Thomas Bernhard

Locura, pobreza y enfermedad

En la literatura alemana de mediados del siglo XX, junto a Heinrich Böll, Ingeborg Bachmann y Günter Grass
destaca Thomas Bernhard. En el noventa aniversario de su nacimiento, Héctor Iván González desgrana
el mundo narrativo del austriaco, la herencia humanista, las “manchas temáticas” y su lenguaje
personalísimo —que opera desde la fuerza y la contención. El conjunto de esa obra llevó a George Steiner
a sentenciar que, en sus mejores momentos, “es el artesano más destacado” en esa lengua, “después de Kafka y Musil”.

Thomas Bernhard (1931-1989).
Thomas Bernhard (1931-1989).Fuente: austria.info
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El ser humano es la infelicidad, de-cía una y otra vez, pensé, sólo un imbécil pretende lo contrario.

THOMAS BERNHARD, El malogrado

Es una banalidad recordar que los escritores cumplen años. Desde luego, es buscar un motivo para nuestras conversaciones, o quizá lo hacemos para cerciorarnos de que siguen siendo significativos y dignos de memoria, pero el hecho de que cumplan 90 o 700 años es intrascendente para la obra real. Es ingenuo pensar que su aniversario aporte algo, sobre todo si hablamos de un autor que se sacudía de todas las convenciones literarias como lo fue Thomas Bernhard (Heerlen, Holanda, 1931-Gmunden, Austria, 1989). ¿Cuándo es que comienza la vida de un autor?, es una buena pregunta, pero me interesa más la idea de Vladimir Nabokov acerca de que el único hecho relevante en la vida de un escritor es cuándo encontró su propio lenguaje, y si algo hay que singulariza a Bernhard es su lenguaje demoledor.

Empezaría con Bernhard a partir de lo que cuenta en El sótano (1976), de su pentalogía autobiográfica,1 cuando, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, renuncia a continuar la escuela y se vuelve aprendiz en un comercio alojado en un frío sótano; lo cual, a la larga, le genera una pleuresía húmeda. El negocio ofrece víveres, como harina, manteca y alcohol, y el joven Thomas debe atender a una población famélica y corrupta. El telón de fondo del armisticio no es un tema emblemático en la literatura bernhardiana, pero sí es un conflicto que subyace en el ánimo de algunas de sus obras y de otros autores de su generación. La locura, la pobreza y la enfermedad son temas recurrentes, pero todas estas malarias no llegaron solas. Como expone George Steiner en su Heidegger,2 la voracidad de venganza del pueblo alemán motivó la Segunda Guerra Mundial, ya que la humillación y la miseria que vivieron brindaron el caldo de cultivo para que un intento de vendetta tuviera lugar. En contra de quienes piensan que las dos guerras fueron una sola, Steiner agrega el matiz de la sed de venganza por la derrota alemana para diferenciar los conflictos. La primera humillación propició el enardecimiento décadas más tarde.

La cantidad de tragedias y catástrofes en los seis años de la segunda conflagración bélica es más que conocida. Por lo demás, la Segunda Guerra puso en entredicho a toda la intelligentsia de lengua alemana, una de las tradiciones más señeras de Occidente. Desde el Aufklärung (“Ilustración”) en el siglo XVIII, Alemania y sus humanistas fueron la vanguardia en el pensamiento.

Si visualizamos la preeminencia que obtiene Immanuel Kant al hacer la síntesis de la querella entre Descartes y Pascal y lograr su revolución copernicana —“aprender de la naturaleza conforme a lo que la razón ha puesto en ella”—;3 si concebimos la forma en que Hegel4 reordenó las ciencias sociales y propició que la filosofía pudiera estudiar al ser humano en su totali-dad; si recordamos a Leopold von Ranke, quien transformó la historia en una materia aparte del resto de las humanidades; y si citamos la concepción del materialismo histórico, de Karl Marx, que planteaba una crítica política frente al binomio trabajo-capital para las masas obreras, tal vez, digo, si contempláramos todos los estudios, valoraríamos la contradicción de que este conjunto filosófico no pudiera evitar la adopción de una ideología tan delirante como el nazismo.

