Ojos de perra azul

Ojos de perra azul

Ojos de perra azul
Ojos de perra azulFoto: Cortesía de la autora
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Hace unos meses perdí mis anteojos. Armazón de pasta color carey, líneas angulares, cristales antirreflejantes, graduados con las muchas dioptrías negativas que mis córneas requieren para ver el mundo menos borroso. Livianos y resistentes a la vez, hacían juego con mi cara y su gran nariz. ¿Los habré dejado sobre la mesa de aquel café, se cayeron del bolso, los olvidé por ahí, me los robaste?

Llamé a la óptica y pedí con urgencia que me fabricaran otros, creyendo que, ilusa yo, podrían reponerse pronto. Las súplicas no sirvieron, no estarían listos sino hasta una semana después. Sentí que me deshacía, me fragmentaba, y tuve miedo. Me oí respirar hondo mientras temblaba.

Sin mis espejuelos (siempre quise usar esa palabra) habité una realidad alterna. Durante esos días desvanecidos tuve que enfocar las extrañas imágenes que me rodeaban, interpretar las ráfagas de luz, tonalidades, captar las texturas, el brillo y la proporción de las figuras informes. Difícil fue hacer coincidir las nuevas representaciones con las que, a lo largo de los años, me he hecho de cada uno de los objetos que coexisten conmigo. El cielo fue un llano techo gris, sin nubes ni aviones ni pájaros pero sí con sonidos que me estremecieron; mis mascotas, suaves borlas de algodón al tacto; la lámpara de mesa fue Saturno y la tina, el Mar Rojo; una mandarina no fue una mandarina sino una mancha redonda y naranja que reconocí hasta que su jugo agridulce resbaló por mi boca. ¿Mi figura en el espejo? Ésa nunca la he podido o querido confrontar.

He recuperado los lentes y ya veo bien, pero
no estoy segura de haber vuelto a la realidad 

Estar sin lentes fue como aprender a mirar todo de nuevo, como por primera vez. Contemplé El origen del mundo, examiné las partes del cuerpo de un muerto en la morgue, la cortada del perro andaluz. Presencié el vuelo de una estrella fugaz, exploré con detalle el miembro de un hombre desnudo en mi cama.

La forma de expresarme, de sentir, de soñar, no puede ser corregida con ningún par de gafas. El defecto visual viene de dentro, del pensamiento, del modo tan raro en que mi cerebro percibe las circunstancias externas. En las pupilas de los otros veo túneles del tiempo, los iris son dimensiones fractales, las pestañas hamacas que mecen duelos. Las retinas desprenden universos. Te observo a ti mientras te escribo.

He recuperado los lentes y ya veo bien, pero no estoy segura de haber vuelto a la realidad. En estas líneas la muestro deforme, distinta, desde el punto de vista de mis ojos de perra azul, esos que miras sin verme.

*** Me pongo a tus desórdenes.