Temblor y falsificación en Patricia Highsmith

Temblor y falsificación en Patricia Highsmith
Por:
  • ivan farias

Existe una famosa sesión de fotos, hecha a mediados de los años ochenta a Patricia Highsmith en su casa de Suiza, en la que se nota el cansancio, el aislamiento y la locura interna que la fueron consumiendo. Un gran cambio se operó en ella con el paso del tiempo. No sólo la vejez cobró factura, sino parece ser que en realidad ya no le importaba mostrarse tal cual era. Si la comparamos con la realizada por Rolf Tietgens, quien logró convencerla de desnudarse y mostrar la bella sonrisa que tenía a los 21 años, los estragos son evidentes.

En las fotos tomadas más de cuarenta años después, en 1988, en su enorme casa en Tegna, una construcción blanca, sin ventanas, con cercas enormes para evitar que los molestos perros de los vecinos se metieran a su propiedad, está sentada en una silla de madera, y va vestida con unos jeans Levis 501, una masculina camisa Oxford blanca, unos zapatos toscos, un suéter negro y una mascada alrededor del cuello. Tiene la piel arrugada, la cara cansada, la mirada fría y el cabello seco, se le ve adusta. Pese a todo, sobre su escritorio los papeles están en perfecto orden.

Le gustaba el orden. Esa fue la razón por la cual abandonó Estados Unidos, luego México, Inglaterra, Francia y decidió quedarse definitivamente a vivir sus últimos años en Suiza. Para ella el orden era lo más importante, lo cual era curioso ya que su vida sentimental era por completo caótica. Compaginar la enorme disciplina para escribir ocho hojas diarias, mandar cartas a amigos y editores, hacer llamadas para cobrar y al mismo tiempo beber enormes cantidades de whisky o vino era, en conjunto, lo que la había estado acabando los últimos años.

En un artículo aparecido años después en una revista española, su última ayudante, Elena Gosálvez, describía de este modo la obsesión de la escritora:

Durante las semanas siguientes pude leer toda su obra cronológicamente, cogiendo las primeras ediciones directamente de la ordenadísima estantería. En el salón estaban sus diarios, que escribió religiosamente desde los quince años hasta su muerte: [eran] más de cien cuadernos tamaño folio que en unos años se harán públicos.1

MUJER DE CUIDADO

Highsmith no era alguien con quien quisieras toparte en un bar y mucho menos ser su amigo. No era agradable ni considerada. Cuenta Otto Penzler, uno de sus editores en Estados Unidos, además de gran admirador de su obra, que la invitó a promocionar una reedición de cinco de sus libros de cuentos, los cuales estaban numerados y con pasta dura, creyendo que con eso Patricia se haría, por fin, popular en su país natal. Penzler quiso tratarla de lo mejor, así que la llevó a comer a su restaurante favorito de comida italiana, el mítico Giordano’s, en la calle 39 y la Novena Avenida; le presentó al maître y ella se convirtió en una pesadilla. Ya se veía que eso sucedería cuando, al llegar al sitio, la encargada de relaciones públicas, a manera de regalo, le dio una hermosa rosa. Pat despreciaba las flores, así que sin siquiera verla, la tiró al suelo y siguió su camino.

El resto de la noche se encargó de hacer sentir mal a todos. Le pidió al amable maître que la acompañara a la cocina para que ella misma escogiera la chuleta que le iban a cocinar. Cuando se la sirvieron dijo que era demasiado grande. Penzler, hombre amable, no sabía cómo solucionar todo. Lo mejor llegó al final de la visita: Highsmith decidió de último momento que no saliera un libro que Penzler ya tenía maquetado y listo para imprenta.

UNOS PIES MUY GRANDES

Creo que el gran problema con Highsmith se podía resumir en sus pies: los odiaba. Eran más grandes de lo normal en una mujer, así que vivió obsesionada con ellos hasta que con la vejez dejaron de importarle. Cuando era una jovencita en la Gran Manzana se calzaba botas de montar para disimularlos. Sus compañeras del Barnard College, la versión femenina de la Universidad de Columbia, decían que siempre se veía bien vestida con esas botas largas, color café.

Pese a su carácter duro, arisco, rural, era una mujer débil, que en su juventud sufrió los embates del resto de sus compañeros, neoyorquinos en su mayoría. Como sus pies, enmascaraba su personalidad. Odiaba su marcado acento del sur, su condición social y hasta su propia sexualidad. Su madre decidió que su hija tendría un estatus diferente al que a ella le había tocado, por lo que primero la sacó del sur profundo americano y la llevó a estudiar a la gran urbe de aquellos años: Manhattan. No sólo eso, sino también la hizo vivir en el Greenview Village, la zona más exclusiva de la ciudad.

