Foto Cuartoscuro
Lo que sucedió en el moderno estadio de futbol de Torreón el sábado pasado es un ejemplo clásico de la difusión masiva del terror. Un espectador cualquiera, mientras ve correr el balón en el césped, escucha un estruendo.
Los jugadores corren despavoridos. También el árbitro, los entrenadores, los abanderados. La gente en las tribunas se agacha, grita, corre. Se expande un estado anímico de sálvese el que pueda. Sin aviso previo, el fantasma de la muerte se pasea en el centro del campo.
El encuentro era Santos contra Morelia, dos equipos cuyos territorios, curiosamente, han sido campo de guerra para las bandas rivales del crimen organizado. El pandemónium duró 5 minutos, el tiempo suficiente como para provocar impactos sicológicos de largo alcance.
Afuera del estadio tres camionetas atacaron con granadas y metralletas una patrulla municipal, sin propósito aparente. La carretera fue cerrada previamente por unos camiones atravesados para impedir el paso del ejército. En el interior del estadio se escucharon ráfagas incesantes. Parecía la audición de una matanza. Si el resultado buscado era aterrorizar a la afición, la estrategia surtió efecto con creces. Afortunadamente, no hubo muertos ni heridos. El único saldo rojo fue un rasguño de un policía en la mano. Ni siquiera requirió hospitalización.
Mientras eso sucedía en la Comarca Lagunera, el presidente Felipe Calderón celebraba su cumpleaños número 49 en Los Pinos. En la residencia oficial estaba el pleno del gabinete, varios gobernadores —Enrique Peña Nieto, entre ellos— y algunos representantes de organizaciones civiles como la que preside María Elena Morera. De pronto, el presidente recibe la noticia: hubo una balacera en el estadio de Torreón. El presidente se ausenta de la reunión. La noticia corre como pólvora entre la concurrencia. Las caras largas sustituyen a las sonrisas. Los invitados se observan confundidos. La celebración se disuelve entre formas políticamente correctas.
En otra reunión de menor calado, en Morelia, la hermana del presidente estaba registrándose como candidata del PAN a la gubernatura de Michoacán. Ahí, también, la balacera estalló como un petardo en el corazón de la fiesta. Coincidentemente, uno de los equipos que disputaba el balón en el estadio de la desgracia era el Morelia, el favorito de la familia.
La noticia recorrió el mundo como una bola de fuego. Los primeros en reaccionar fueron los diarios de América Latina. En Argentina, Brasil, Chile y Perú, la prensa deportiva condenó las provocaciones en los estadios. La CNN dijo que en México hubo una erupción de violencia. La BBC de Londres recordó que no es la primera vez que un partido deportivo se suspende en México por las balaceras, ya que en Reynosa el año pasado sucedió lo mismo en un partido de béisbol. El País de España destacó el hecho de que en La Comarca Lagunera Torreón está gobernado por Los Zetas, mientras que Gómez Palacio —la ciudad vecina— está en poder del Cártel de Sinaloa.
Las autoridades reaccionaron tratando de ubicar el evento en su justa dimensión. El gobierno federal declaró que no se trató de un ataque contra la población reunida en el estadio, pero que urge una mayor coordinación entre los tres órdenes de gobierno para impedir estos sucesos. El presidente municipal de Torreón dijo que los ataques contra policías municipales son el pan de cada día.
Si bien es comprensible que las autoridades busquen reducir el impacto mediático del evento, las imágenes de una multitud corriendo ante una balacera en el interior de un estadio son de un impacto brutal entre los espectadores. Las televisoras hacen su tarea, y después You Tube se encarga del resto. Yo no sé si las bandas del crimen organizado, después de diversificar sus actividades hasta llegar a la recaudación de impuestos con sangre, cuentan en sus activos con empresas de publicidad y mercadotecnia para aterrorizar a la población. Lo que sí sé es que, después de la proyección de esas imágenes, en Europa consideran a México un lugar tan peligroso como Afganistán.
Tal vez lo más inquietante del asunto es lo que me dijo al teléfono una amiga que vive en Torreón: “Uy, si vieras que esto pasa aquí todo el tiempo”.

