Un horrible perfecto mundo

Un horrible perfecto mundo
Por:
  • alma murillo

El mundo deja de ser bueno cuando alguien (o algunos) quieren convertirlo en perfecto.

A lo largo de la historia hemos comprobado que la imposición de la moral de unos sobre otros resulta en catástrofe. Una y otra vez hemos visto cómo hermosas utopías nacidas de las más buenas y mejores intenciones, terminan fatal, convertidas en totalitarismo.

Hace rato que practicamos el deporte del linchamiento digital siempre bajo la bandera de la bondad, la conducta correcta o la protección de las víctimas (reales o imaginarias) y resulta escalofriante ver cómo nos vamos habituando a ello. Conformando una legión de jueces fanáticos hemos promovido incontables casos de castigo mediático, de humillación colectiva, de vergüenza pública como método de justicia.

Desde la desafortunada #LadyReportera, cuyo nombre es Lydia Cumming, que perdió su empleo por permitir que dos personas la cargaran sobre la inundación para transmitir su nota televisiva sin mojarse, pasando por Nicolás Alvarado y su declaración de disgusto por Juan Gabriel o Marcelino Perelló y su dicho escandaloso sobre la violación, hasta los recientes Ximena García bautizada como #LadyInterjet y el historiador y funcionario público Pedro Salmerón.

Tomando ese universo como muestra es demoledor darnos cuenta de que no perseguimos el bien ni acabar con el discurso de la violencia, todo lo contrario: esto que hacemos en línea equivale a esos eventos de bullying escolar cuando un grupo golpea a un niño o niña y todos los demás asisten al espectáculo y lo nutren asumiendo el papel de público enfebrecido.

Alejados de toda empatía y compasión, bajo el pretexto de que el espectáculo ocurre en la nebulosa de lo digital, vamos directo y sin la menor resistencia a la deshumanización porque Ximena García, Pedro Salmerón, Nicolás Alvarado, Lydia Cumming y Marcelino Perelló son seres humanos. Quizá desagradables desde el juicio de cada cual, imprudentes o violentos en sus declaraciones, pero son seres humanos a los que queremos enseñar bondad y corrección a punta de agresiones y linchamientos digitales. Como que la serpiente se mordió la cola. Somos un extraño Uroboros posmoderno.

Es insostenible condenar el discurso de odio respondiendo con una cámara de eco que multiplica por miles de voces el discurso de odio. Las respuestas para la piloto de Interjet y para Pedro Salmerón son infinitamente más agresivas que lo que ellos dijeron. Argumentarán que ella ejerce una profesión que la obliga a no cometer agresiones y que Salmerón es (era) un funcionario público. De acuerdo. Pero no deja de ser una contradicción rampante recurrir a la violencia digital para castigarlos por su violencia verbal y derivar en el hecho de que, al menos temporalmente, una y otro perdieran sus empleos.

¿La consecuencia de sus dichos debe recaer en el designio de la masa digital? Porque de ser así, la masa digital los habría asesinado y exhibido sus cabezas en una lanza en la plancha del Zócalo. (No exagero, echen un ojo a los comentarios que recibieron en redes sociales).

"Nos hemos convertido en una red de policías sin rostro pero con un  celular que blandiremos contra toda causa que permita desahogar nuestra pulsión violenta”.

Es descorazonador lo que hemos mostrado ahora que podemos actuar en manada, bajo el anonimato digital y desde la comodidad del ámbito privado. Y no es culpa de López Obrador ni de tal o cual funcionario, tenemos que admitirlo: somos todos y cada uno cuando elegimos subirnos a la ola del linchamiento.

Nos hemos convertido en una red de policías sin rostro y sin criterios diferenciados pero con un teléfono celular que blandiremos contra toda causa que permita desahogar nuestra pulsión violenta. No es nuevo, ya conocemos el circo romano, lo que ocurre ahora es que tenemos una audiencia de millones en internet y ahí es donde todo comienza.

Jennifer Jacquet escribió Is Shame Necessary? New Uses for an Old Tool (Penguin Random House, 2016) que podríamos traducir como ¿Es necesaria la vergüenza? Nuevos usos para una antigua herramienta. Jacquet parte de una premisa basal: “Una audiencia es prerrequisito para la vergüenza, incluso si esa audiencia es imaginaria o virtual”. En ese libro se desmonta el mecanismo de castigo público donde lo más irrelevante es la falta que el sentenciado cometió, porque da igual si dijo que no le gustaba un cantante o se robó la nómina de un banco: lo que la audiencia quiere es ver sangre.

Otro libro que vale la pena revisar es So You’ve Been  Publicly Shamed de Jon Ronson (Humillación en las redes, Ediciones B). Repasa el caso de Justine Sacco, quien tuiteó una mala broma sobre su visita a África para burlarse de la supremacía blanca y fue interpretada exactamente al revés. Justine lleva seis años padeciendo las consecuencias de un tuit: perdió el empleo, la casa, incontables relaciones y el derecho a una vida tranquila.

Volviendo a la deshumanización, recuerdo una de las primeras páginas de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury cuando Clarisse le pregunta a Montag: “¿Alguna vez lees los libros que quemas?”. Quizá nosotros deberíamos preguntarnos si alguna vez miramos al ser humano que estamos linchando.

Cada vez que alguien tiene la desgracia de que su desliz se vuelva viral, la reacción de miles que actúan como militantes de la censura bajo el argumento de no tolerar discursos de odio, está llena de odio. Así que lo sostengo: en los linchamientos digitales no hay moral superior, sólo una compulsión por tener razón, de eso se trata la posmodernidad. El síntoma de la intolerancia somos todos.

Y aunque existiera la buena intención de lavar los dientes con jabón a todo aquel que diga algo incorrecto, sería un despropósito. Toda utopía se convierte en distopía porque no podemos mutilar la naturaleza a nuestro antojo y designio; lo verdaderamente humano y evolucionado sería tratar de entendernos con ella.

Sugiero dos lecturas más antes de terminar: 1984 de George Orwell, que describe con una vigencia escalofriante el disfrute colectivo de castigar al malportado, y Rendición de Ray Loriga, donde la ciudad de cristal procura humanos perfectos, que no huelen a nada. El horror.

El mundo deja de ser bueno cuando queremos convertirlo en perfecto.