Muere el hombre que llevó a España a la democracia

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Desmontar la estructura creada por el régimen de Francisco Franco era una ardua tarea tras cuatro décadas de dictadura, la cual fue destinada a Adolfo Suárez, que conocía el franquismo desde dentro pues allí inició su carrera política al ocupar cargos en la Secretaría General del Movimiento y desempeñarse como director general de Radio Televisión Española. Suárez, quien falleció ayer a los 81 años, logró conciliar a los partidarios y detractores del mandato de Franco y fue el primer civil en encabezar el Ejecutivo español.

Su desempeño le valió el reconocimiento de la sociedad española por su histórica aportación a la transición. A los 43 años fue nombrado por el rey Juan Carlos como encargado de organizar un gobierno y convocar a elecciones, en las cuales contendió y resultó ganador. Fue forjador del gobierno democrático y en su gestión se aprobaron leyes que reconocían libertades y fueron legalizados partidos políticos, incluido el comunista. También bajo su tutela, y gracias al cosenso general de las fuerzas políticas, fue aprobada la Constitución que hoy sigue en vigor.

Desde el viernes España se preparaba para la noticia, luego de que su hijo anunció “un desenlace inminente” debido al delicado estado de salud que padecía hace años, como consecuencia del Alzheimer, por lo cual no pudo superar el agravamiento de una infección respiratoria.

Eran las 15:12, hora local, cuando el portavoz de la familia Suárez, Fermín Urbiola, anunciaba el fallecimiento del ex presidente. Sólo 45 minutos después, el rey Juan Carlos I hizo una comparecencia pública para reconocer que en todo momento la “guía y pauta de su comportamiento fue la lealtad con la corona, la defensa de la democracia y el Estado de Derecho”.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recordó a Suárez como “un hombre de concordia que hizo posible la democracia y nos abrió las puertas de Europa”, y decretó tres días de luto oficial.

A pesar de que cuando fue nombrado presidente para la transición, el 3 de julio de 1976, era prácticamente un desconocido para la mayoría de los españoles, y generó dudas y críticas —para los sectores conservadores era demasiado joven e inexperto; para la oposición, demasiado vinculado al anterior régimen— Suárez logró, através del diálogo y el consenso reunió a políticos de su generación.

En sus primeros 11 meses de gobierno se enmarcó la aprobación, en noviembre de 1976, de la Ley para la Reforma Política, que supuso el fin definitivo de las Cortes franquistas. La respuesta posterior de los españoles en referéndum popular fue contundente: el 94.1 por ciento dijo sí.

Su buen desempeño le permitió ganar por segunda vez las elecciones generales en 1979 y comenzaba así su tercer y último mandato, que estaría marcado por las críticas y por el ascenso de la izquierda.

En medio de las divergencias decidió, el 29 de enero de 1981, presentar su dimisión. Pero antes enfrentó uno de los sucesos más importantes en la política española: el 23 de febrero de ese año, guardias civiles armados, bajo el mando del teniente coronel Antonio Tejero quisieron dar un golpe de Estado.

Ese día Suárez fue el único que, junto al entonces secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, que permaneció en su escaño. Esa imagen será la que recuerde la labor del ex presidente por la conciliación y su coraje por la defensa de la democracia.

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El presidente que no se dobló ante los golpistas

Adolfo Suárez protagonizó el 23 de febrero de 1981 el último gran acto de su periodo en la transición democrática de España: el coraje de un presidente legítimo frente a la ambición de Antonio Tejero y sus guardias. La Razón reproduce esa escena inmortalizada en Anatomía de un instante, libro de Javier Cercas:

Dieciocho horas y veintitrés minutos del 23 de febrero de 1981. En el hemiciclo del Congreso de los Diputados se celebra la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, que está a punto de ser elegido presidente del gobierno en sustitución de Adolfo Suárez, dimitido hace veinticinco días y todavía presidente en funciones tras casi cinco años de mandato durante los cuales el país ha terminado con una dictadura y construido una democracia. Sentados en sus escaños mientras aguardan el turno de votar, los diputados conversan, dormitan o fantasean en el sopor de la tarde...Es ya la segunda votación y carece de suspense: en la primera, celebrada hace tres días, Calvo Sotelo no consiguió el apoyo de la mayoría absoluta de los diputados, pero en esta segunda le basta el apoyo de una mayoría simple, así que —dado que tiene asegurada esa mayoría— a menos que surja un imprevisto el candidato será en unos minutos elegido presidente del gobierno.

Pero el imprevisto surge... pistola en mano, el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero sube con parsimonia las escaleras de la presidencia del Congreso, pasa detrás del secretario y se queda de pie junto al presidente Landelino Lavilla, que lo mira con incredulidad. El teniente coronel grita “¡Quieto todo el mundo!”, y a continuación transcurren unos segundos hechizados... el teniente coronel se ha esfumado porque la primera cámara enfoca el ala derecha del hemiciclo, donde todos los parlamentarios que se habían levantado han vuelto a tomar asiento, y el único que permanece de pie es el general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del gobierno en funciones; junto a él, Adolfo Suárez sigue sentado en su escaño de presidente del gobierno, el torso inclinado hacia delante, una mano aferrada al apoyabrazos de su escaño, como si él también estuviera a punto de levantarse. Cuatro gritos próximos, distintos e inapelables deshacen entonces el hechizo: alguien grita “¡Silencio!”; Alguien grita: “¡Quieto todo el mundo!”; alguien grita: “¡Al suelo!”; alguien grita: “¡Al suelo todo el mundo!”. El hemiciclo se apresta a obedecer... el general Gutiérrez Mellado, sin embargo, sale en busca del teniente coronel rebelde, mientras el presidente Suárez intenta retenerle sin conseguirlo... el general Guitiérrez Mellado, que camina hacia él exigiéndole con gestos terminantes que salga de inmediato del hemiciclo, mientras tres guardias civiles irrumpen por la entrada derecha y se abalanzan sobre el viejo y escuálido general, lo empujan, le agarran la americana, lo zarandean, a punto están de tirarlo al suelo. El presidente Suárez se levanta de su escaño y sale en busca de su vicepresidente... Entonces suena el primer disparo; luego suena el segundo disparo y el presidente Suárez agarra del brazo al general Gutiérrez Mellado, impávido frente a un guardia civil que le ordena con gestos y gritos que se tire al suelo; luego suena el tercer disparo y, sin dejar de desafiar al guardia civil con la mirada, el general Gutiérrez Mellado aparta con violencia el brazo de su presidente; luego se desata el tiroteo. Mientras las balas arrancan del techo pedazos visibles de cal y uno tras otro los taquígrafos y el ujier se esconden bajo la mesa y los escaños engullen a los diputados hasta que ni uno solo de ellos queda a la vista, el viejo general permanece de pie entre el fuego de los subfusiles, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y mirando a los guardias civiles insubordinados, que no dejan de disparar. En cuanto al presidente Suárez, regresa con lentitud a su escaño, se sienta, se recuesta contra el respaldo y se queda ahí, ligeramente escorado a la derecha, solo, etatutario y espectral en un desierto de escaños vacíos.

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