La metamorfosis del dolor

Al inicio de la pandemia, bailarines y coreógrafos del mundo se vieron —como todos, cada uno desde
su trinchera— ante el pasmo. Su instrumento, el cuerpo, demanda una práctica continua,
a riesgo de perder la plasticidad lograda en años. Al replegarse en sí mismos y prescindir de los ensayos
colectivos, comenta Bibiana Camacho en este ensayo, poco a poco lograron resignificar
la sintaxis de ese arte, además de darle un nuevo sentido al dolor físico, inherente al ejercicio dancístico.

Edgar Degas, Bailarina. Cuarta posición frontal, sobre la pierna izquierda (1885-1890), vaciado en bronce, ca. 1921.
Edgar Degas, Bailarina. Cuarta posición frontal, sobre la pierna izquierda (1885-1890), vaciado en bronce, ca. 1921.Fuente: sothebys.com
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El cuerpo y sus sacudidas, movimientos, estremecimientos, estiramientos, contracciones, extensiones, zapateados y saltos ejecutados en las prácticas dancísticas de cualquier género se redujeron drásticamente a partir del encierro. Sin espacios suficientes ni adecuados ni seguros.

Una nueva experiencia asociada con el dolor surgió ante el drástico cambio de dinámicas corporales y sensoriales, por lo tanto el significado que comúnmente le asociamos se vio modificado.

EL DOLOR JAMÁS se ha limitado a los impulsos bioquímicos, solemos interpretarlo e integrarlo a un sistema de pensamiento para dotarlo de significado. Puede deberse a un exceso de repeticiones en un ensayo, a la falta de constancia, un descanso prolongado, una mala postura, un cambio de estilo y metodología, estrés acumulado, fatiga, ausencia, nostalgia.

Durante los últimos meses, los motivos del dolor y su comprensión se han extendido a campos psicológicos ligados a los tiempos pandémicos. Los cuerpos y sobre todo los de los bailarines se han visto obligados a abstraerse en sí mismos. Los relatos colectivos que surgen y se desarrollan en los sitios de entrenamiento desaparecieron. La experiencia ahí acumulada y compartida se ausentó.

A lo largo de la contingencia, el dolor modificó ubicación, significado y orden social. De ser un acontecimiento fisiológico asociado a la práctica dancística, relacionado con el desarrollo de la plasticidad del movimiento corporal y con las implicaciones performáticas se convirtió en algo más profundo, en relación con la significativa carencia de experiencia vital. En consecuencia, el vínculo con el cuerpo vivido, percibido, interpretado y compartido se resquebrajó.

HUBO UN INSTANTE de estupefacción que derivó en un giro drástico en la forma de entender tanto el entrenamiento de los cuerpos como las dinámicas de movimiento, la impartición de instrucciones y, sobre todo, la manera de proyectar los cuerpos danzantes a través de otros dispositivos. El estupor poco a poco dio paso a otras formas de vivir la danza. En un intento por transfigurar el nuevo dolor, cada cual encontró maneras, primero que nada, de continuar con el entrenamiento. El cuerpo como instrumento de trabajo requiere afinamiento constante, un descanso prolongado provoca la pérdida de logros alcanzados con horas de trabajo. El afinamiento no sólo implica el entrenamiento; también abarca la sensación interna del cuerpo, la atención exterior, la relación con los objetos que nos rodean y por lo tanto la modulación necesaria para moverse esquivando obstáculos o integrándolos al movimiento.

De manera paulatina aunque constante, compañías grandes y pequeñas alrededor del mundo abrieron foros virtuales para todo el público y mostraron diversas técnicas, formas de trabajo, metodologías, estilos de entrenamiento y funciones. Una necesidad común por compartir el conocimiento y la experiencia salió a la luz. Los obstáculos espaciales no desaparecieron, pero el cuerpo —siempre dúctil— adoptó los movimientos al nuevo estado de las cosas, desarrolló aún más la capacidad de introspección, descubrió íntimas energías. Surgió un uso más puntual del lenguaje: tocó afinar la palabra oral y el cuerpo de manera simultánea. La voz acortó las distancias y construyó una proximidad inesperada. Las palabras envolvieron los espacios antes silentes.

No importa si está pasivo, en movimiento externo o interno, el cuerpo comunica y habla. En las clases en vivo a través de plataformas digitales descubrimos una nueva comunicación 

El cuerpo es un medio infalible para la escritura. No importa si está pasivo, en movimiento externo o interno, el cuerpo comunica y habla. En las clases en vivo a través de plataformas digitales descubrimos una nueva comunicación, aprendimos a leer posturas, gestos y demostraciones en las pantallas. Interiorizamos el significado corpóreo a partir de la escritura del propio cuerpo y de la referencialidad imaginada con los otros que, a la distancia, mantuvieron una proximidad fantasmal, aunque no menos real.

EL DESCONCIERTO y el dolor iniciales se evaporaron. El trabajo en equipo adquirió un protagonismo inesperado. Si bien la coreografía es el arte de modular y componer ensamblajes corporales, su éxito reside en el performance en conjunto de todos los fragmentos que funcionan como una unidad y cuyas partes se amalgaman de tal manera que no se nota a primera vista la costura interna, la sintaxis que le da sentido y la semiótica que conlleva. Gracias a la comunicación virtual, el diálogo interno que modula la superficie se mantuvo en ensayos y representaciones virtuales, además de consolidar las reales que ya se llevan en diversos espacios.

Se atenuó el dolor ante el contexto de aislamiento gracias a la creatividad y el empeño de profesionales y aficionados. La experiencia ha sido una especie de ensayo general, en el que cada cual ha probado distintas formas de continuar con la enseñanza, el aprendizaje, el entrenamiento y la creación.

Ante la ya de por sí compleja situación de la danza y del gremio artístico en general, quizá este proceso histórico que nos determina, limita, afecta e impacta, también nos confirme que la danza nace a cada segundo, palpita incluso a través de las pantallas, nos conecta, integra y trasciende.

Aún con la distancia causada por los drásticos cambios seguimos transformando, cuestionando, experimentando y contextualizando cada paso, cada movimiento, cada salto y contracción. Hemos logrado metamorfosear el dolor impreciso de la lejanía.