Un viejo patriarca en su laberinto

A manera de invitación, presentamos aquí los párrafos iniciales de la novela Mi novia preferida fue un bulldog francés.

Mi novia preferida fue un bulldog francés
Mi novia preferida fue un bulldog francés
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Morí seis meses después de haber cumplido noventa años. De meningoencefalitis. En un Hospital Militar situado muy cerca del Casco Histórico, a un kilómetro del Zoológico y del Casino Campestre. Dejé una esposa, tres hijos, cinco nietos y dos bisnietos. Luego nacerán otros bisnietos, morirá mi esposa, envejecerán mis hijos. Todo a su paso. En orden natural y cronológico.

Todos creen que es un catarro, con sus fiebres y escalofríos, pero es la meningo. Me ven temblequear y se asustan pero los catarros son siempre así. El cuerpo se corta, la cabeza duele, la temperatura sube, mandíbula y manos empiezan a temblar.

Como estoy muerto no siento nada, libre de sentimientos, disfruto el espectáculo. Mi esposa, una anciana de un metro cincuenta, está sentada a la mesa cuando llega mi hija a darle la noticia de que fallecí. Mis nietas preferidas, las que criamos mi esposa y yo, se ríen en el cuarto de desahogo. Es una risa nerviosa. Una risa que significa no puedo creerlo. Los perros saben que estoy aquí, sentado en el mismo lugar de siempre.

Al morir me tapan con una sábana. Me llevan a la morgue. Me abren en dos. Me serruchan la cabeza. Me cierran por el mismo lugar donde me abrieron. Me sacuden. Llega mi hija a arreglarme. Llora mientras me viste. Me peina como a un niño. Abotona la camisa. Cierra el zíper del pantalón. Ajusta el cinto. Se recuesta en mi pecho. Soy su padre.

Mi hija se da cuenta de que dejaron el marcapasos adentro. Quiere llamarlos, pero es por gusto, ninguno de ellos volverá a abrirme para sacar el pequeño objeto metálico. El marcapasos continuará funcionando hasta que se oxide bajo la tierra. Los otros muertos, a mi alrededor, no podrán dormir en paz. Yo tampoco podré dormir. No tengo sueño. Ni miedo.

Los otros muertos, en comparación conmigo, no merecen tanto la pena, ni el velorio, eso piensan mis familiares y amigos cuando llegan al lugar y husmean por el resto de la funeraria, se asoman y se exhiben, qué porquería.

Dentro de dos años, cuando los encargados del cementerio, junto a los familiares, que será sólo mi hija, como siempre, saquen los restos para poner las cenizas en una caja pequeña y rendirle homenaje cada vez que visiten el cementerio, el marcapasos estará intacto, incluso brillante, como un pensamiento, claro y lúcido.

Mi hija llega a la casa con la boca contraída. Los ojos rojos y aguados. Todos se dan cuenta de que he muerto. Menos mi esposa, mujer ingenua, desde hace un tiempo hay que explicarle todo con lujo de detalles. Entonces se lo explican, que soy un hombre muy fuerte pero que la meningoencefalitis es más fuerte que yo. Ella entiende. Promete no exaltarse. No llorar. Se acuerda de mí, su esposo. Su compañero durante más de sesenta años.  

Fuente: Legna Rodríguez Iglesias, Mi novia preferida fue un bulldog francés, Alfaguara, 2017.