Almodóvar, de la irreverencia a la complacencia cinéfila

Almodóvar, de la irreverencia a la complacencia cinéfila
Por:
  • gilda_cruz_terrazas

Impulsor de la movida madrileña, el de Pedro Almodóvar ha sido un cine marcado por la irreverencia de sus tramas y obsesiones, en las que el humor cede al drama sin llegar a la condescendencia... y Julieta es la decepción. Y no porque sea un filme mal facturado sino porque el cineasta abusa de la retórica en un afán de inyectarle mayor complejidad a una historia que pasa del melodrama frenético al que nos tenía acostumbrados, al dramón telenovelero.

Inspirada en tres relatos de la Premio Nobel canadiense Alice Munro, Julieta Arcos (Emma Suárez) tiene planes para viajar a Portugal con su novio. Días antes del viaje se encuentra por casualidad con Bea (Michell Jenner), la mejor amiga de su hija Antia, quien decidió alejarse sin dar alguna explicación desde hace 12 años. Enterarse por Bea que Antia se casó y tiene tres hijas hace que Julieta cancele sus planes de viaje.

A partir de ahí, la protagonista repasa la historia de su vida y vemos a Emma Suárez y a Adriana Ugarte interpretar a Julieta a través de tres décadas mediante flashbacks.

La película es medianamente buena y ése es el problema de Almodóvar.

Dicen que quien gana un premio a su excelencia ya se amoló, pues el trabajo que presente debe superar al anterior.

El cineasta ibérico toma de Munro los mejores relatos sobre la incomunicación entre madre-hija y logra un melodrama clásico... o un clásico melodrama. Y no es que no tenga derecho a abandonar la comedia y dar paso a historias secas y contenidas.

Pero si en Tacones lejanos (1991) el manchego dominó la capacidad para manejar los recovecos freudianos entre madre (Marisa Paredes) e hija (Victoria Abril) afectada por el abandono, en Julieta, sólo vemos a una mujer que navega en la tristeza de inicio a fin, abatida en la lucha contra el abandono, en una historia carente de vigor y creatividad.

Por si fuera poco, los ambientes en que se manejan los personajes no correspponden con su nivel de vida y hacen que se vean un tanto aburguesados.

Si en sus primeros filmes el realizador de Matador representaba lo falso (o la fachada) de situaciones reales, ahora lo real resulta una mentira, restándole verosimilitud al contexto.

Cierto que el Madrid de la movida ya no es el Madrid de Julieta, pero los espectadores tampoco... ni él.

En cuanto a la puesta en escena, Almodovar mantiene movimientos de cámara que, aunque interesantes, pasan sin pena ni gloria en la narración; así como los colores rojo y azul tan presentes en Volver y Todo sobre mi madre, historias hermanas en la problemática filial, pero con resultados diferente.

Resalta una escena en la breve aparición de Rossy de Palma y una canción de Chavela Vargas: lo mejor de la cinta.