Influido por Georg Trakl, Bernhard transmitiría una visión descarnada de las situaciones humanas, donde no se persigue la peripecia ni la narración objetiva del mundo, y el lenguaje logra en sí mismo una experiencia asfixiante

¿PARA QUÉ tanta reflexión, tantas conferencias y tantas disquisiciones, tanta luz, si en el siglo XX se desembocaría en la industrialización del genocidio? Es una pregunta sin respuesta inmediata, desde luego, y tampoco nos basta con la frase de Wittgen-stein de que hay que guardar silencio de lo que nos es vedado hablar. En todo caso, un puñado de escritores de lengua alemana tuvo un bosquejo de respuesta que veía en la sátira y en el desenfado la salida a esta monumental contradicción. La falta de flexibilidad de las grandes inteligencias en lengua alemana, los acartonamientos y las visiones totalitarias (uso este término en el sentido filosófico, no político) habían suscitado regímenes fascistas alemanes, españoles, italianos y, desde luego, rusos.

Estos autores fueron conocidos como el Grupo del 47. Heinrich Böll, Ingeborg Bachmann, Günter Grass son los más vigentes, cuyo vínculo se extiende a dos figuras sobresalientes, Paul Celan y Thomas Bernhard. Oponiendo el humor, la farsa y la burla a los grandes sistemas del pensamiento, estas obras surgieron del cascajo filosófico. No es casual que Böll tuviera como personaje principal a un payaso desempleado y cornudo, Hans Schnier, en Opiniones de un payaso, y Günter Grass materializara sus intenciones en Oscarcito Matzerath, el enano de El tambor de hojalata. Un payaso y un tamborilero, entes circenses avant la lettre, son la respuesta de la literatura a los grandes constructos filosóficos alemanes. Si pensamos en el espíritu de desolación que embargaba a los países que fueron derrotados —Alemania, Japón, Italia y otros que los apoyaron, como Austria–, encontraremos esa miseria y destrucción que impregna los ambientes de las obras de posguerra.

Asimismo, como refiere Miguel Sáenz, la poeta Ingeborg Bachmann ya advertía en Thomas Bernhard rasgos únicos: “Durante todos estos años nos hemos preguntado qué aspecto tendría lo Nuevo... Aquí está lo Nuevo”.5

En efecto, su literatura sería síntesis entre el Grupo del 47 y la corriente del expresionismo alemán, que rompía con la tendencia naturalista y buscaba una innovación, una autonomía frente al objetivismo, a partir de la transmisión de las sensaciones del sujeto. En palabras de Jenaro Talens, en el expresionismo:

La negación del mundo material [se] traduce en una primacía de la imaginación (término que tal vez sea más apropiado que espiritualidad para expresar su oposición a la realidad) cuya fuerza radica ahora en su capacidad para dinamitar lo real a partir del único punto de enlace entre ambos espacios: el lenguaje.6

Influido por su admirado Georg Tra-kl,7 Bernhard transmitiría una visión de lo más descarnado de las situaciones humanas, donde no se persigue la peripecia ni la narración objetiva del mundo, y el lenguaje logra en sí mismo una experiencia asfixiante o desmoralizadora, como en Trastorno (1967). En sus páginas, el entretejimiento de las frases se ha vuelto la impronta de su lenguaje, pero no por un estilismo, sino por su fuerza y a la vez contención. Varias de sus obras están compuestas por manchas temáticas que se van adhiriendo, cuya transición surge de manera casi imperceptible, de tal suerte que vamos de una a otra como en un continuo musical. Steiner escribió en The New Yorker: “prolífico y desigual, en su mejores momentos es el artesano más destacado de la prosa alemana después de Kafka y Musil”.8 En la construcción dramática, Bernhard se sirve de seres monomania-cos, obsesivos, genios llenos de taras o mentes encerradas en costumbres que no pueden eludir, como en La calera, Corrección, Hormigón o El malogrado. Por su parte, en la ya citada Trastorno el asesino prófugo, el príncipe Saurau, el industrial y los niños que descabezan pájaros de hermoso plumaje, nos sumergen en una mixtura entre los reveses de la vida y la mezquindad humana, aproximándose bastante a la última novela de Kafka, El castillo.

