El tiempo litúrgico de "La suave Patria"

A lo largo de este 2021, el recuerdo de Ramón López Velarde ha sido constante, motivado por el centenario
de su muerte, así como de la publicación de su poema “La suave Patria”. La obra del zacatecano,
al igual que su leyenda, persisten como un imán para críticos y lectores cuyo interés encuentra nuevos
puntos de vista. El ensayo que presentamos señala, en la complejidad inagotable de esa pieza,
las correspondencias de “un hilo narrativo religioso”. Forma parte de Iconografía de La suave Patria
de Ramón López Velarde, que será publicada en breve por el Fondo Editorial Universidad Autónoma de Querétaro.

Portada de la primera publicación de "La suave Patria", revista El Maestro, número 3, 1921.
Portada de la primera publicación de "La suave Patria", revista El Maestro, número 3, 1921.
Por:

1.

“La suave Patria” de Ramón López Velarde gozó de la fama de ser el poema hermoso y accesible para toda clase de lectores. A lo largo de mucho tiempo, la opinión común, y sobre todo la oficial, divulgaron la idea de que este texto representaba la composición de la sencillez y la suavidad mexicanas. Versos como “Tu superficie es el maíz” o “el niño Dios te escrituró un establo” sustentaban con alguna razón esta idea. Sin embargo, el paso del tiempo ha mostrado que el poema tiene dificultades y es, tal vez, un poema con secreto.

Desde hace muchos años, algunos de sus principales lectores han coincidido en señalar el carácter barroco de la composición y en la necesidad de explicarlo con más detalle. A este menester respondieron las explicaciones de Eugenio del Hoyo, Juan José Arreola y Juana Meléndez, pero también los comentarios parciales, pero muy significativos, de Francisco Monterde, Antonio Valdés, Octavio Paz, José Luis Martínez, José Emilio Pacheco y varios más.

No obstante, lo que casi no ha sido dicho con toda claridad es la posibilidad de que el poema en varios de los puntos difíciles de su expresión contenga un significado oculto y transporte, en su manera barroca y en sus imágenes complicadas, un mensaje —o varios— destinado para sus contemporáneos y, de manera sorpresiva, también para nosotros.

Una lectura orgánica del poema revela que el desarrollo del texto no es una simple suma de motivos, ligados de manera más o menos aleatoria, sino que el conjunto del texto tiene una fuerte trabazón interna y fue fruto, como todos los poemas de López Velarde, de una elaboración minuciosa, donde podía caber lo opaco, lo nebuloso, la expresión temeraria, incluso el exceso, pero nunca la gratuidad ni el abandono.

De este modo, si aceptamos que él elaboró —de acuerdo con sus propias palabras— una nueva épica, una épica hacia adentro, “una épica sordina”, y si aceptamos que quien pronuncia, en su poema, esta nueva forma es un chuan, un soldado bretón proborbónico, un soldado de Cristo, quizá debamos repensar el poema desde esta perspectiva y comprenderlo de otra manera.

Comienzo del poema en la misma publicación.
Comienzo del poema en la misma publicación.

2.

Al leer “La suave Patria” es conveniente no dejar de lado la manera como el autor nos dice que realizará su poema o su canto y la manera como nosotros debemos leerlo. Él afirma claramente que va a pasar de lo interior a lo exterior, de lo íntimo “a la mitad del foro” en una especie de suma doble en la que él se transforma, es decir, nos ofrece un texto donde el espacio múltiple de la realidad va a cobrar, en un sujeto inédito, un sentido distinto en el tiempo intrínseco e ideal de la conciencia. Es importante tener en cuenta esta condición porque es frecuente escuchar entre los lectores ocasionales —y muchas veces entre los lectores habituales— la opinión de que el poema sólo representa una visión entrañable, cordial y femenina. Esto no es cierto o lo es de manera muy parcial. López Velarde adelantó, de alguna manera, el concepto de lo que sería su poema precisamente en “Novedad de la Patria” (no en balde aparece el mismo sustantivo abarcador y atávico, el nombre “Patria”). Ahí podemos encontrar el siguiente pensamiento: “El instante actual del mundo, con todo y lo descarnado de la lucha, parece ser un instante subjetivo. ¿Qué mucho, pues, que falten los poetas épicos hacia afuera?”. López Velarde con su poema va a adentrarse en el instante subjetivo y va a transformar la épica hacia afuera en una épica hacia adentro, va a saltar de lo espacial limitado a una simultaneidad llena de hechos críticos, insumisos y fervorosos. Así, sucesos diferentes pueden compartir la misma hora y acciones distintas truecan casi por necesidad a una pureza imprevista, esto es, a la “épica sordina”. Una épica donde convive lo civil y lo religioso, la diferencia y el juicio, y donde la dimensión mundana encubre sutilmente el curso espiritual. Quizá en este punto valga la pena decir que López Velarde, con esta concepción de grandes vicisitudes interiores de su poema, probablemen-te nos permite comprender y explicar buena parte de los grandes poemas que se escribieron en la primera mitad del siglo XX y de otros que surgieron más tarde.

