Es muy disfrutable el desenfado con que, basándose en libro escrito en 2022 por Edward Ashton, el director coreano Bong Joon-ho —Okja (2017)— mezcla géneros para lograr una aguda sátira social y política, aderezada con cierto patetismo, además de darle al inicio algunos toques del romanticismo de los clásicos franceses, y mantener el profundo espíritu humanista que le caracteriza, incluyendo su obligado recorrido por los niveles de dignidad, el cual en este caso le vuelve a alinear con la ciencia ficción tradicional, esa que siempre va acompañada de un discurso crítico y filosófico, incluyendo de paso claros apuntes sobre la exploración de la convivencia y la orfandad, valiéndose para ello del concepto de las naves generacionales, es decir aquellas que surcan el espacio mientras en su interior un puñado de personas intentan seguir con su vida a la espera de alcanzar nuevos territorios.
Y es que a pesar de que el también responsable de Parásitos (2019), con esta adaptación de la historia sobre un colono de un lejano planeta helado, cuyo trabajo consiste en hacer las tareas más sufridas muriendo constantemente, solo para que luego su cuerpo sea replicado y le transfieran el último registro de su memoria y conciencia; se queda corto a la hora de discernir sobre las implicaciones de eternizar la permanencia de la misma, por otro lado hilvana con soltura situaciones que arrojan diversas preguntas respecto a la indolencia, mientras da rienda suelta a la sorna sobre el populismo mal interpretado que comulga con la usual manipulación religiosa manufacturada como mero producto de consumo, y por las que deambulan personajes que rayan en el esperpento hasta parecernos muy muy familiares, dígase el líder ideológico megalomaniaco por ejemplo.
La precisión del delineado general que consigue renunciado a la mera pretensión de provocar la carcajada incómoda de la tragicomedia, es lo que le permite ofrecer sugestivas e irónicas disecciones de la individualidad y lo prescindible, valiéndose de un protagonista encarnado por el eficaz y minucioso Robert Pattinson —Batman (2022)— de quien literalmente se enfrentan dos versiones de sí mismo, y temas como el clasismo, la tendencia del ser humano a la cosificación sin importar el género, y su recalcitrante antropocentrismo.

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Es raro que hacia la parte final, dada la experiencia del director, la ejecución de las secuencias más intensas y multitudinarias adolezcan de algunas incongruencias de tiempos en los traslados, sin embargo Mickey 17 es un sólido y muy inteligente vehículo de entretenimiento, que además explora con certeza las posibilidades de ese nuevo enfoque que la obra original ofrece a cerca de aquel concepto de la clonación entregando a finales del siglo pasado por novelas como Clones de Michel Marshall Smith.
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