El libro rojo

REDES NEURALES

José Agustín (1944).
José Agustín (1944).Foto: Cortesía del autor
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Es de noche, tarde ya. La escena es cotidiana. Una lámpara que ilumina el rostro de José Agustín, mi padre. El escritor sostiene en la mano izquierda un ejemplar de su libro, Cerca del fuego. Con la otra mano levanta un cigarro. Vine a conversar un poco para saber más acerca de esta novela, porque el proceso creativo del autor fue como una impronta en el espíritu de la familia. El cabello del autor es blanco. La camisa es roja y detrás hay una cortina alta y pálida, que recrea con sus propios matices esta atmósfera amarillenta, nocturna y cálida, llena de perros, humo, música. Un oleaje de guitarras nos envuelve; es una canción titulada "If I could only remember my name". 

El cuarto capítulo de Cerca del fuego lleva el mismo título: “Si tan sólo pudiera recordar cómo me llamo”, porque el protagonista de la obra (llamémosle Lucio) descubre que no se acuerda de los años recientes. Lucio sufre un caso de amnesia disociativa. Ha olvidado los últimos seis años de su vida. La novela es una obra psicológica que estudia con asombro los detalles de la vida onírica y creativa, y la manera como éstos se entrelazan con la vida cotidiana. En algún sentido parece un caso atípico dentro de la obra de José Agustín, concebida por algunos teóricos de la literatura mexicana —de manera superficial— como una literatura juvenil, lúdica, dedicada a la crítica social. Pero en La tumba y De perfil, los personajes están profundamente intrigados por aquello que desconocen de sí mismos, y sus tentativas para construir un sentido de vida coherente revelan una faceta existencial.

Cuando mi padre era un dramaturgo adolescente, su autor preferido era Jean-Paul Sartre. En sus narraciones psicodélicas, los personajes de José Agustín están inmersos en estados alterados de conciencia, porque usan drogas alucinógenas o porque se dejan llevar por pasiones extremas como el erotismo, el humor, o la confrontación ideológica. Para usar las palabras de la filósofa Anna Ciaunica, estos personajes buscan siempre la manera de transformar lo ordinario para explorarse a sí mismos en un modo de ser extraordinario. Se está haciendo tarde, Abolición de la propiedad y los cuentos de Inventando que sueño exploran las formas creativas del self extraordinario, en la terminología de Ciaunica. A finales de los años 70, José Agustín escribió El rey se acerca a su templo y construyó una delicada síntesis entre la psicodelia, la reflexión introspectiva, el retrato irónico y realista de la vida contracultural y sus contradicciones.

SI PUDIERA VERME con los ojos de mi padre, miraría a un hombre maduro, en un sofá verde, bajo las pinturas imponentes de Augusto Ramírez. A la derecha hay un retrato del sol. Mi padre se lo compró a su hermano a cambio de un automóvil, un vocho que es parte de la mitología familiar. Bajo el humo de los cigarros y el cuadro del sol hay un tomo enorme abierto de par en par. Es El libro rojo de Carl Gustav Jung, quien fue el maestro espiritual de mi padre a partir de la era psicodélica. 

La filosofía de Jung, plenamente espiritual, declara que el trabajo artístico es liberador porque accedemos a un conocimiento que trasciende la apariencia del mundo cotidiano y nos permite simbolizar las intuiciones poéticas de lo eterno. Jung intentó usar las herramientas del arte para curarse y conocerse a sí mismo: diseñó una técnica a la que nombró “imaginación activa” (una mezcla idiosincrática de meditación, autohipnosis y fantasía creativa), durante una profunda crisis psicológica, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Y se dio a la tarea de representar con imágenes visuales las experiencias recogidas durante el trance de la imaginación activa: así formó El libro rojo, un manuscrito secreto encuadernado en piel, escrito entre 1914 y 1930 (aunque permaneció inédito hasta el año 2009, casi medio siglo después de la muerte de Jung). 

El recorrido simbólico de El libro rojo nos da claves para entender el laberinto que creó mi padre en Cerca del fuego

La obra narra la transformación alquímica del autor mediante el contacto con dos filósofos imaginarios, Elías y Salomé, que aparecían en la fantasía de Jung durante el trance. Según el psiquiatra, los mensajes de estas figuras interiores transmitían una sabiduría cuyo origen no estaba en su educación intelectual: “Me llevaron al convencimiento de que hay en el alma otras cosas que no hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen su propia vida”. 

AL IGUAL QUE FREUD, Jung creía que los materiales simbólicos del arte, el sueño y la mitología eran una forma de intermediación entre la conciencia narrativa y la psique inconsciente, pero ambos diferían radicalmente en su posición hermenéutica. Siguiendo el esquema de Paul Ricœur, la actitud de Freud frente al símbolo es de sospecha, porque el sentido oculto, en su visión, está dado por un contenido sexual transgresor que es reprimido por el peso de una ley colectiva, internalizada por cada sujeto. Jung procede mediante una hermenéutica de la fe: en su visión, el símbolo es una ventana a lo sagrado. Aunque los guiones conceptuales de Jung y Freud son muy distintos, ambos coinciden en que el autoconocimiento es problemático, porque revela aspectos de nuestra personalidad que quisiéramos mantener en secreto. Pero el proceso es necesario, según ambos, porque la ignorancia de sí aumenta la tensión psicológica del individuo y conduce al sufrimiento propio y ajeno. 

El recorrido simbólico de El libro rojo nos da claves para entender el intrincado laberinto que creó mi padre en Cerca del fuego. La novela es una inmersión radical en la memoria: el autor busca un sentido de familiaridad definitivo, consigo mismo y con la fuente de la vida, que está adentro de sí y en el mundo que lo rodea. La necesidad de recrearse mediante la literatura sucede cuando el autor siente en lo más íntimo de sí los efectos calcinantes de un conflicto que amenaza con desintegrarlo: los enemigos ocultos adoptan la forma de pesadillas y visiones lúcidas, aunque aterrorizantes. La novela nos muestra que este conflicto no es meramente intrapsíquico: se ha gestado en una historia colectiva de violencia y jerarquías opresivas, institucionalizadas. Son las décadas de supervivencia en una sociedad cansada de imprimir con cinismo los ideales y la propaganda de la Revolución Mexicana. Esa misma sociedad, y no otra, es la que encarceló a mi padre en el Palacio de Lecumberri.

Cerca del fuego es una obra realista, que contiene el smog y el bullicio anónimo de la Ciudad de México, las historias del metro y los enredos de los vendedores ambulantes. Pero se trata de un realismo surrealista: nos comparte esos pedazos del alma nocturna que flota entre las imágenes fabricadas por el cerebro para simbolizar el presente. Y también es una novela psicopatológica, espiritual. Contiene en sus páginas la tensión creativa de la dualidad casi irreconciliable entre la espiritualidad y la fragmentación psíquica.