Primera edición que incluye "La suave Patria" (Boi, Bloque de Obreros Independientes, México, 1932).
Primera edición que incluye "La suave Patria" (Boi, Bloque de Obreros Independientes, México, 1932).

3.

También conviene señalar que, aunque “La suave Patria” nos propone en su forma exterior un poema organizado de manera dramática, ya que está constituido por un proemio, un primer acto, un intermedio y un segundo acto —igual que una obra de teatro—, tiene al mismo tiempo otra clase de composición de naturaleza realista en la que hallamos, en el proemio, un autorretrato; en el acto primero, un paisaje iluminado de riquezas y algunas penurias de México; en el intermedio, un retrato del único héroe de la historia nacional; en el segundo acto, un paisaje de la patria como una multiplicidad de mujeres. A estas dos formas podríamos añadir una tercera —crítica, esencial y metafísica— constituida por todas las cuentas del poema, por las imágenes encadenadas en un hilo narrativo religioso, aunque, al mismo tiempo, en una visión profundamente cinética de nuestro drama social. Desde esta perspectiva, en la primera parte aparece un soldado de Cristo, el chuan; luego, en el primer acto, como dice Francisco Monterde, una visión adánica de abundancias y carencias de México; en el intermedio, Cuauhtémoc transformado en un mártir; finalmente, en el segundo acto, la patria figura como un Ave dispersa en muchas Aves, es decir, una Eva dispersa en muchas Evas. Esta tercera organización, nos atreveríamos a decir, insinúa además un tiempo litúrgico en la alusión a las vueltas del rosario.

Camisa de la misma edición, ilustrada por Fermín Revueltas.
Camisa de la misma edición, ilustrada por Fermín Revueltas.

4.

Todos los lectores de Ramón López Velarde saben perfectamente bien que el poeta de Jerez trabajaba rigurosamente sus poemas y que en sus versos puede haber exageraciones o incluso alguna torpeza. En sus obras siempre sobresale, en mayor o menor medida, a pesar de su talento evidente, el trabajo exhaustivo y, como fruto de este trabajo, las extrañas simetrías o contradicciones inesperadas. Muy probablemente, la búsqueda del adjetivo preciso y sorprendente era la punta del iceberg de esta exploración, donde como ocurre con toda la buena poesía y como bien dijo Xavier Villaurrutia, el círculo mágico coincide con el círculo lógico. De modo que la lectura detenida del largo poema revela un álgebra de “La suave Patria”. 

Sobre tu Capital, cada hora vuela ojerosa y pintada, en carretela...

“Esto de las horas ojerosas y pintadas que van en carretela todavía porfiriana nos da en qué pensar. Porque no se refiere a las horas precisamente marcadas por los relojes de bolsillo, casi siempre de oro, y siempre puntuales a la hora de la cita con el Mal, sino a las mujeres horarias que movían sus manecillas eróticas por la Avenida Madero, todavía calle de los Plateros, para proponer al marchante que cruza, una mirada, una sonrisa que pactan un placer costoso y momentáneo, seguido de una larga y pobre tristeza”.

Juan José Arreola

Ramón López Velarde, una lectura parcial de Juan José Arreola, Fondo Cultural Bancen, México, 1988.

El autor agradece a Federico de la Vega el apoyo en la localización de los originales de los números 1 y 3 de la revista El Maestro, así como de la camisa y la portada del libro El son del corazón.