Viridiana, o los objetos punzocortantes, entre otras cositas) se topa con la seriedad.

La mala disposición de algunas críticas, los fragmentos de los guiones de trabajo, las cartas y pantallas, es notorio que desinteresan al visitante en general, seducido por las grandilocuencias de vinilo y los objetos preciosos, o incluso las reproducciones a escala de ciertas escenas emblemáticas de los filmes del director.

No todo desilusiona, es verdad. Resulta que lo más interesante fue acomodado sin preocupaciones, y forma parte del archivo de la Cineteca Nacional: las películas enteras en hojas de contacto de Abismos de pasión y Robinson Crusoe son una de las sorpresas para el visitante.

Por otro lado, los collages de Alberto Gironella son una exquisitez y las escasas oportunidades de ver y escuchar a Buñuel son el pretexto perfecto para pasar por alto todo lo demás y disfrutar una abreviada excursión en torno al cineasta que floreció en México sin sospecharlo.