Paul Celan (1920-1970) e Ingeborg Bachmann (1923-1976).
Paul Celan (1920-1970) e Ingeborg Bachmann (1923-1976).Fuente: 3sat.de

SOBRE LA RELACIÓN que mantuvo con su país, Austria, podemos recordar que la inauguración teatral de su obra Plaza de los héroes, en Viena, provocó rechiflas; que pocos meses después Bernhard murió y había prohibido en su testamento que se volvieran a representar sus piezas o se publicaran sus libros en ese país.9 Sin embargo, no hablaba sólo de Austria, sino de la humanidad, porque si algo rebosa en el mundo es la estupidez. Y esta estupidez tiene consecuencias:

Porque, como es natural, todo el mundo en el [hospital] Vötterl te-nía contacto directo o indirecto con todo, y el peligro de contagio era naturalmente máximo en la llamada sala de rayos y en los lavabos y en los cuartos de baño, en los que se encontraban todos una y otra vez, contagiosos o no. Probablemente, eso pienso hoy, cogí la tuberculosis y mi propia enfermedad pulmonar, en fin de cuentas grave, allí en el [hospital] Vötterl de Grossgmain, porque en el estado de debilidad entonces extremo en que llegué a Grossgmain, como es natural, no había podido tener ninguna clase de inmunidad, y hoy pienso realmente que fui a Grossgmain para coger mi ulterior enfermedad grave del pulmón, la enfermedad de mi vida...10

Con lo cual contemplamos el daño aplastante que la imprudencia adulta le causó desde la infancia. Del mismo modo, en Trastorno, el médico y padre del niño sabe que lo que vea su hijo en su viaje le dejará una secuela irreversible. A diferencia de otros novelistas, Bernhard no nos lleva a un paseo por los ambientes o escenarios, ni ofrece un testimonio, ni siquiera nos habla de historia; solamente nos va a acercar al ser humano y a su mezquindad con las infinitas variantes de que es capaz.

En el caso de su pentalogía, vemos a un niño enfermo que siente culpa, miedo y rebeldía, pero que lucha por salir de la mediocridad y se empecina por sobrevivir a pesar de la nula inteligencia de los adultos. La voz —brillantemente traducida por Miguel Sáenz— es inseparable del momento narrado, pero se abisma en un enjambre de reminiscencias y evocaciones. Su prosa, nutrida de frases kilométricas, llenas de acotaciones y sus reiterados “pensé” o “decía” y, en ocasiones, unos “pensé, me dijo”, nos coloca en esa otra realidad situada en la mente del narrador. No se trata de un relato que acontece en el espacio literario del que habla Maurice Blanchot, sino que se afianza en apenas instantes en que su pensamiento recrea lo que le dijeron, lo que sucedió, lo que vio o lo que pensó. Dichas acotaciones hacen que la narración logre una mayor profundidad. Quizá por ello su prosa sea tan hipnótica y laberíntica, como una boa que nos va constriñendo y termina por estrujarnos:

El objetivo de Wertheimer había sido el virtuosismo pianístico, que demuestra al mundo musical su maestría año tras año, hasta derrumbarse, por lo que sé de Wertheimer, hasta la senilidad avanzada. Ese objetivo se lo quitó Glenn del anzuelo, pensé, cuando Glenn se sentó y tocó los primeros compases de las Variaciones Goldberg. Wertheimer había tenido que oírlo, pensé había tenido que ser aniquilado por Glenn. Si no hubiera ido ya entonces a Salzburgo y no hubiera querido estudiar sin falta con Horowitz habría continuado y habría logrado lo que quería, decía Wertheimer.11

En El malogrado (1983), la mayor de sus obras (en un corpus de obras excepcionales), aborda la historia de tres jóvenes pianistas, aspirantes a llegar al virtuosismo musical, donde Bernhard engloba —en menos de medio centenar de páginas— una visión de cómo se puede cancelar el futuro, por promisorio que éste sea.