Mi abuela murió hace varios años —cuenta en Suspense. Cómo se escribe una novela de misterio—. Yo la quería mucho y ella fue la principal encargada de mi educación hasta que cumplí seis años, ya que mi madre estaba atareada con su trabajo. Mi abuela y yo nos parecíamos poco o nada aunque, por supuesto, ella me dio parte de mis huesos y sangre y nuestras manos se parecían un poco. No hace mucho me fijé casualmente en un zapato mío que estaba casi desgastado y que había adquirido la forma de mi pie, y vi en él la forma o la expresión del pie de mi abuela, tal como la recordaba por las zapatillas que llevaba en casa y los zapatos negros de tacón bajo que se ponía para salir.2

Esta anécdota refleja perfectamente la dicotomía y el enfrentamiento que tenía con su madre, la neoyorquina y el acercamiento con su abuela, la texana. Su madre quería que fuera diferente a lo que en verdad era, mientras su abuela la aceptaba como tal, pero con el segundo matrimonio de su madre, la pequeña Patricia debió emigrar al norte.

Ahí aprendió a fingir una personalidad que le sirviera para sobrevivir en el asfixiante mundillo intelectual neoyorquino porque, pese a ser talentosa y haber salido con buenas notas del colegio, no encontró trabajo en las revistas y los periódicos de moda. Había una élite que ya había cooptado los mejores espacios.

"Pese a su carácter duro era una mujer débil, que en su juventud sufrió los embates del resto de sus compañeros".

UNA CHICA SOLA

El primer paso para crear su personaje de mujer dura fue eliminar el apellido de su padre biológico, Plangman, y utilizar el del segundo esposo de su madre, Highsmith. Luego siguió esconder en la medida de lo posible su homosexualidad; pese a que sus diarios están plagados de enamoramientos repentinos de muchas de sus compañeras, casi nunca revelaba a nadie sus deseos sexuales. Cuando coqueteaba, las chicas con las que lo hacía nunca se daban cuenta.

Ante la falta de trabajo en las revistas importantes, acabó escribiendo guiones para una pequeña editorial de comics de superhéroes llamada Cinema Comics, donde conocería al que sería su esposo.3 Personajes como Golden Arrow, Spy Smasher y Captain Midnight pagaban las cuentas y el alquiler. Para evitar el bochorno, ya que en aquel tiempo era muy mal visto trabajar en esa industria, firmaba con un seudónimo. Ironías de la vida, escribía historias para personajes que debían ocultar su verdadera personalidad bajo una máscara.

La mayoría de sus personajes sufren de ese mismo mal, el de aparentar ser alguien más, alguien que no son. En Crímenes imaginarios, por ejemplo, narra la historia del norteamericano Sidney Bartleby, un escritor de poca monta que espera triunfar con una novela seria en Estados Unidos, mientras vive al lado de su adinerada esposa en la campiña inglesa. Sin embargo, Bartleby fantasea con ser un asesino, por lo que aprovecha la ausencia de su mujer para jugar al criminal con la policía y su vecina. Al mismo tiempo escribe el proyecto de una serie policiaca para TV, llamada El látigo. Su juego perverso irá avanzando hasta acabar mimetizándose con el personaje, el villano llamado El látigo.

El planteamiento de ser alguien más es una de las constantes de la escritora. En El juego de Ripley su peculiar antihéroe, Tom Ripley, sostiene un lucrativo negocio de venta de pinturas de un pintor americano radicado en Europa llamado Philip Derwatt. El problema es que Derwatt se suicidó hace tiempo y la mayoría de las obras que circulan son falsas, realizadas por el socio de Tom y antiguo ayudante del pintor. Cuando a uno de los coleccionistas le surge la duda de la autenticidad de la pintura que acaba de comprar, Ripley debe hacerse pasar por el pintor, no tanto por necesidad sino por el deseo de ser alguien más.

La mayoría de los personajes de Highsmith deben esconder lo peor de ellos en lo más profundo de su ser. La mayoría son criminales, ya sea acosadores, falsificadores, asesinos o tipos con una moral un poco torcida. La mayoría son hombres incompletos, seres que sienten que les falta algo, que la vida no les es placentera y por tanto recurren al crimen.

“Yo creo que muchos escritores de novela negra [...] tienen que sentir alguna clase de simpatía o identificación con los criminales pues, de no sentirla, no se verían emocionalmente involucrados en los libros que escriben”, sentencia de nuevo en su famoso Suspense. Cómo se escribe una novela de misterio.

