Las mujeres del muralismo

AL MARGEN

Las mujeres del muralismo
Las mujeres del muralismoFoto: Juan Carlos Trujillo / unsplash.com
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“Es un delito ser mujer y tener talento”: con esas palabras, María Izquierdo denunció el machismo que obstaculizó su irrupción en el muralismo. Las recuerdo en vísperas del Día de la Mujer y en este 2022 que ha sido declarado el año para conmemorar un siglo de ese movimiento artístico mexicano, pues todavía queda una deuda con las mujeres que tomaron los andamios contra viento y marea para dejar su huella, no sólo en la historia del arte mexicano, sino en nuestra vida cotidiana; en nuestras calles, escuelas, mercados, museos, edificios de gobierno y muchos espacios más.

Cuando izquierdo pronunció aquellas palabras, sentenciando el odio contra las mujeres talentosas, sabía de lo que hablaba porque lo había vivido en carne propia. Tras quince años de cosechar éxitos profesionales como pintora en México y el extranjero, la jalisciense recibió la invitación del entonces regente del Distrito Federal, Javier Rojo Gómez, para pintar un ciclo mural en el edificio del Ayuntamiento. Con esa obra se convertiría en la primera mujer en hacer un mural monumental (el espacio a pintar tenía 200 metros cuadrados), en un edificio público de ese nivel. Hay que decirlo con todas sus palabras: a las mujeres se les discriminaba en el muralismo, permitiéndoles únicamente intervenir espacios como escuelas primarias o mercados locales, mientras que los muros de los grandes palacios de gobierno estaban reservados para los caudillos del pincel (Rivera, Siqueiros, Orozco, y todos los otros nombres masculinos que acompañaban a esta famosa triada).

Todavía queda una deuda con las mujeres que tomaron los andamios contra viento y marea para dejar su huella 

Desde que se anunció la incursión de Izquierdo en el muralismo, la maquinaria de la prensa se echó a andar con el veneno más vil. La crítica que una década atrás se desvivía por su trabajo, ahora ponía en duda tanto su talento como su más básica capacidad técnica. Se preguntaban, a la vez, por la relevancia de la obra, la justificación del gasto, si se trataba de una banalidad impuesta por la vanidad de un funcionario —todos cuestionamientos válidos, me parece, pero jamás pronunciados cuando el artista que recibía una comisión pública era un hombre.

Un día, la pintora se encontró con que, aun con los bocetos aprobados y los andamios listos, el proyecto se cancelaba. No había pintado una sola línea. Le ofrecieron a cambio un espacio de menor importancia —de nuevo, escuelas y mercados—, pero María exigió no solamente una justificación, sino una indemnización. No contentos con arrebatarle el mérito de trazar su nombre en la historia del muralismo, los machitos de la Escuela Mexicana de Pintura, a quienes Izquierdo señalaba con nombre y apellido, dedicaron todavía más tinta a difamarla por disputar los motivos por los que Rojo Gómez se había echado para atrás. Diego Rivera comenzó incluso una cruzada para “defender” el muralismo a través de la creación de un comité que tendría como único propósito seguir perpetuando su monopolio.

Recordar aquel episodio que, en gran medida, lapidó la carrera de la pintora que se consagró bajo las alabanzas de los más grandes protagonistas del arte de su tiempo —Germán Gedovius, Rufino Tamayo, Antonin Artaud y hasta el propio Rivera— es importante más allá de la anécdota y los chismes desatados. Es una historia que debemos seguir contando porque nos recuerda que el mundo del arte —como tantos— ha sido tradicionalmente patriarcal, en el cual las mujeres durante siglos sólo tuvieron cabida como musas o mecenas. En el mejor de los casos, su lugar como artistas había sido aceptable siempre y cuando no las alejara del ámbito doméstico. Es decir, ser pintoras de hobby estaba muy bien, pero querer competir con los niños grandes ya era otra cosa. Por eso mujeres como María Izquierdo, que vivían enteramente de su propia pintura, transgredían un límite imperdonable.

Todavía hoy, la representación de mujeres en los museos —por mencionar una de tantas instituciones del sistema artístico— es escasa y, cuando las vemos, es muy frecuente encontrar discursos que abordan su trabajo desde su relación con hombres. Ellas son la esposa, la alumna, la hija, la protegida de... En otras ocasiones se continúan perpetuando estereotipos de género, sobre todo con aquellas que además de llevar a cabo su propia práctica artística hicieron las veces de modelo.

El caso de María Izquierdo, en ese sentido, no es único. Desde luego, resulta escandaloso por todo lo que nos dice ese mural que nunca fue —es curioso cómo a veces las ausencias hablan más fuerte—, pero se inscribe en una larga tradición de oscurecimiento del papel de las mujeres en las narrativas históricas. Esto ocurre ya sea de manera explícita, como con ella, o siendo resultado de una exclusión quizá sutil, menos contestataria que la que le tocó a Izquierdo, pero no por ello menos violenta.

Está, por ejemplo, Aurora Reyes, primera mexicana en pintar un mural público (y ya abordada a profundidad en esta columna, El Cultural 292, 6 de marzo, 2021). A diferencia de los muralistas hombres, que recibían encargos por dedazo y con total arbitrariedad por parte de las autoridades, la chihuahuense tuvo que ganarse su lugar en la historia del muralismo a través de un concurso organizado por sus compañeros de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Gracias a ello ahora podemos ver sus trazos en el Centro Escolar Revolución. Por desgracia, Aurora pudo pasar poco tiempo en los andamios, pues dedicó casi toda su vida a la docencia, un trabajo encomiable, desde luego, pero que no deja de ser sintomático de los pocos espacios que había para las mujeres en el arte.

Son escasos los muralistas hombres a quienes no se les permitió vivir de su propio pincel.

Algunas muralistas lograron más reconocimiento, eso es innegable, entre ellas Rina Lazo, Remedios Varo, Leonora Carrington, pero son minoría. He escuchado que en este centenario del muralismo se le dará al fin su justo lugar a todas ellas y ojalá así sea. Mientras tanto, como primer acto de reivindicación, nombro aquí a algunas para que no se nos olviden nunca: Electa Arenal, Elena Huerta, Elvira Gascón, Sofía Bassi, Olga Costa, Fanny Rabel...