El utopista contradictorio

El corrido del eterno retorno

El utopista contradictorio
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Siempre que se habla de pioneros que promovieron el consumo de sustancias (en particular las psicoactivas) los primeros nombres que salen a relucir son los de Timothy Leary y Ken Kesey. Debemos situar junto a estos dos personajes la figura de Antonio Escohotado, ya que su labor como concientizador respecto al uso de las drogas fue (es) igual de importante y significativa.

Ante la visión de Leary, que incentivaba la administración de LSD en espacios controlados, Hunter S. Thompson opuso una visión personal que promovía el viaje lisérgico en cualquier circunstancia. Las drogas en donde sea y a la hora que sea y con quien sea. Escohotado ofreció una alternativa distinta, la de meterte lo que sea pero amparado en la información. Para desvenar todo alrededor de las distintas sustancias escribió una obra monumental: Historia general de las drogas (1989). Un trabajo exhaustivo que daba cuenta de cómo, desde el principio de los tiempos, la humanidad ha conocido los estados alterados. Que no se trataba simplemente de una moda hippie, aunque alcanzara su cumbre de florecimiento con el Flower Power.

Este libro definitivo del pensamiento occidental llegó a nuestro país en una edición de tres tomos de Alianza Editorial. La investigación tan exhaustiva de la que hace acopio demuestra dos cosas, la primera es que Escohotado tuvo que probar para obtener conocimiento de primera mano una gran variedad de sustancias, y la segunda es que sí, se drogó como un campeón pero el verdadero rush, el viaje primordial fue ese gran salto que se aventó en la historia para documentar de manera responsable las aplicaciones, las consecuencias y los placeres que emanan de casi cualquier sustancia, y no sólo las consideradas como ilegales, sino toda aquella que ejerce una alteración en el organismo: como el mate, por ejemplo.

Escohotado llegó a esta historia con el empuje de un pensamiento acucioso. Pero sobre todo por un anhelo de libertad, la que provee la expansión de la mente, la que busca romper las ataduras del prejuicio y nada siempre contra la corriente de la prohibición. Es decir: la posibilidad de tener control de lo que cada uno se mete sobre el cuerpo sin involucrar los márgenes de la ley en este proceso. Sin embargo, el investigador tuvo que pagar el precio por difundir este anhelo de libertad y pisó la cárcel, acusado de difundir una apología de las drogas.

Se fue el agitador, el provocador que desafió la política antidroga del Estado. Fue todo eso. Y más 

En 1967 Escohotado tenía 26 años y formaba parte de una generación que descubría en las drogas un camino hacia el autoconocimiento. Era natural que calara hondo en la contracultura. Y arribó a sus convicciones a través del rock. Como fan y como miembro de una banda. Pero su camino no era la música, sino esta labor educativa que sí, apuntaba a ilustrar al público sobre lo que se quisiera meter, pero sobre todo a los gobiernos que se tardaron décadas en comenzar a aceptar que las políticas prohibicionistas son el peor de los negocios.

En Europa se presentó un gran avance a principios de este milenio, al conceder las licencias de los clubes de mota en Barcelona. La venta libre de marihuana era algo que sólo se había tolerado en Holanda, pero el paso significativo de Cataluña fue indispensable para que en Estados Unidos la legalización de la mota que vivimos en el presente fuera posible.

Además de Historia general de las drogas, es autor de varias obras trascendentales. Destaca en particular Sesenta semanas en el trópico, una obra donde hace a un lado su papel de filósofo y se mete en la piel del cronista para residir doce meses en Tailandia y realizar excursiones a Vietnam, Birmania y Singapur. El libro arranca con un Escohotado bajándose del avión con el corazón roto, acaba de pasar por un doloroso divorcio y escapa a la selva para darle la espalda a su separación.

Hace unos días, Antonio Escohotado murió a los ochenta años. Se fue el agitador, el provocador, el escritor que desafió la política antidroga del Estado. Fue todo eso. Y más. Pero centralmente fue un utopista. Un convencido de que desear lo imposible es la mejor manera de estar en el mundo. Vivió lo suficiente para ver con sus propios ojos que muchas de las cosas por las que peleó se hicieron realidad. “La utopía sirve para caminar”, dijo. Aunque después renegó de esto y dijo que era “una memez y una inmoralidad”.