Pornografía y devoción

Hace unas semanas comenzó a circular el libro de cuentos de Héctor Iván González que esta página
comenta, donde el autor se prueba con solvencia en otro género literario, luego de incursionar
en la crítica, el ensayo, la poesía. Ahora muestra, como narrador, una diversidad
de registros y énfasis que exploran posibilidades diversas. Queda a deber una novela,
según apunta esta reseña, para cerrar el ciclo de lo que se ha dado en llamar un escritor todo terreno.

Héctor Iván González
Héctor Iván GonzálezFoto: Especial
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Emmanuel Carballo, en un prólogo a los relatos de José Luis Cuevas (Material de Lectura, UNAM, 2009), señala que los textos narrativos del artista plástico pueden dividirse en dos categorías: de acción y de introspección; los que responden a la pregunta: ¿y luego? y los que contestan a esta otra: ¿por qué? Los cuentos de Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) pueden ubicarse en las dos clasificaciones que plantea Carballo. En el caso de Cuevas, son textos que cuentan una historia lineal de principio a fin, donde la mayoría de las veces el narrador-protagonista describe encuentros sexuales. La información que ofrece de las mujeres invariablemente es escasa, la mínima para saber por qué despierta atracción en el protagonista. La figura de un Casanova está lejos de estas páginas, pues no se ejerce el arte de la seducción sino una serie de estratagemas obsesivas, frenéticas, en favor de la sexualidad, sin ninguna clase de ataduras, porque el amor y la ternura acaso serían vistos como un lastre, como la piedra que impide el nado libre en aguas impregnadas de desenfreno, casualidad y erotismo.

Carballo observa que en sus relatos Cuevas consigue resultados positivos y en varios cuentos de Los grandes hits de Shanna McCullough, de Héctor Iván González (Dieci7iete editorial, México, 2020), ocurre lo mismo: es posible distinguir dos historias que son el anuncio de que el autor podría escribir una novela, con óptimas consecuencias, como sucede en “El ánima de Venus” y en el relato que da nombre al libro.

En “El ánima de Venus” el lector es testigo del interés de un joven en el cine porno. Durante sus sesiones en la sala Afrodita conoce el talento de heroínas como Rebequina, Dany Cheeks, Marlette, Silvia Saint, Rebbeca Wild y, por supuesto, de la pelirroja venerada, Shanna. Este relato funciona a manera de preludio de la historia central del libro, “Los grandes hits de Shanna McCullough”. ¿Por qué leemos a un cuentista en ebullición, es decir, a punto de volverse novelista? Es una clara muestra de su habilidad para abordar, de manera intercalada, dos historias: la obsesión del protagonista-narrador por la actriz porno, Shanna McCullough, y la presencia de su alumna, Ángela, quien tiene cierta similitud con McCullough. La ficción se antepone a la realidad y viceversa en este binomio donde el narrador termina confundido, obnubilado ante la belleza de ambas chicas. Luego surge el fervor del protagonista por la actriz porno, a quien venera por la pasión y entrega que exhibe en sus películas. La sublimación acontece dentro de la historia, como la pieza fundamental que ocasionará su renuncia a cualquier otro tipo de placer que no sea contemplar a Shanna, como un fiel devoto onanista entregado a sus orgasmos: ella goza siendo una actriz porno con aires de ninfómana y, al mismo tiempo, decide quién goza ante ella durante sus filmaciones. Cuando el escritor hace que el narrador entienda la sexualidad de su protagonista, deja claro que asimila la visión erótica de Juan García Ponce y sus egocentrismos terminan por diluirse.

Esta historia, la más lograda del libro, recuerda un espléndido reportaje de Martin Amis sobre la pornografía, incluido en El roce del tiempo (Anagrama, 2019), recopilación de ensayos y crónicas del escritor inglés. Amis entrevista y convive con los actores porno, a quienes retrata en una atmósfera de oropel y decadencia; "el norteamericano promedio —apunta— pasa cuatro horas y cincuenta y un minutos al día viendo porno (videos e internet). El norteamericano sin casa propia gasta más en porno que en el alquiler de su vivienda".

Así comienza una exploración hilarante y fresca, antisolemne
y audaz. El relato confirma su efectividad cuando elige revelar la torpeza de los personajes y volverlos humanos

Los intereses de Héctor Iván González quedan acentuados en el cine de arte y porno, así como en la literatura y el boxeo. En “Caravan” hay un juego de espejos, un homenaje a Dostoievski, pues el protagonista del relato finge ser Paul Verlaine para ser tratado de diferente manera. Es quizá el cuento con más referencias literarias. En “Columpios” y “Una historia (History)” se aprecian claros guiños al pugilismo:

... eres el boxeador que cae en el mismo round, recibiendo el mismo upper cut, en el mismo minuto en la misma pelea, por un enano “peso mosca” que sigue y seguirá hasta que, ¡hasta que nada!, al infinito porque aquí la historia (History) manda, y te puedes llamar con mil nombres, y llorar la misma lágrima en distintos rostros.

El cuento más divertido es “Buscadores de tesoros, Inc.”. Si un reproche pudiera formularse a este libro, es precisamente que el resto de los relatos no cuenta con el humor y la dosis de ironía que permea en esta historia.

Un joven decide emprender un negocio fuera de lo común: ir a buscar tesoros en compañía de su padre. Resuelve comprar una de esas máquinas detectoras de metales que vendían en la colonia Roma y así comienza una exploración hilarante y fresca, antisolemne y audaz. El relato confirma su efectividad cuando elige revelar la torpeza de los personajes, deslizarlos de la engolosinada perfección y volverlos humanos.

Héctor Iván González entrega un primer volumen de cuentos colindante con la visión de un ensayista que reflexiona en las causas y efectos que se despliegan en la ficción. Y, en cierto sentido, le queda a deber al lector una novela, pues posee las herramientas necesarias para forjar una prosa de largo aliento y certera.