El narrador y Wertheimer conocen, en las lecciones de Vladimir Horowitz, al joven canadiense Glenn Gould, y quedan perplejos ante su virtuosismo en la ejecución del Clave bien templado, El arte de la fuga y las Variaciones Goldberg, de Bach. Sin embargo, lejos de deleitarse con tal belleza, se des-moralizan de inmediato al reconocer que ellos mismos carecen del talento del que hace alarde Gould: “La verdad es que no hay nada más espantoso que ver a una persona que es tan grandiosa que su grandeza nos aniquila”.12

De ahí comienza la bifurcación de las vidas de los tres pianistas a lo largo de veinte años. El malogrado no es una crónica, no debemos leerlo como tal, sino un relato de autoficción que aglutina a un personaje real, Gould, y a dos ficcionalizados, Wertheimer y el propio narrador. Debido a la imaginación de Bernhard, se percibe el trasunto de dos leyendas, la de Glenn Gould y, a la sombra, en Wertheimer, mucho del mito de Georg Trakl debido a la re-lación incestuosa que mantuvo con una de sus hermanas, Grete, y el suicidio del poeta; Wertheimer se cuelga frente a la casa de su amada hermana en Zizers, Suiza, y Trakl esnifa la suficiente cocaína para reventar.

El único momento donde podemos distinguir a la persona de Thomas Bernhard de la voz narrativa de El malogrado ocurre más allá de la mitad del trayecto, cuando el narrador afirma que es bastante acaudalado —como sus colegas—, lo cual contradice lo que hemos leído sobre la vida de Bernhard en Mis premios 13 (2009), pues ahí destaca que no hay otra razón para aceptar los galardones que pagar algunas deudas. La pobreza del autor contrasta con la opulencia del narrador-personaje. Bernhard le da vida a sus voces narra-tivas, pero no son él exactamente.

Pareciera que hemos olvidado el sentido del humor. En realidad, el libro más hilarante tendría que ser Mis premios,
esa compilación de relatos en que Bernhard recrea las ceremonias ramplonas donde lo celebraron públicamente

OTRO TEMA destacado en el opus bernhardiano es la necesidad de divorciarse de la familia, buscar en el arte un salvoconducto para retirarse de los gustos chatos, eliminar la delectación y autocomplacencia de productos de fácil consumo. Tal como sucede en El sótano, El aliento y Extinción, el protagonista mantiene un divorcio moral de sus familiares, “arremete contra el megalómano provincianismo de la cultura vienesa, contra la ciénaga de superstición, intolerancia y avaricia” (Steiner dixit)14 de quienes normalmente se caracterizan por ser indiferentes al arte o la sensibilidad, al teatro, la poesía, la generosidad y la comunicación: “Cuando pienso en aquellas paralizantes veladas con los míos, en las que las frases más logradas, en el momento en que se pronunciaban, se perdían en el aire”.15

Varios de sus narradores se han desterrado en Roma o Madrid, han perdido a sus padres, pero no sienten dolor alguno. En contraste radical, la figura de seres como el abuelo en la pentalogía o el tío Georg en Extinción resultan áncoras que los arraigan al mundo real, al ámbito de la música, de la literatura y de la belleza. Bernhard narra lo que sucede en algunas realidades donde la Iglesia o las ideologías obnubilan el razonamiento humano y lo vuelven obsoleto para pensar por sí mismo. Por ende, autores como Kant, Schopenhauer, Broch, Kafka, Schubert, Bach forman un todo consciente e imprescindible para sobrevivir en este mundo: “Con la lectura pude atravesar los abismos abiertos también aquí en todo momento, y salvarme de los estados de ánimo inclinados sólo a la destrucción”.16

Mezclando el hálito de sus obras con el contexto mundial, la narración de sus enfermedades pulmonares lo distingue como un referente inmediato, ahora que millones de seres humanos han perdido la vida. Si pensamos desde esta perspectiva, la propagación del virus gracias a la ineptitud de los gobiernos, pasando por el aislamiento, la incomunicación y la presencia inexorable de la muerte, la obra de Bernhard ocupa un lugar preponderante en nuestros días. Su relato estremecedor, siempre alejado de la autoconmiseración y la mezquin-dad, capta las paradojas, las contradicciones y los absurdos que saltan a nuestro paso.

