Literatura ciberpunk

Para sobrevivir a la pandemia

Esa vertiente literaria que perfilaron grandes autores, conocida más tarde como ciencia ficción,
fue trastocada en su universo imaginario durante los años ochenta del siglo pasado.
Una nueva sensibilidad trasladó las visiones futuristas y los viajes interplanetarios a la visión distópica
de un mundo reconocible que llega, desde el hiperdesarrollo tecnológico, a nuevas formas
de opresión, voracidad capitalista y supervivencia salvaje. Es la estética singular que aborda esta revisión.   

El Gran Hermano en Alemania, 2020. La revelación.
El Gran Hermano en Alemania, 2020. La revelación.Fuente: etonline
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El 25 de marzo del 2020, los habitantes de la casa de El Gran Hermano en Alemania, encerrados desde el 6 de febrero, recibieron noticias del mundo exterior. De modo inesperado, el conductor del reality show y el productor ejecutivo aparecieron detrás de un grueso vidrio, para notificarles sobre un nuevo virus surgido en Wuhan, China.

El virus —comunicaron el presentador y un médico invitado— se propagaba peligrosamente por todo el mundo, incluyendo Alemania, provocando resfriados atípicos con síntomas más o menos unificados en la fiebre, tos inusualmente seca y dificultad para respirar. Oficialmente, una pandemia. El nuevo coronavirus o Covid-19 daba señales de afectar sobre todo a personas mayores de sesenta años o quienes padecen factores de comorbilidad, como diabetes o sobrepeso, entre otros. Pero a pesar de todo, irónicamente, los participantes de El Gran Hermano se encontraban en uno de los lugares más seguros ante la pandemia: un estudio de televisión repleto de paredes de tablarroca, luces artificiales y cientos de cámaras invasoras, sin puntos ciegos para la intimidad. Una de las participantes no pudo contener el llanto cuando entendió que su madre se encontraba dentro del grupo poblacional de riesgo. No fue la única en derramar lágrimas. Mientras tanto, a otros participantes la conmoción de la noticia les paralizó el rostro. La telerrealidad nunca había sido capaz de rebasar su propia realidad.

Cada vez que aparecen escenas de la vida real como las de El Gran Hermano en su edición alemana, me resulta imposible no acordarme del cuento “Unidad de cuidados intensivos”, del escritor J. G. Ballard, incluido en lo que para mí es una de sus mejores compilaciones: Mitos del futuro próximo (Minotauro Ediciones, Barcelona, 2002). En él, una familia que está acostumbrada a la armonía aislada, protegida por gruesos muros de cristal y monitores de televisión, decide experimentar con las caricias, consideradas casi un crimen contra la salud:

En esa época ni yo ni nadie había soñado con la posibilidad de encontrarse con otro personalmente. En realidad existían todavía, aunque casi nunca se las invocaba, ordenanzas antiquísimas que lo impedían: encontrarse cara a cara con otro ser humano era un delito punible (ante todo, y por razones que entonces no pude entender, encontrarse con un miembro de la propia familia, tal vez como parte de un antiguo sistema de tabúes de incesto). Mi propia crianza, mi educación y mi ejercicio de la medicina, mi noviazgo con Margaret y nuestro feliz matrimonio, todo ocurrió dentro del generoso rectángulo de la pantalla del televisor.

Así lo narra el protagonista, médico devenido en metálico director de cine, quien tras romper las reglas del confinamiento desata una serie de ataques estimulados por la novedad del contacto humano, después de años de placentero encierro: la piel como carne fresca, histeria, pasión contenida y una súbita libertad, cuyo aire fresco se siente más bien como una muy sangrienta agorafobia.

Ballard, junto con Philip K. Dick, son considerados por los clavadazos como los prefiguradores de lo que llamamos literatura ciberpunk. Entendieron, mejor que nadie, que el avance de la tecnología no necesariamente tendría efectos de aventuras en el espacio. Los westerns interplanetarios suenan fascinantes. Son excelentes plantillas para guiones atascados de efectos especiales. Pero estos autores supieron, antes que nada, que la ciencia alteraría la percepción de las realidades.

J. G. Ballard, junto con Philip K. Dick, son considerados prefiguradores de lo que llamamos literatura ciberpunk 

EL HORÓSCOPO DE LA DISTOPÍA

Bajo la adrenalina de una transmisión especial en horario estelar, el programa en que los habitantes de la casa de El Gran Hermano fueron notificados del Covid-19 se anunció con las pomposas expectativas del Super Bowl o la entrega de los premios Oscar. Lo cierto es que el evento se llevó a cabo debido a la indignación de los televidentes, quienes empezaron a presionar al canal para que los habitantes de la casa fueran advertidos de lo que sucedía más allá de la morbosa burbuja de entretenimiento y experimentación humana que supone el formato de ese reality show.

