Entre todas las expresiones culturales mexicanas, el Día de Muertos destaca como la que ha trascendido fronteras con mayor fuerza, dejando una profunda huella no sólo en el arte y la literatura, sino también en la cinematografía desde hace décadas.
Este recorrido fílmico incluye obras como El ahijado de la muerte (1946) de Norman Foster, basada en un cuento de los hermanos Grimm, pero adaptada al contexto mexicano de la Revolución y Día de Muertos, con Jorge Negrete. También tenemos la comedia romántica La dulce enemiga (1954) de Tito Davison, protagonizada por una espectacular Silvia Pinal. Asimismo, está la aguda denuncia social que se mezcla con el humor desmadroso mexicano y la solemnidad en Día de difuntos (1988) de Luis Alcoriza. Y, por supuesto, no puede faltar la animación mexicana La leyenda de la Nahuala (2007) de Ricardo Arnaiz, que rescata la tradición de las festividades en la Puebla del siglo XIX al mostrar con detalle los preparativos y costumbres de esta celebración en el México previo a la Independencia.
- El Dato: La película será proyectada hoy en Cineteca de Durango y tendrá una función de radioteatro en SICOM Radio Puebla.
Sin embargo, existe una película que llegó a las pantallas de los cines nacionales en 1960 y que se ha consolidado, por mérito propio, como la más grandiosa representación del Día de Muertos en México, además de ser considerada hasta nuestros días como una de las cien mejores películas mexicanas de todos los tiempos.
Me refiero a Macario (1960), dirigida por Roberto Gavaldón.
¿ME DA MI CALAVERA? Macario es una adaptación del cuento de B. Traven, que a su vez se inspiró en un cuento de los hermanos Grimm, quienes a su vez reinterpretaron la leyenda española de El ahijado de la muerte. El enigmático B. Traven publicó por primera vez Macario en el número de junio de 1946 de la revista América, para después incluirlo en el libro Canasta de cuentos mexicanos en la edición de 1950.
El cuento fascinó desde el primer día al director Roberto Gavaldón, quien se dio a la tarea de adaptar la historia de aquel “leñador en un pueblecito” cuya única ilusión en la vida era comerse un guajolote asado sin compartirlo con nadie. Con la ayuda de Emilio Carballido, escribieron el guion para la pantalla, otorgando un especial significado a la tradición del Día de Muertos.
Esto se debió a que en el cuento original sólo se hace una escueta referencia a la celebración en las primeras páginas, sin ubicar la historia específicamente en esas fechas. De hecho, el relato es extremadamente breve —apenas 80 páginas en la más reciente edición de Selector—, lo cual permitió incluir en el guion escenas que sumergen al espectador en la tradición mexicana del Día de Muertos, los horrores de la Inquisición del Virreinato durante el juicio de Macario, y la hermosa secuencia de la cueva iluminada con miles de velas en el enfrentamiento final de Macario con su compadre, la Muerte.
Tristemente, esta adaptación dejó fuera referencias clave de la relación entre Macario y la Muerte; como cuando esta última relata cómo consiguió un cronómetro para sustituir su reloj de arena, roto por una bala de cañón. Asimismo, se omitió que, durante la bonanza de Macario al convertirse en un afamado doctor de la región, éste mandó a sus once hijos, ya mayores, a estudiar al extranjero, ya que en el cuento la historia se desarrolla a lo largo de años, y no de meses como se presenta en la película de Gavaldón.
LAS OFRENDAS NADA MÁS SON PARA LOS FIELES DIFUNTOS. Entrando de lleno en la película: Sin temor a equivocarme, y amparado en la pasión que el cine mexicano de la época despierta en mí, puedo afirmar categóricamente que, desde su estreno en el extinto Cine Alameda el 9 de junio de 1960, hasta este preciso momento en que lees estas líneas, no existe una película que capture la esencia del Día de Muertos con la naturalidad y autenticidad de esta obra del maestro Gavaldón, y todo ello sin reducir la festividad a un mero pretexto folclórico.
Gracias al impecable guion de Carballido y del propio Gavaldón, la cinta logra destacar con honestidad la tradición del Día de Muertos, a la vez que construye una narrativa extraordinaria que refleja los ambientes rurales y sus creencias sobre Dios, el diablo y la muerte. De paso, la película resalta una denuncia social contra el clasismo, la intolerancia y ese temor a lo desconocido que lleva a destruir lo que no se entiende bajo el pretexto de defender las “buenas costumbres”. Las precisas interpretaciones de Ignacio López Tarso como el taciturno Macario, de la extraordinaria Pina Pellicer como su esposa —“la mujer de los ojos tristes”— y de Enrique Lucero como la agradecida, pero implacable Muerte, permiten una conexión inmediata con el espectador, generando una fuerte empatía hacia las adversidades del leñador y su familia. Todo esto se enriquece con un elenco de personajes secundarios bien definidos, que enmarcan las situaciones que Macario debe enfrentar.
Se trata, además, de una película majestuosamente fotografiada por el talentoso Gabriel Figueroa, quien capturó escenarios naturales como las lagunas de Zempoala en Morelos, la ciudad de Taxco y las impresionantes grutas de Cacahuamilpa —estas últimas ubicadas en el estado de Guerrero—, sin olvidar las escenografías de Manuel Fontanals. La música, a cargo del siempre confiable Raúl Lavista, funciona como un personaje más, destacando especialmente en la secuencia onírica en la que Macario acompaña el festín de las calaveras de cartón, interpretadas por el colectivo teatral guiñol de Pepe y sus marionetas.
Éstos son algunos de los grandes logros de Roberto Gavaldón con esta adaptación cinematográfica.
LA VIDA NO FUE FÁCIL MACARIO, PERO FUE BUENA VIVIRLA JUNTOS. Y hoy, a 65 años de su estreno, Macario se consolida como una de las mejores películas en la historia del cine mexicano, además de contar con el indiscutible privilegio de ser una de las más queridas por el público nacional hasta nuestros días. Tal es su vigencia, que cada vez que se presenta en cineclubes o cinetecas a lo largo del país, las localidades suelen agotarse rápidamente. Una película que se ha vuelto tan indispensable en la tradición del Día de Muertos, como las calaveritas de azúcar, el pan de muerto, las veladoras, el cempasúchil y el papel picado en las ofrendas mexicanas.
Y, por si fuera poco, fue la primera película mexicana en representar a México en los premios Oscar y en ser reconocida con distinciones en el Festival de Cine de Cannes.