En un pasaje de El aliento, el posadero de Hofgastein sigue con la mirada al recién ingresado, el feriante de Ma-ttighofen, porque ha leído su diagnóstico médico y calcula que morirá muy pronto. Así que, cuando el feriante fallece de golpe, el posadero salta de gusto por haber acertado en su cálculo.

No obstante, pasa de la alegría a la tristeza en una milésima de segundo, pues se da cuenta de que fue una muerte apacible e indolora: envidia lo fulminante del deceso. Tal como en la actualidad se juega una competencia idiota por ver quién es más feliz, quién gasta más y quién tiene las mejores posesiones, olvidando lo que dice Bernhard: “Cuanto más miramos a un hombre tanto más mutilado nos parece”.17 Como si toda la ostentación quisiera emborronar que la infelicidad es tan constante como la vida misma, y que, mientras más conocemos a un ser humano, más nos damos cuenta de su infelicidad y las razones de ésta. Como señala Bernhard: “Una y otra vez intentamos deslizarnos fuera de nosotros mismos, pero fracasamos en ese intento, y dejamos que nos hieran una y otra vez, porque no queremos comprender que no podemos escapar, a no ser por la muerte”.18

A TODO ESTO, pareciera que hemos olvidado el sentido del humor, y es lógico. En realidad, el libro más hilarante tendría que ser Mis premios, esa compilación de relatos y discursos en que recrea las ceremonias ramplonas donde lo celebraron públicamente. En la primera lectura, es difícil hablar de una profunda carcajada si no es en esta antología, que muestra el choque constante en que Bernhard vivía con la sociedad. Pero la sensación cambia en la relectura de sus obras —Sí, Relatos, El sobrino de Wittgenstein, El aliento, Un niño o El origen—, una vez pasada la primera impresión de lo tremebundo. En esa segunda visita se encuentra una buena carga de humor negro, incluso, se muestran menos terribles las escenas horrendas, menos fatídicos sus momentos fatales.

Ahora que he regresado a sus kilométricas frases, he podido deleitarme en esos momentos en que Bernhard pudo fijar en una misma página la miseria y la belleza infinita.

Thomas Bernhard.
Thomas Bernhard.Foto: Especial

Notas

1 Cf. Thomas Bernhard, Relatos autobiográficos. El origen, El sótano, El aliento, El frío, Un niño, traducción y prólogo de Miguel Sáenz, Anagrama, Barcelona, 2009.

2 George Steiner, Heidegger, traducción de Jorge Aguilar Mora, FCE, segunda edición, México, 2001, pp. 7-10.

3 Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, tomo I, La filosofía trascendental: Kant, Herder, tercera edición, Barcelona, 2001, p. 69.

4 George Steiner, op. cit., p. 8.

5 Miguel Sáenz, “Prólogo”, en Bernhard, op. cit., p. 8.

6 Jenaro Talens, “Prólogo”, en Georg Trakl, Sebastián en sueños y otros poemas, prólogo y traducción de Jenaro Talens, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006, p. 11.

7 Peter Hamm-Thomas Bernhard, ¿Le gusta ser malvado?, traducción de Miguel Sáenz, Alianza Literaria, Madrid, 2011, p. 49.

8 George Steiner, George Steiner en The New Yorker, edición e introducción de Robert Boyers, traducción de María Cóndor, FCE-Siruela, México, 2009.

9 Thomas Bernhard, Así en la tierra como en el infierno, traducción de Miguel Sáenz, La uña rota, Segovia, 2010.

10 Thomas Bernhard, El aliento, en Relatos autobiográficos, op. cit., pp. 284-285.

11 Thomas Bernhard, El malogrado, traducción de Miguel Sáenz, Alfaguara, Madrid, 2019, p. 77. Las cursivas son del propio Bernhard.

12 Ibidem, p. 75.

13 Thomas Bernhard, Mis premios, traducción de Miguel Sáenz, Alianza Editorial, Madrid, 2009.

14 George Steiner, George Steiner en The New Yorker, op. cit., p. 160.

15 Thomas Bernhard, Extinción, Alfaguara, Madrid, 2019, p. 68.

16 Thomas Bernhard, El aliento, op. cit., p. 293.

17 Thomas Bernhard, El desencantado, op. cit., p. 33.

18 Thomas Bernhard, ibidem, p. 80.