La vida oculta de la memoria

Redes neurales

La vida oculta de la memoria
La vida oculta de la memoriaFuente: binghamton.edu
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Ya somos el olvido que seremos, escribió Borges al final de sus días, según la historia que nos ha contado Héctor Abad Faciolince. A juzgar por ese poema tardío y por el relato de “Funes, el me-morioso”, pienso que el escritor argentino dedicó muchas horas a meditar sobre la memoria y su pérdida. Los médicos también debemos hacerlo, porque la práctica nos lleva por el camino de los problemas psicológicos y, entre ellos, la amnesia ocupa un lugar central. Esto se debe a que la amnesia se considera un problema cognitivo, pero con frecuencia indica la existencia de una enfermedad cerebral. Se trata de un puente que comunica la neurociencia con la psicología.

Hace algunos años, un joven de veinte años (le llamo Mario) fue llevado al hospital porque sufrió un cambio abrupto en su manera de comportarse. Perdió el sueño y el apetito, comenzó a hablar solo y a decir que escuchaba voces de personas que habían fallecido tiempo atrás. Sin aclarar los motivos, agredió físicamente a personas desconocidas en la calle. Algunos miembros de la comunidad plantearon que quizá había sido embrujado.

Mientras un curandero realizaba un tratamiento para limpiar su alma mediante un ritual, Mario perdió el conocimiento, cayó al suelo y tuvo movimientos bruscos de brazos y piernas. Su madre pensó que era una crisis epiléptica y fue traído al hospital. Llegó al Instituto Nacional de Neurología somnoliento y desorientado, y evolucionó hacia un estado de coma. Se trataba de una encefalitis viral: un estado de inflamación provocado por el virus herpes simple tipo 1. Es una enfermedad con una alta mortalidad, pero recibió desde el primer momento un fármaco anti-viral por vía intravenosa. Sobrevivió tras una estancia en terapia intensiva.

AL SALIR DEL HOSPITAL, Mario se encontró con una gran limitación para realizar cualquier labor cotidiana. Recuperó sus capacidades de manera gradual y se reintegró a las actividades del hogar, aunque no pudo retomar los estudios. No recordaba los eventos previos: la limpia, la conducta agresiva, la experiencia de “comunicarse con los muertos”, la hospitalización. A lo largo de los años, recuperó sus habilidades intelectuales y su capacidad para solucionar problemas cotidianos, pero nunca pudo reincorporarse a la actividad laboral, a pesar de sus mejores esfuerzos.

La razón era un problema de la memoria. Se perdió un par de veces en el camino del trabajo a su casa: los entornos nuevos le resultaban desconcertantes y no lograba utilizar esas pequeñas claves visuales que nos sirven para orientarnos en el espacio; sin tales pistas, los ambientes desconocidos eran auténticos laberintos. Le resultaba muy difícil recordar información verbal de manera consciente y deliberada, como sucede cuando alguien nos pide un encargo y debemos mantener en silencio una instrucción hasta alcanzar la meta.

Por ejemplo, hoy pedí a mi hijo menor que bajara a la tienda y trajera azúcar, pan, leche y filtros para café, mientras yo lo esperaba en el auto. No fue necesario que él lo pusiera por escrito: mantuvo la información disponible durante los minutos que duró la misión. En circunstancias semejantes, lo más común es que uno repita la instrucción algunas veces (silenciosamente, o en voz alta); pero en algún punto dejamos de pensar de manera consciente en la instrucción porque nos distraemos con otros estímulos, otras actividades o recuerdos. Cuando necesitamos recordar la información, ésta reaparece en nuestra conciencia, y logramos completar la tarea. Cuando la información no reaparece, buscamos alguna clave que nos ayude a encontrarla, y si esto falla, le llamamos olvido.

Al salir del hospital, Mario Recuperó sus capacidades de manera gradual, aunque no pudo retomar los estudios

Acudo a las cursivas porque uso algunas palabras como metáforas; no pretenden tener un sentido literal. En todo caso, el proceso que ilustro es el de la memoria reciente, que depende del trabajo neuronal de una estructura conocida como hipocampo. Cuando la persona se distrae pensando en otra cosa, el hipocampo mantiene la información disponible bajo el umbral de la conciencia.

Brenda Milner, madre de la neuropsicología, mostró a mediados del siglo pasado que las lesiones del hipocampo provocan graves problemas de amnesia anterógrada: la persona puede evocar la mayor parte de los eventos anteriores a la lesión, pero los nuevos recuerdos se forman con dificultad (o no se forman). En el caso de Mario, un estudio de imagenología por resonancia magnética mostró que la infección por herpes había provocado una extensa lesión en los dos hemisferios cerebrales, y de manera específica, en la estructura del hipocampo. A pesar de esto, el paciente había sido capaz de recuperar muchas de sus capacidades cognitivas, y al interactuar con él siempre me quedó la impresión de un hombre inteligente, con sentido del humor. Pero una lesión así suele provocar efectos reales, y esta historia no es la excepción a esa regla.

PARA MARIO, las tareas sencillas que dependen de la memoria reciente resultaban imposibles sin la ayuda de notas en un cuaderno y en el celular. En el trabajo, la velocidad de las operaciones sociales era superior a sus capacidades para ponerlo todo por escrito y —por desgracia— los entornos laborales no suelen ser comprensivos con quienes padecen problemas neurológicos o psiquiátricos. El dictamen siempre era el mismo: luego de un tiempo lo despedían porque “no ponía atención”.

A decir verdad, Mario no tenía problemas de atención. Ocho años después de la encefalitis, el Departamento de Neuropsicología de mi hospital —dirigido por la maestra Ana Ruth Díaz, líder de la neuropsicología en México— hizo una evaluación extensa. El estudio mostró que Mario realizaba sin problemas operaciones complejas que requieren de la atención, el lenguaje, el cálculo y el razonamiento verbal. Pero fallaba en tareas que requieren memoria visual y verbal. Podía copiar dibujos, pero más tarde no recordaba cómo reproducirlos. Lo mismo sucedía con los textos narrativos: los leía y extraía correctamente su significado, pero si se le distraía unos minutos, ya no era capaz de evocar los hechos esenciales de la narración. Lamentablemente, esto tenía múltiples consecuencias: sus interacciones sociales se veían afectadas y con frecuencia tenía problemas con su familia porque “había olvidado los encargos”, “había olvidado asuntos importantes que se le confiaron”. Se encontraba siempre desorientado con respecto a la hora, el día de la semana, la fecha.

Nuestro sentido del tiempo —y la capacidad para orientarnos en la dimensión temporal— mantiene una relación estrecha con un tipo de memoria que se conoce como memoria episódica. Así lo sugieren los experimentos de Brenda Milner, quien demostró que los pacientes amnésicos tenían grandes dificultades para estimar intervalos de tiempo; a veces creían que ya había pasado una hora en tan sólo unos segundos.

Esto nos conduce hacia uno de los hechos fundacionales de la mitología occidental. En los mitos griegos, la diosa Mnemosine es hermana de Cronos: con un poco de licencia poética se puede decir que la memoria es la hermana del tiempo. Y sólo el tiempo nos dirá los límites en la recuperación de Mario. Aunque sus lesiones son de gran magnitud, veo su esfuerzo diario y su progreso clínico y me pregunto hasta qué punto la plasticidad cerebral le ayudará a recuperar el poder cotidiano de la memoria.