La nostalgia como moda

La nostalgia como moda
Por:
  • daniel-herrera

La nostalgia es delicada pero potente, dice Don Draper en la serie melancólica por excelencia, Mad Men. Cuando explica eso, el protagonista de la serie no está hablando de este sentimiento desde una perspectiva filosófica, sino desde la visión de un publicista. En el decimotercer capítulo de la primera temporada, Kodak acababa de inventar un proyector de diapositivas que simplifica la forma en que se ven las fotografías. Es Draper quien nombra el objeto: carrusel. Y los guionistas hacen que el personaje explique el significado de nostalgia desde su etimología: “el dolor de una herida antigua”. Esto funciona en la serie para mostrar a un Don Draper que comienza a alejarse de su familia. No quiere volver al pasado con su familia porque resulta doloroso; mejor mirar hacia adelante, hacia la construcción de su propio personaje.

A pesar de que los guionistas de Mad Men son extraordinarios, en realidad, la nostalgia es un objeto de consumo que va justo en sentido contrario al que explica Don. Siempre se ha utilizado para vender, pero los productos aparecían esporádicamente.

EL NEGOCIO DE LA NOSTALGIA

Cuando en 1988 surgió The Wonder Years (Los años maravillosos), y llegó a México un poco después, quedaba claro que el juego de la nostalgia era efectivo. Nosotros, adolescentes que en ese momento teníamos la edad de Kevin, Paul y Winnie, consumíamos con voracidad sus aventuras. Nuestros padres también podían sentirse identificados porque habían vivido el contexto, aunque lejanamente. Fueron hombres y mujeres que pasaron su juventud o niñez en los sesenta y encontraban, por lo menos durante media hora, una forma de conectar con el mundo de nosotros, sus hijos adolescentes.

La fórmula funcionó tan bien que la serie se sostuvo durante seis temporadas, desde 1988 hasta 1993, justo cuando ya no tenía razón de existir, como lo demostraron los bajos ratings de la última temporada. Los niños ya no éramos tan ingenuos y el grunge había llegado a nuestras vidas con toda su rebeldía y odio.

Treinta años después se repite la fórmula, pero la explotación del fenómeno de la nostalgia parece invadir todo. Tenía que suceder, somos la generación que ya no vivió el mejor momento del capitalismo: para nosotros no hubo estado de bienestar, pero sí hay consumo cultural a lo bestia.

El mejor ejemplo es una de las series estrella de Netflix: Stranger Things. Ya no se trata de revisar el verano del amor y la libertad de las drogas. Ahora volteamos a ver los ochenta, cuando parecía que éramos felices, los niños y adolescentes salíamos a la calle con total libertad, el dólar valía tres pesos y nadie pensaba en el cambio climático.

Por supuesto que la revisión nostálgica no está limitada a esa serie. La televisión y el cine nos han entregado un producto tras otro para revisar el pasado, nuestro pasado, cuando el dolor no existía. Las series de Luis Miguel, José José, Colosio, el Chapo y Pablo Escobar. Los documentales sobre Parchís, la princesa Diana y 1994. Las nuevas versiones de las películas de Disney. Las nuevas películas de Star Wars con los viejos personajes de siempre. Los múltiples remakes del cine de los ochenta y noventa. Es tan obvia la estrategia que hasta dan ganas de abandonar todo y dedicarse a leer. Pero es imposible, por lo menos para mí y, supongo, para millones como yo.

Entonces, Stranger Things llega a su tercera temporada sin aflojar su exitoso paso. La serie, que es puro y efectivo entretenimiento, no intenta alcanzar las alturas de la mejor televisión de los últimos lustros, sino que nos enreda en una historia que ya conocemos, que sabemos hacia dónde correrá y que aun así consigue atraparnos. Sí, los hermanos Duffer, creadores de la serie, saben mantener la atención de un público ansioso por identificar todas las referencias del pasado, mientras encuentra una manera de conectar con los hijos adolescentes.

La televisión y el cine nos han entregado un producto tras otro para revisar el pasado, nuestro pasado, cuando el dolor no existía.

ALARGAR LA JUVENTUD, ¿POR CUÁNTO TIEMPO?

Stranger Things en realidad no inventa nada nuevo. Nos sumerge en la misma narrativa que conocimos en las películas de los ochenta, con la diferencia de que ahora nos mantiene  en un lugar seguro. Cuando vimos Alien por primera vez, el extraterrestre nos aterrorizó. Cuando el payaso de It apareció, sólo requirió maquillaje para inquietarnos. Cuando los cuatro amigos de Castle Rock deciden emprender un viaje para encontrar el cadáver de un muchacho de su misma edad y conseguir fama, no teníamos idea de cómo resultaría ese viaje y si los adolescentes obtendrían lo que buscaban.

Ahora, con estos adolescentes que deben enfrentar a un monstruo de una realidad alterna sabemos qué todo terminará bien, hasta cierto punto. Morirán algunos personajes, porque eso debe suceder y los jóvenes saldrán adelante uniéndose todavía más, gracias a las desgracias que les rodean.

A pesar de que los actores adultos que podemos ver en ella son aquellos que conocimos hace décadas, la serie no puede sobrevivir sin los jóvenes. Ellos sostienen su éxito y su camino narrativo. Pero esta combinación de nostalgia con juventud no puede llegar demasiado lejos. Sin duda, en algún momento la serie fracasará: eso sucederá cuando los protagonistas ya no parezcan ni ingenuos ni adorables. Pero el verdadero asunto es cuánto más aguantaremos los cuarentones esta sucesión interminable de referencias a la cultura popular de nuestra niñez.

Tal vez es momento de seguir adelante, entender que la nostalgia es, en realidad, una forma de sentir dolor y no una manera de abrazar la adolescencia. Jamás una generación había alargado tanto su juventud hasta estos límites ridículos.