También los empoderados televidentes sacaron provecho de la transmisión, ininterrumpida después del anuncio del Covid-19 a los participantes. El acelerado guión de aquel 17 de mayo incluyó derroche de lágrimas cuando vía satélite vieron a sus familiares sanos y salvos. El guión del 25 de marzo incluía frases indulgentes que orillaban a los habitantes de la casa a sentirse al mismo nivel solidario de una enfermera o un médico internista. Como parte de los salvadores de la pandemia. El productor ejecutivo de El Gran Hermano, con el ojo afilado en el éxtasis del morbo de la audiencia, dijo a los habitantes de la casa que su cooperación sería importante en estos tiempos duros, ofreciendo entretenimiento a los ciudadanos germanos que también estarían encerrados en sus casas. En el pico de la pandemia alemana, la ganancia, sobre todo de los grandes corporativos, debía ser un valor sustancial.

Me cuenta Gerardo Sifuentes, escritor, editor, especialista en la literatura de ciencia ficción y, sobre todo, del subgénero ciberpunk:

 —El poder de esta gente supera el de los propios gobiernos —afirma—, y muchas historias ciberpunk ocurren en ese contexto, donde las personas de a pie tienen que lidiar con los problemas generados por estos fenómenos, pero apoyándose en tecnología de punta, disponible para todos con dinero o piratería. Hay algo curioso que muchos señalan: en Blade Runner, la película clásica del género, o en Neuromante, la Biblia de este hijo rebelde de la ciencia ficción —William Gibson—, el gobierno brilla por su ausencia, dejándolo todo en manos de las corporaciones. La era Reagan-Thatcher abrió la puerta a auténticos villanos, mientras la tecnología informática empezaba a demostrar sus capacidades; la ciencia ficción no busca predecir el futuro, sino alertar sobre nuestro presente.

Literatura ciberpunk
Literatura ciberpunk

Sin embargo, en la novela Mona Lisa acelerada, publicada en 1988, William Gibson especula sobre sistemas de entretenimiento virtuales que siguen a celebridades en tiempo real sin necesidad de pararte de la cama. Tales secuencias literarias se consideran precursoras de reality shows como El Gran Hermano. Leer Mona Lisa acelerada en tiempos de Covid-19, mientras se trata de evadir la ansiedad de la pandemia perdiendo el tiempo con Lives de Facebook, Instagram o cualquier streaming que garantice que las imágenes suceden en tiempo real, genera la perturbadora sensación de que algunas profecías se están cumpliendo.

Después de Ballard y K. Dick fue William Gibson, escritor estadunidense nacido en 1948, quien puso la primera piedra digital de lo que hoy se considera literatura ciberpunk.

Su novela Neuromante (publicada en 1984, el mismo año que da el título la famosa novela de George Orwell y que inspiró la franquicia del reality show) retrata un mundo que, en lugar de apuntar al espacio y las estrellas, sitúa su historia en paisajes distópicos que transcurren en épocas indeterminadas que, por alguna razón, parecen perturbadoramente cercanas. Calles infestadas de ratas, anuncios gigantescos de las grandes corporaciones, desde la punta de los rascacielos hasta el último rincón de las cloacas. Y un chingo de cables de internet, regados con más intensidad que los nidos de ratas. Impera la desigualdad económica, donde el Estado se advierte como un mero requisito ornamental en sociedades precarizadas. Mientras, enormes pantallas colgadas de edificios y autopistas transmiten shows televisivos que perfeccionan lo artificial de las emociones humanas.

Muchos señalan que en Blade Runner, la película clásica del género, o en Neuromante, la Biblia de este hijo rebelde de la ciencia ficción —William Gibson—, el gobierno brilla por su ausencia, dejándolo todo en manos de las corporaciones

CUANDO LA DISTOPÍA SEA PARTE DEL PASADO

Conforme la pandemia se expandía por el mundo, muchos se apresuraron a encontrar consuelos fatalistas en las profecías de la cultura popular. Lo más inmediato fue traer a cuento las historias de zombies comecerebros que se multiplican por cientos después de accidentes virológicos en grandes laboratorios corporativos.

Lo que es una realidad asfixiante es que la supervivencia corre peligro ante el desmantelamiento de la estabilidad social, de por sí ya sostenida por cables enclenques. La pobreza, el desempleo, la inconformidad social, la delincuencia como una rutina tecnificada son constantes en la literatura ciberpunk, dejando las aventuras de Walking Dead como fantasías de gore cursi.

