Desde que Disney decidió sacar provecho de sus clásicos animados llevándolos al campo de live action o algo parecido -recordemos El Rey León del 2019 que sólo simulaba realidad con el CGI-, pocas de ese tipo de producciones han logrado justificar su existencia más allá de las ganancias en la taquilla, y algunas ni eso, como en el caso del reciente fracaso de Blanca Nieves.
Claro que siempre existe la excepción que rompe la regla, solo que ahora ya son dos. A aquella afortunada versión de El Libro de la Selva (2016) que logró ofrecer algunos nuevos y muy disfrutables momentos de comedia y dramatismo, este 2025 se une la adaptación de Lilo y Stitch.
Con la gran diferencia de que en este caso la película dirigida por Dean Fleischer-Camp -Marcel, el caracol con zapatos (2021)- no sólo la supera en muchos sentidos, sino que a pesar de realizarse casi una década después, apenas y rebasa la mitad de los 175 millones de dólares que tuvo de presupuesto aquella aventura de Moegli y Baloo perpetrada por John Favreu -Iron man (2008)- dejando en claro que al realizar estas puestas al día, es mucho más importante el cariño y el entendimiento de la obra original, que el mero efectismo de las técnicas digitales.

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Porque aquí dicho recurso se subyuga ante la encantadora sencillez de la historia sobre una pequeña niña hawaiana y su hermana mayor que buscan mantenerse juntas pese a que las circunstancias todo el tiempo parecen indicarles lo contrario, hasta que la irrupción de un peligroso extraterrestre fugitivo les lleva a abrazar aquello que les hace diferentes a ojos de los demás, y revalorar así el significado de familia y empujar al espectador a reflexionar sobre ellos más allá de los modelos predeterminados.
Como era de esperarse, el diseño de la irascible pero entrañable criatura espacial es sumamente llamativo, hay mucho detalle en las tonalidades, el movimiento del pelaje y la expresividad, pero además su interacción con el entorno real tiene muy pocos titubeos que puedan dejar entrever el artificio, lo cual se refuerza con una manufactura un tanto más artesanal en el resto de propuesta.
Sin embargo, es la elección de las dos protagonistas, Maia Keaaloha y Sydney Agudong -At Her Feet (2024)-, quienes desde un principio lucen una química conmovedora y se mantienen alejadas de los estereotipos; lo que se convierte en el mayor acierto. Sobre todo, en lo que se refiere a la pequeña, cuya simpática apariencia desaliñada va en favor del natural desparpajo en su carismática personalidad y lo genuino de su manejo emocional.
Hay algunos cambios que apuntan a los convencionalismos, como el de los dos agentes aliens que tratando de pasar desapercibidos en nuestro planeta, esta vez no recurren a los disfraces sino a un artefacto que los hace parecer terrícolas, pero se agradece que al menos los actores elegidos para interpretarles, Zach Galifianakis -La delatora (2024)- y Billy Magnussen -El duro (2024)-, apuesten por una gestual que evita los excesos a la hora de reflejar la comicidad caricaturesca que definía a los personajes, amén de que eventualmente regresan a su apariencia original.
En el armado general de pronto las transiciones entre las secuencias son algo abruptas, y hay un poco menos de las rolas de Elvis Presley, pero su espíritu musical de irreverencia festiva se mantiene, aunque matizado para priorizar el drama de fondo con un entrañable mensaje sobre el sentimiento de otredad, y como este se diluye bajo el cobijo de quienes, sin tener lazos de sangre, terminan por integrar una familia elegida.
Así pues, sin alardes espectaculares Lilo y Stitch se convierte en una de las mejores adaptaciones de clásicos animados a live action estrenados hasta ahora, y con más corazón y espíritu que de costumbre.