Cuánto pesa el deseo

Ojos de perra azul

Cuánto pesa el deseo.
Cuánto pesa el deseo.Cortesía de la autora
Por:

Hoy no me voy a poner el cuerpo. Lo siento pesado, incómodo, la piel me queda grande o me aprieta, desajustada. Los huesos parecen estar hechos de plomo, nervios anestesiados, ligamentos contraídos, músculos desgarrados. Está adolorido. El cerebro es una nube negra, el pensamiento a punto de la tormenta, mis emociones, una madeja sin cuenta.

La voz, si logra salir, es un aullido. No encuentro dónde acomodar las piernas que intento cargar con los brazos. Las manos no responden, tampoco las ganas. La cabeza se balancea sin sostén ni estructura, el cuello no la sujeta. Estoy mareada, paralizada a la vez. Bajo los pies y el resto del soma se despeña, es un tapete de cuero animal. Me arrastro por el suelo, soy un gusano o un caracol. Me despojo del cuerpo, lo dejo arrumbado.

A cada hombre lo he sentido distinto: uno pesaba lo mismo que un león

SALGO A LA CALLE, ando ligera. Camino veloz, brinco, casi volando, haciendo maromas. Hablo y canto en todo momento, letras brotan de mi ausente boca como flores silvestres, palabras golondrinas, oraciones en ríos desbordados. La gente no me ve, pero yo sí. Es divertido mirar sin ser vista, invisible, aunque dejo una estela de luz tras de mí. Recorro avenidas, me subo a un puente, visito parques, me cuelo a los patios de las casas que antes he habitado. Escalo montañas y me sumerjo en albercas.

De pronto aparezco en un precipicio, sin poder asirme de algo o alguien.

Ahí, en el borde, pienso en el gramaje de ser, de existir, en las toneladas de malas decisiones pasadas, la gravedad de preguntarme a diario qué es esto que llaman vida, o si en verdad existe la muerte. En los kilos de juicios y apedreamientos a los que fui condenada, las onzas de conflictos ajenos que arrastro conmigo. Las libras de relaciones de las que no puedo desprenderme. Entre las sábanas, a cada hombre lo he sentido distinto y así los recuerdo: uno pesaba lo mismo que un león y en lugar de rugir, ronroneaba como un gato. Un músico era un piano de cola sobre mí, al ritmo de la “Marcha fúnebre” hasta morir. Uno fue pluma de ave, apenas lo percibí. Algunos han sido rocas sin habla o músculo magro de inerte pulsión; los intelectuales, volúmenes de densos libracos, poetas etéreos, filósofos abstractos.

AL REGRESO me encuentras, exhausta. Me cargas en brazos y, como si me hubieras sacado de espacios vacíos, me llevas a la cama. Me elevas al cielo, bajas a mi inframundo secreto. Eres algo que no quiero quitarme nunca de encima; el peso ideal es cuando estoy sobre ti, balanceándome en el abismo.

Después, con cuidado, me pones el cuerpo de nuevo.

*** Hazme una respuesta.