Macanudo

Macanudo
Por:
  • carlos_velazquez

Así como las mujeres sin hijos se quedan arrobadas ante un bebé, a mí me pasa lo mismo con las mascotas. Pero luego me acuerdo de que no puedo atender una y se me pasa.

Habito un depa con un balcón reducido. Es un ambiente opresivo para un animal. Excepto uno. Éste es el espacio perfecto para un gato. Pero quiero rehuir el cliché del escritor con un minino a su lado. El lugar común abarca desde Cortázar, pasando por Bukowski, hasta Burroughs y tantos otros. El gato sería ideal porque podría viajar sin preocuparme.

Mi compa La Diva tiene unas tortugas. Han crecido hasta alcanzar el tamaño de un torso humano. Viven desterradas por decreto propio en el patio. Y cuando se mueven lo hacen con la rapidez de un empleado sindicalizado. Así que no es opción para mí.

Mis vecinas del segundo piso tenían pajaritos. No me molestaba su canto por las mañanas. Las campanadas de la iglesia que tengo a media calle causan más alboroto. Pero le agarré encono a las aves en cautiverio cuando las viejitas del segundo piso comenzaron a desechar el alpiste y la caca de pájaro en la tarja. Una tarde mi apartamento aventaba chorros de agua negra por el excusado como si se tratara de una película de terror de bajísimo presupuesto.

Un perro no es opción, no me gustan los perros de apartamento. En mi ciudad hay sobrepoblación de perros callejeros. Y cuando sea viejito seré como El Chivo de Amores perros y los alimentaré.

"Desde el primer día, este pobre cabrón EMPEzó a comportarse con una civilidad que me dejó pasmado".

He visto en las reses sociales gente que tiene a tlacuaches como mascota. La idea de tener una zarigüeya albina no me desagrada. Me veo a mí mismo paseándola con una correa como Kramer hace lo propio en un capítulo de Seinfeld con un gallo de pelea. Pero no he corrido con la suerte.

¿Entonces?

Me he resignado a que la única mascota en mi vida sea el perico. Pero el verde.

Luego, como si de un milagro de la Navidad se tratara, el pasado 24 de diciembre alguien tocó la puerta de mi casa y salió corriendo. Abrí y a mis pies no me encontré con una cuna y un recién nacido con colmillos o tres pies. Era un pet taxi con un conejito negro. No me pregunten de qué raza. Era un regalo para mi hija.

De inmediato se prendieron las alarmas. Dónde vamos a meter al bastardo. Afuera los copos de nieve comenzaban a caer y no tuve el corazón tan duro como para echarlo a la calle cuando el pronóstico del tiempo auguraba una fuerte ventisca. Le permití que se quedara por el momento. Al día siguiente le buscaríamos un paradero. Mi madre se zafó de inmediato con la excusa de que en su patio lo devorarían los gatos. La mamá de mi hija no podía por culpa de El Chilaquil, su perro, que lo mataría en el acto. Así que las opciones se reducían a dos. Regresarlo a la tienda de mascotas o regalárselo a alguien de un rancho. Me preocupaba el pobre cabrón. Si yo estuviera en su pellejo, lo más que añoraría sería el campo.

Ignoro todo sobre conejos. No sé si son tontos o inteligentes. Pero desde el primer día, este pobre cabrón, como si en el fondo intuyera que sus días estaban contados, empezó a comportarse con una civilidad que me dejó pasmado. No, no se puede domesticar como un perro, pero su lugar preferido para cagar es la regadera. Y me sigue a todas partes dentro de la casa. Cuando tecleo se aposenta a mis pies como si de un sabueso se tratara.

Lo anterior no significaba que lo conservaría. Pero una noche, siendo todavía pequeñito, ahora ya se ha comenzado a estirar, se encaramó a unas cobijas y saltó a la cama. Mi hija se había ido a dormir a casa de mi madre y yo me quedé en su cuarto pa que el conejito no durmiera solo. Según yo, lo hice por humanidad, pero en el fondo ya comenzaba a encariñarme con él. Abrí los ojos en mitad de la madrugada y ahí estaba, acurrucado a mis pies. Y desde esa noche cuando no está mi hija en casa duerme en la cama conmigo.

Llegó el día en que me preguntaron cuál sería su destino. Sopesé sus posibilidades. El cabrón, ignoro cómo en su fuero interno conoce los límites, no se había meado en mi cama ni había mordido los cables de la tornamesa, así que podría quedarse. Lo bautizamos como Macanudo, en honor a Liniers, de quien mi hija es fan. Ella escogió el nombre.

Macanudo es un conejo inusual, se deja acariciar y le gusta el rock. Cuando pongo la torna no sale despavorido.

Por estos días le voy a comprar una pecherita para llevarlo a pasear por el parque urbano.