De lenguas

Ojos de perra azul

De lenguas
De lenguasCortesía de la autora
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Confundo las palabras. Me pasa todos los días y todas las noches, no importa la hora, si dormí bien, comí mal, si estoy vivaz o cansada. Al hablar e hilar las ideas, de pronto surge un hueco, un vacío donde debería insertar un término que no hallo. Si tengo suerte, lo relleno con una expresión más o menos similar. No puedo acceder del todo al desorganizado cajón de la mente donde almaceno las definiciones de mi diccionario íntimo. Me asusta pensar que es el inicio de algún deterioro mental, un trastorno lingüístico o de plano muy mala memoria. Es como tratar de alcanzar una manzana verde de un árbol muy alto. Cuando logro tenerla en mis manos, resulta ser una pera, también verde. Igual pero diferente. Es una fruta, pero no es.

¿En qué área específica del cerebro se extravían las letras? ¿A dónde se marcha el vocabulario, sus representaciones visuales y manifestaciones sonoras? Los significados se mezclan. Mi pensamiento suplanta, designa una cosa con el nombre de otra. Al hambre la reemplazo con sangre, cuando digo amor me sale horror. El dolor lo sustituyo con tu olor.

Alguna vez, un amigo y yo caminábamos, de vagabundos, por el boulevard Saint-Michel en París. Nos sentíamos en una extravagante dimensión, los actores principales de una película de Godard. Conocimos distintos mundos, oníricos, prohibidos, extraños para nosotros. Nos dimos besos franceses en cada esquina. Bebimos todo el vino de un bistró. Hicimos un picnic en el parque des Buttes-Chaumont. Jugamos a la petanca en Luxemburgo. ¿Cómo llamarle a todo eso que nos estaba pasando? Se estaba fugando lo que quería decir. Le propuse el reto de bautizar la realidad con una figura retórica. Pensamos al mismo tiempo en la misma, sin acordarnos del tropo. Se utiliza el todo por la parte, tartamudeó. Traté de ayudarme con un sorbo del Beaujolais que compramos. Cambiar una denominación por otra, le indiqué. No era una metonimia de la Ciudad de las Luces, ni la metáfora de la soledad compartida. Tampoco la onomatopeya del eco de nuestras risas o de mi pésimo acento francés. Él ganó, aunque dijo sinécdote en lugar de sinécdoque. Adieu au langage, mon clochard.

Me asusta pensar que es el inicio de algún deterioro, un trastorno lingüístico

Verbalizo, asocio, repito. Con ello doy cuenta de mi conflicto verbal, del caos fonético, de la sintaxis emocional que me atraviesa. Le doy un sentido propio a cada letra, y aunque se inviertan, así es como entiendo mejor la existencia. Y entonces escribo.

Espero, si voy de nuevo a París, nunca olvidar tu nombre que no es tu mano ni tus piernas ni tu pelo, ni el abrazo que nos dimos. Eres y te pareces a la palabra melancolía.

*** Estoy en mis mejores daños.