A menudo, la motivación de los personajes de novelas ciberpunk se limita a la sobrevivencia económica, mediante la sublevación de la avanzada tecnología ya instalada. Tanto Neuromante como Conde Cero y Mona Lisa acelerada, que conforman La trilogía de Sprawl, de William Gibson, están habitadas por cibervaqueros (precursores de los hackers) que buscan vaciar las millonarias cuentas de empresarios como Carlos Slim, en escenarios que recuerdan el caótico hacinamiento de los barrios bajos considerados propios del Tercer Mundo, pero que en las novelas de William Gibson, Bruce Sterling o Neal Stephenson parecen acaparar la mayor superficie del planeta.

—Supongo que la mayor ruptura que provocó el ciberpunk a partir de la ciencia ficción tradicional —me dice Tim Maughan, autor de Infinite Detail (El detalle infinito)— fue volver a centrar las historias en torno a los personajes más desfavorecidos y callejeros, en lugar de que sean científicos, ingenieros y exploradores.

En su novela, seleccionada como el mejor libro de ciencia ficción y fantasía del 2019 por el diario británico The Guardian, Tim Maughan narra el colapso del mundo cuando internet se viene abajo. La falta de conectividad genera un estado esquizofrénico de ansiedad que estimula el derrumbamiento del orden social. Desde la perspectiva que lo impulsó a escribir Infinite Detail (de corte ciberpunk, aunque Tim insiste en que reducirla a ese género es ridículo), le pregunto qué podría ser peor, el Covid-19 o bien otro virus que lleve internet a su fin apocalíptico, que empuje a las personas a un grado de locura colectiva y destruya las bases de la convivencia social:

—No estoy seguro de tener una respuesta —señala—, al menos no en este momento. El tipo de virus de internet que describí en mi libro terminó causando daños catastróficos a largo plazo, pero no hago un recuento de cadáveres deliberadamente. En cambio, ahora tenemos un recuento de muertos por el Covid-19 a cada hora, en las noticias e internet. Con suerte, la conclusión es que ambos pueden ser esperanzadores, que la crisis permite grandes cambios que aborden las injusticias. Y sí, creo que los virus poseen la capacidad microscópica de exponer deficiencias y fallas en sistemas sociales que son complejos.

Tuve la perturbadora casualidad de leer Infinite Detail tan sólo un par de semanas antes de que surgieran las primeras noticias desde Wuhan sobre el nuevo virus. A la mitad del confinamiento que en México llevó el nombre de Jornada Nacional de Sana Distancia, tuve la imponente sensación de estar deambulando en un constante déjà vu, paranoias ya vividas en la novela de Tim. Eso me llevó a pensar en el ciberpunk como la verdadera profecía que anticipó el galimatías social y la ambivalente incertidumbre que en la actualidad hostiga al planeta entero, y que sus títulos también podrían funcionar como manuales para sobrevivir a la anarquía que se ve potencializada por la pandemia:

—¡Pero te digo que yo no soy ciberpunk! —insiste Tim—. Estoy bromeando. Pero es que, vamos, ni siquiera escucho punk. No soy fan de la música hecha con guitarras. Crecí escuchando hip hop, house, techno, cosas capaces de subvertir la tecnología y la política: Juan Atkins, Robert Hood, Public Enemy, Underground Resistence, Surgeon, Regis... A los que tocan la guitarra, incluso los punks, siempre los he sentido alienados con el establishment, el enemigo contra el que hay rebelarse... Pero lo que sí aprendí del movimiento ciberpunk, es entender cómo funciona el poder —cualquiera que sea la forma que adopte—: el poder político, económico y corporativo. Comprendí cómo funciona y los intereses detrás del capitalismo y la democracia neoliberal, los medios de comunicación. Una vez que comencé a observar y comprender estos sistemas, me resultó más fácil ver cómo se puede desarrollar el futuro, cuáles son los finales y qué crisis se presentarán en el horizonte. Quizás es por eso que suene profético.

Tim Maughan.
Tim Maughan.Fuente: prbates.wordpress.com

LA VIDA TRAS LA MUERTE DEL CIBERPUNK

Lo más tangible que ha dejado la pandemia del nuevo coronavirus es la neurosis de saber que la distopía, esa posibilidad antagónica al paraíso social que define la utopía, empieza a preverse casi al alcance de la mano. Aunque Tim Maughan se apura a corregir mi desesperada fascinación por anticipar el desastre, señalando que lo distópico ya llegó a la vida de muchas personas. Dice que lo ha hecho durante años, si no es que siglos:

—El problema con el término distopía —afirma— es que se ha vuelto prácticamente inútil, creo. Sobre todo porque hay tanta desigualdad global que algo que nos parece una distopía de ciencia ficción ya puede ser una realidad dolorosa y opresiva para millones de personas. Nada de eso significa que no deberíamos luchar más contra su invasión, por supuesto.

