El zapatero que inventó las librerías

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Aleyna Rents, Sin título (Montmartre, París).
Aleyna Rents, Sin título (Montmartre, París).Fuente: unsplash.com
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Con un puñado de libros religiosos y algunos pedazos de piel se inauguró en la ciudad de Londres de 1774 una tienda que sería la precursora de las librerías modernas. Era el sueño hecho realidad de un lector autodidacta que, cuando menos desde una década atrás, había dedicado su precario ingreso como obrero a comprar los libros que le ayudarían a enseñarse a leer y escribir. Su nombre era James Lackington y muy pronto se convertiría en el mayor comercializador de libros de Inglaterra.

ESTA SEMANA, el lunes 21 de septiembre, se celebró el Día de las Librerías Independientes, una iniciativa de la Red de Librerías Independientes para fortalecer el vínculo con su comunidad de lectores y fomentar la reflexión en torno a la industria editorial. Sumidas en una profunda crisis a raíz de la pandemia, esta segunda edición del evento subraya lo que meses atrás las editoriales Almadía, Sexto Piso y Era nos recordaron: dependen de nosotros, los lectores. Con esta conmemoración y ante el panorama tan adverso al que se enfrentan las librerías, me ha venido a la mente ese excéntrico personaje al que debemos la configuración de lo que hoy son esos espacios y nuestras expectativas sobre ellos —para bien y para mal.

ESE 21 DE JUNIO, Lackington no hubiera podido adivinar que lo que empezaba como un pequeño negocio sería el inicio de la librería más grande de Londres y con el tiempo revolucionaría la venta de libros hasta nuestros días. En ese momento él seguía trabajando como zapatero, oficio al que había llegado a los quince años y con el cual empezó su pasión por las letras. Su interés por los libros fue al principio una cuestión práctica: eran un medio para aprender a leer con la esposa de su maestro en el taller donde había logrado una posición de aprendiz. Pero, como la mayoría de los lectores, al ver el mundo que se abría ante sus ojos a través de esas páginas, quedó prendado. A partir de entonces se dedicó a hacerse de una biblioteca. Con esa pequeña colección abrió un local en la calle de Featherstone, donde podía emprender su sueño de vender libros, pero donde todavía confeccionaba zapatos a la medida —combinación que aún hoy se antoja mucho.

Lackington comenzó a introducir cambios que al inicio generaron reacciones adversas, pero le permitieron arrancar un emporio librero. Algunos de ellos siguen vigentes hoy en día y continúan siendo tema de debate. Su primera decisión radical fue dejar de dar crédito a los clientes y aceptar sólo efectivo, situación que ofendió a la élite londinense, aunque le permitió aumentar rápidamente su catálogo. Poco después compró saldos a las editoriales, mismos que revendía con descuentos. La rápida capitalización que logró con estas estrategias le permitió crear la primera librería moderna del mundo.

De orígenes humildes, Lackington sabía lo intimidante del mundo de los libroS para quienes comenzaban a adentrarse en él

EN 1794, El Templo de las Musas abrió sus puertas en Finsbury Square. De dimensiones monumentales, no sólo era la librería más grande de la capital inglesa, sino que muy pronto se convirtió en una parada obligada para los paseantes londinenses, por las innovaciones que Lackington continuó incorporando. Haciendo honor a su dueño —que para entonces había ganado fama por su controvertido comportamiento—, la librería incluía varias excentricidades, entre las que destacaba un claro al centro del edificio con una escalinata y coronado por un domo, por el cual los clientes podían recorrer los cuatro pisos del edificio en busca de libros. A diferencia de otras librerías, El Templo de las Musas permitía a los lectores rumiar libremente entre los volúmenes e incluso leerlos sin pagar en las zonas lounge. De orígenes humildes y sin ninguna formación académica, Lackington sabía lo intimidante que podía ser el mundo de los libros para quienes apenas comenzaban a adentrarse en él, por lo que impulsó un acercamiento más libre que, seguramente, terminó por fomentar la lectura entre los londinenses. Además colocó un letrero a la entrada: “La librería más barata del mundo”. Esa declaración de principios lo convirtió en un hazmerreír entre sus competidores, todavía instalados en el esnobismo literario, pero funcionó.

A partir de ese momento, la librería se volvió un espacio social. Por un lado, comenzaba ya a tener un poco del glamur que poco tiempo después sería el sello de las tiendas departamentales —y del que aún queda huella en cadenas monstruosas como Barnes and Noble; por el otro, se perfilaba como un entorno para el disfrute de la lectura y el debate literario. En este sentido, la idea de crear espacios de lectura dentro de la librería fue realmente revolucionaria, pues invitaba a los clientes a pasar su día en El Templo de las Musas entablando conversaciones con los empleados y otros lectores, creando así  una comunidad en torno a los libros.

Uno de los lectores que pudo conocer los clásicos gracias a los sillones de esta librería fue John Keats, quien la frecuentaba en su juventud. Fue ahí también donde el poeta romántico conoció a dos empleados de la librería que se convertirían en sus primeros editores, John Taylor y James Hessy. Keats no es la única pluma que debemos a Lackington; como muchos libreros de su época, una vez que había amasado una notable fortuna, decidió emprender también algunas proezas editoriales, entre ellas la firma Lackington, Hughes, Harding, Mavor and Jones, que sería la primera en publicar Frankenstein, de Mary Shelley.

A MÁS DE 200 AÑOS de la fundación del Templo de las Musas, algunos comparan la empresa de Lackington con Amazon, por la forma en que terminó dominando el mercado. Otros aseguran que el inglés creó el modelo que hoy ha hecho tanto daño a las pequeñas librerías. Existe algo de cierto en estas críticas, pero es innegable que el espíritu de ese zapatero iletrado convertido en magnate librero ha impregnado el mundo de las letras por más de dos siglos. Ahora que celebramos a las librerías independientes, su historia resuena con gran fuerza, recordándonos que son más que lugares donde comprar libros; Lackington entendió que se trata de espacios donde uno va a maravillarse y a hacer comunidad. Por eso, hoy más que nunca es importante evocar su memoria.