Heriberto Lazcano en la boda del "Ardilla" - Foto: Cuartoscuro
En su andar por distintos puntos de la República Mexicana, Heriberto Lazcano Lazcano, llegó en enero de 2008 a Ciudad de San Francisco, Campeche. Buscaba a aquella mujer que fue contadora de Los Zetas y que había abandonado al grupo. Pero su idea no era agredirla como sucedía la mayoría de las ocasiones en las que estaba tras alguien: la quería para que le leyera los caracoles.
Ana Claudia es el nombre de la mujer que denunció ante las autoridades la forma en la que fue raptada y llevada a una finca para “echarle la suerte” al jefe máximo de los Zetas. Así quedó registrado en el 26/2008-1.
Eran las 5:00 de la tarde del 2 de enero cuando ella y una amiga comían en el restaurante Mediterráneo, en el malecón.
De pronto una camioneta Hummer blanca se estacionó afuera del lugar. Tres hombres armados bajaron y fueron directo hacia ellas. Ana Claudia ya los conocía pues tiempo atrás trabajó con ellos.
Por eso cuando les ordenaron que subieran a la unidad, ellas lo hicieron. Les vendaron los ojos y les hicieron agachar la cara entre las piernas.
Por una carretera y luego por caminos de terracería anduvieron así casi una hora. Ninguna de las dos supo en dónde estaban, hasta que las bajaron de la camioneta.
“Era una finca con una construcción de un solo piso en desnivel. Tenía las paredes de madera de cedro y muebles lujosos como tipo Luis XV”, contó Ana Claudia.
Hombres armados y con uniforme de militar estaban apostados en diferentes partes del lugar. Eran unos 20 afuera y otros tantos en el interior.
En ese momento llegó Heriberto Lazcano. Caminaba lento, vestía ropa fina: una camisa Giorgio Armani de manga larga de doble puño, un pantalón oscuro y unos zapatos negros marca Prada.
Del cuello le colgaba un dije de oro con las siglas GECG y en la parte de en medio la letra Z. “Me dijo que significaba Grupos Especiales del Cartel del Golfo”, contó después la mujer.
Una esclava de oro de más de tres centímetros de ancho y un reloj con diamantes adornaban cada una de sus muñecas de El Lazca.
El hombre le ordenó entonces a Ana Claudia que le leyera los caracoles. “Lo hice, y lo que vi es que llevaba siempre la muerte con él. Y se lo dije…”, contó la mujer.
Al terminar, el Lazca le platicó que estaría unos días ahí. Le dijo que no dejara al grupo. Que si seguía con ellos crecería dentro de la organización. Esa fue la última vez que lo vio.
jcp