Réquiem por el vaquero rocanrolero

Hace unos meses, el rock nacional lamentó la muerte de uno de sus personajes más notables:
Charlie Monttana. Éste es un recorrido por la carrera del estridente güero oxigenado, desde sus inicios
en Neza y como vocalista del grupo Vago, hasta el disco Hotel Barcelona, una de sus cumbres
profesionales, cuando el cantante ya disponía de una orquesta completa y dinero para caprichos.
Ofrecemos un mínimo recuento de quien hizo de su composición “Yo con mi desmadre” una bandera vital.

Charlie Monttana
Charlie MonttanaEspecial
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Nació en el Centro Histórico de la Ciudad de México, pero la comarca que lo arropó con su manto de polvo fue Ciudad Neza. Él mismo llegó a decir que su padre putativo fue el blues y su madre postiza el heavy metal; “pero quien en realidad me parió entre sus piernas fue el rock and roll”. Carlos César Sánchez Hernández se transformó en Charlie Monttana admirando la facha de grupos como Poison y Warrant, empinándose caguamas en hoyos fonquis donde mariguana y activo rolaban entre sábanas y estopas. Nació salvaje, al estilo de Steppenwolf, para encarnar la voz de los pelados, los borrachos que se enciman la piel del diablo cuando la madrugada atiza.

Comenzó a escalar tarimas al mando de Vago, a principios de los años ochenta. “Éramos una pinche caricatura de Twisted Sister y Mötley Crüe”, alcanzó a comentar el ladrante (como a él le gustaba definirse a la hora de empuñar el micrófono), amasando desde muy temprano un estilo vocal que, según él mismo, sólo encontraba en el líder del Tri un digno competidor; “Canto del nabo. ¿Quién podría hacerlo tan culero como yo? Sólo Alex Lora”, refería, orondo. Sin embargo, la legión de seguidores que para entonces a sus pies pisteaba, en tocadas maratónicas donde el caos era costumbre, justo en su vacilante afinación consuelo encontró.

El mítico sello Discos y Cintas Denver apadrinó a Vago y así el grupo fue ganando popularidad en los terrenos del llamado rock urbano.

Iban agarrando velocidad cuando conflictos internos hicieron que Monttana emigrara del combo para mudarse con Mara. Un affaire, hay que contar. Pronto regresaría con los de “Dándole fuego” para confeccionar “Tu mamá no me quiere”, un himno para pelagatos que daría cuenta de las capacidades interpretativas de aquel güero oxigenado al que ya le urgía presentarse a solas. “Me la pasaba Vago / Mara / Vago / Mara... ¡Uta! Yo debí empezar mi carrera solista de inmediato, pero me daba miedo, por eso me cobijaba en los logos de esos grupos”.

A MEDIADOS de los noventa arrancó su andar solitario. Desde entonces se esforzó por zafarse de las leyes que a la escena del rock urbano, tal como hoy sigue ocurriendo, azotaban. Su plan era ambicioso si se considera la oscuridad del callejón del que pretendía pelarse: rebasar la flaca luz que le prodigaba el poste más cercano. “En ese mundo la regla es: cantas en los camiones, brincas a un estudio de grabación y terminas tocando en un escenario en la esquina de la calle. Y ya, no hay más”, afirmaba. De modo que un día se levantó de la cama con una idea plantada bajo su encrespada mata de pelo: “Ya estuvo, ya no quiero tocar en ese ambiente. No me espanta el activo ni los madrazos; me caga que los promotores no me den mi tiempo y mi música no suene bien”.

Claro, si en el camino al profesionalismo se le atravesaban unos tragos (el whiskey de Jack siempre fue su bebida favorita) y unas cuantas chicas, pues qué mejor. Después de todo, desde joven encontró en el desenfreno un pretexto para mantenerse vivo; “lo que quería era viajar, conocer un chingo de viejas, hacer mil pendejadas. Esos eran mis sueños”. Así que la suya sería una carrera donde hedonismo y derroche se meterían fajes legendarios. Y aunque el camino no estuvo forrado de terciopelo, disco a disco Monttana fue consiguiendo sus objetivos.

El clímax llegó con Hotel Barcelona (2002), uno de sus álbumes mejor acabados, una hilera de temas grabados cuando, según Charlie, el dinero manaba por borbotones. Es el mismo Novio de México quien ahonda al respecto:

—Imagínate, para entonces contaba con una nómina de 17 cabrones, traía una orquesta completa con metales y un camión con quince camas. Puro puto lujo. Hotel Barcelona fue una producción increíble. Llegabas al estudio y veías un chingo de comida y todas las mesas llenas de pomos. Puro gozo. A ese disco le metí como 270 horas de estudio y me gasté como 2,500 dólares en puros putos excesos. Era de, ¿sabes qué? Compra una tele y métele cable porque aquí está todo muy solo y para cuando vengan las visitas deben tener algo en qué entretenerse. Así, caprichos pendejos.

Fue así como llegó el reconocimiento masivo. El festival Vive Latino, limusinas, conciertos en antros lujosos, pasarelas, documentales y hasta un reality show en televisión de paga. En escena, el atril del micrófono de Charlie no era más que un perchero rebosante de ropa interior femenina; sin embargo, bajo la chaquira y el fijador para pelo estaba el mismo tipo de siempre: el vecino de Neza que iba a la comida corrida de la fonda de la esquina, el que compraba fritangas en la miscelánea y se daba una vuelta por el tianguis los fines de semana.

Una doble vida que el compositor gozaba: “La neta es que sí me gusta jugarle al socialité. Soy como la muchacha de la casa que no entiende, la loca rebelde. Pero, ¿sabes qué?, sin mí no estaría completa la pinche familia”.

HACIA EL FINAL de sus días sentó cabeza. Llevaba una vida familiar con residencia en el mismo barrio de toda la vida, donde cuidaba de su pareja y su hijo, el cual lo orilló a darle un trapazo al lente con el que se asomaba a la vida. Así ocurrió hasta el pasado mes de mayo, cuando el de “Tocando el cielo” fue sorprendido por un infarto que, de paso, caló la coraza de la comunidad rockera.

De pronto se fue, el inconforme con el mote de cronista urbano que prefería asumirse como alguien que cantaba “lo que vive cualquier cabrón común y corriente”. Aunque, ¿qué de vulgar podía tener un Vaquero Rocanrolero?, ¿alguien que confeccionó canciones del calibre de “He andado chupando” y “Empanízame la mojarra”? ¿O qué decir de “No soy un pinche cholo” o “Bájale de huevos”?

Réquiem por Charlie Monttana. A modo de homenaje, resta pedir un trago en la barra más cercana y hacer sonar “Viejas, tragos y rocanrol”, mientras el del sombrero texano se empina la botella y mete cuarta, a bordo de su nave, enfilado a la carretera que lleva, como indicara Deep Purple, directo a las estrellas.

ALEJANDRO GONZÁLEZ CASTILLO (Ciudad de México, 1975), escritor y periodista, ha colaborado en medios especializados en música. Es autor del libro Manual de carroña (2020) y uno de los coordinadores de 100 discos esenciales del rock mexicano (2012).