Una de las reglas de la llamada nueva normalidad obligada por el Covid-19 consiste en acostumbrarse al hecho de que nada volverá a ser como antes. El mismo 2019 empieza a sentirse como una maraña, recuerdos confusos de un pasado bastante lejano, cuando la vida era opuesta a como transcurren los días actuales, ocultos bajo mascarillas y donde todos podemos ser sospechosos asintomáticos de dispersar el virus. El punto cero en la historia de la humanidad que estamos viviendo definirá nuestra vida, nuestras posturas ante ella; igual que las manifestaciones culturales que buscarán dilucidar el presente y dejar testimonios que den sentido al futuro que se nos viene encima; entre ellas, la literatura de ficción, la ciencia ficción y el ciberpunk:

—El ciberpunk ha tenido muchas ramificaciones desde los años ochenta —comenta Gerardo Sifuentes—. Así como la informática es parte del novum o tecnología que despierta el extrañamiento en las tramas de ese género, hay una vertiente en particular, el biopunk, donde el eje se encuentra en la ingeniería genética y la biotecnología. Los trabajos del pionero del ciberpunk Rudy Rucker, publicados en los años 2000, pueden ser referentes. Cuando apareció la pandemia de A (H1N1) en 2009, al mismo tiempo se publicaba la novela La chica mecánica, de Paolo Bacigalupi, que considero obligada para entender el mundo pandémico en el que vivimos.

Pero si los efectos sociales de la literatura ciberpunk se leen como si se tratara de profecías cumplidas, consecuencias desencadenadas por el reacomodo de la cotidianeidad y las medidas sanitarias para contener la pandemia, ¿tendrán que reformularse las investigaciones, los elementos que han dado forma a este subgénero de la ciencia ficción, uno de los más vitales de la ficción contemporánea?

Tim Maughan pronuncia el diagnóstico más contundente del ciberpunk en tiempos del Covid-19: si ha cumplido sus predicciones, entonces el ciberpunk ha muerto.

—Está terminado, se acabó, es una reliquia del pasado —concluye—. Fue un momento en el tiempo. Uno muy importante. Un movimiento cultural de los años ochenta y noventa que trató de mirar el mundo, de comprender las tendencias, la política y las tecnologías emergentes desde la perspectiva única de esa época. El ciberpunk fue de vital importancia, sumamente inspirador para mí en lo personal, como puedes verlo en mi trabajo, por supuesto. Pero por mucho que el presente pueda parecer una versión exagerada de aquellos años, en muchos sentidos no lo es. Tantas cosas son diferentes. Ya no son los ochenta o noventa, y en realidad tenemos que seguir adelante. Crear nuevas perspectivas.

Si los efectos sociales de la literatura ciberpunk se leen como si se tratara de profecías cumplidas, ¿tendrán que reformularse las investigaciones, los elementos que han dado forma a este subgénero de la ciencia ficción? 

LA DISTOPÍA DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Otra de las profecías que se perciben cumplidas con la llegada del Covid-19 es la temperatura de corrección política que parece permear la sensibilidad de los medios y las conversaciones en redes sociales. Después de partirnos un poco la madre, digitalmente hablando, por ver qué género musical es más subversivo —el punk, el hiphop o el Detroit Techno—, le pregunto a Tim Maughan sobre su percepción al respecto y responde:

—El pánico por la corrección política y la supuesta cancelación de la cultura es un mito. Una estúpida distracción interpretada por columnistas de periódicos seniles y celebridades aburridas que están molestos porque finalmente sus opiniones y privilegios, a menudo racistas, misóginos y transfóbicos, son sometidos a crítica. Para mí, es sólo que los viejos blancos se sienten ofendidos porque los jóvenes ya no toleran que se les menosprecie. Orwell acertó en muchas cosas sobre la vigilancia, pero está escrito en una época muy diferente al ciberpunk. Comparar la censura que describió con la corrección política es ridículo: nadie en Estados Unidos o Europa está siendo torturado sólo porque los usuarios de Twitter no están de acuerdo con la última estúpida columna escrita en un periódico. Orwell describió un mundo donde el único y poderoso Estado monolítico dicta una ideología opresiva. Lo que experimentamos ahora es muy distinto. Hoy tenemos una selección casi desconcertante de ideologías y plataformas en competencia y muy poco consenso político. Esta supuesta corrección política no se trata de dictar un punto de vista único sobre la gente, sino de luchar contra las estructuras de poder, anticuadas y en ruinas. Se trata de golpear hacia arriba, no hacia abajo.