ESCRITORA MISÓGINA

Las mujeres apenas si aparecen como personajes de sus historias, más allá de intereses amorosos. Incluso escribió un libro de relatos llamado Pequeños cuentos misóginos, que causó gran revuelo. Sería un otro yo de Highsmith, una tal Claire Morgan, quien publicaría en 1952 la novela El precio de la sal, que narra el amor feliz de un par de mujeres, una empleada de centro comercial llamada Therese, y una elegante casada, llamada Carol.

Esa novela, escrita a los 27 años, poco antes de terminar su primer libro publicado, Extraños en un tren, le sería rechazada por no ser policiaca. La editorial le dijo a Patricia que tomaría el riesgo de publicarla con seudónimo, para no encasillarla como una autora lesbiana y cambiarle el nombre de Carol a El precio de la sal. Pese al éxito (vendió poco más de un millón de ejemplares), Highsmith se negó a reeditarla hasta tiempo después, cuando el éxito le permitió tener el control de las ediciones.

"Jugaba con editoriales y lectores estadunidenses el juego del gato y el ratón; era huidiza, mientras ellos deseaban meterla en una casilla específica".

EL GATO Y EL RATÓN

Es curioso que cuando Patricia decidía hablar desde el punto de vista de las mujeres, las editoriales de su madre patria, como ella decía con sorna, se ponían remilgosas. El diario de Edith fue otra novela que enfrentó el mismo problema. El respetado sello norteamericano Knopf la rechazó porque no la consideró una novela policiaca y no sabía qué hacer con ella. En ese libro, Edith vive una desoladora existencia en la que debe convivir con su perverso hijo Cliffie y cuidar del tío George, un tipo que apenas puede valerse por sí mismo. A manera de remedio mental, Edith escribe un diario en el que su vida es perfecta, hasta que, claro, no puede aguantar más.

Su relación con Estados Unidos fue siempre tirante, como la relación con su madre y su padre biológico. Mientras en Europa era considerada una autora a la altura de ganar un Nobel, cosa que se rumoró después de la publicación de Carol, en su propio país era considerada una escritora menor, digna únicamente de los libros de bolsillo. Mientras en Europa se adaptaban con mucho éxito sus obras al cine, en su tierra natal era menospreciada y sus finales, cambiados.

Patricia jugaba con las editoriales y los lectores estadunidenses el juego del gato y el ratón; ella era huidiza, mientras ellos deseaban meterla en una casilla específica. Por eso, cuando llegó el momento le dio los derechos completos de toda novela que escribiera a su editor en alemán, Daniel Keel. Highsmith estaba cansada. Estaba harta de fingir ser alguien que no era, como lo había tenido que hacer durante el tiempo que vivió en Estados Unidos. Para ella la liberación vendría con su primer viaje y estancia en México, donde se dio cuenta de que lo que le gustaba era vivir en el autoexilio.

Patricia Highsmith cumpliría 98 años el pasado 19 de enero, si no hubiera muerto el 4 de febrero de 1995 en Locarno, Suiza. En la última sesión de fotos que le tomaron, pese al evidente daño físico provocado por el alcohol, a que su cabello se veía dañado, se mostraba tal cual era, desafiante, solitaria, como una peleadora que había recibido con sonrisa los primeros embates de la vida, pero después los había devuelto con creces.

Cuenta Elena Gosálvez, su última asistente, que cuando tuvo la entrevista de trabajo con ella lo primero que Patricia le preguntó fue: ¿Te gusta Hemingway?, a lo que la chica temió responder. Después de pensarlo, le dijo la verdad: No, no me gusta. Highsmith se rió y dijo: ¡Lo odio!

No era para menos. Patricia representaba el reverso oscuro de esa literatura luminosa y en sus últimos años no tuvo ningún miedo de mostrarlo.

Notas

1 Elena Gosálvez, “Diez años sin Patricia Highsmith”, Libertad digital, 2 de octubre, 2005, consultado el 29 de enero, 2019 http://www.libertaddigital.com/opinion/libros/diez-anos-sin-patricia-highsmith-1276229620.html

2 Círculo de Tiza, Barcelona, España, 2015.

3 Intentó llevar una vida heterosexual con Marc Brandel, un mediocre escritor de ascendencia inglesa. Cuando Patricia decidió no casarse con él, Brandel tomó venganza escribiendo una novela satírica llamada The Choice, de una lesbiana que escribe sobre superhéroes.